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西语阅读:《一千零一夜》连载二 d
日期:2011-03-01 13:28  点击:449

“Sabe, ¡oh señor de los reyes de los efrits! que éstos dos perros son mis hermanos. mayores y yo soy el tercero. Al morir nuestro padre nos dejó en herencia tres mil dinares. Yo, con mi parte, abrí una tienda y me puse a vender y comprar. Uno de mis hermanos, comerciante tam­bién, se dedicó a viajar con las cara­vanas, y estuvo ausente un año. Cuando regresó no le quedaba nada de su herencia. Entonces le dije: “¡Oh hermano mío! ¿no te había aconsejado que no viajaras?” Y echándose a llorar, me contestó: “Hermano, Alah, que es grande y poderoso, lo dispuso así. No pueden serme de provecho ya tus palabras, puesto que nada tengo ahora.” Le lleve conmigo a la tienda, lo acom­pañé luego al hammam y le regalé un magnífico traje de la mejor clase.
Después nos sentamos a comer, y le dije: “Hermano, voy a hacer la cuen­ta de lo que produce mi tienda en un año, sin tocar al capital, y nos partiremos las ganancias.” Y, efecti­vamente, hice la cuenta, y hallé un beneficio anual de mil dinares: En­tonces di gracias a Alah, que es po­deroso y grande, y dividí la ganancia luego entre mi hermano y yo. Y así vivimos juntos días y días.
Poco tiempo después quiso via­jar también mi segundo hermano. Hicimos cuanto nos fue posible para que desistiese de su proyecto, pero todo fue inútil, y al cabo de un año volvió en la misma situación que el hermano mayor.
Le di otros mil dinares que tuve de ganancia durante el periodo de su ausencia, abrió una tienda nueva continuó el ejercicio de su profesión.
Sin que les sirviese de escarmien­to lo que les había sucedido, de nuevo mis hermanos desearon mar­charse y pretendían que yo les acompañase. No acepté, y les di­je: “¿Qué habéis ganado con viajar, para que así pueda yo tentarme de imitaros?” Entonces empezaron a dirigirme reconvenciones, pero sin nin­gún fruto, pues no les hice caso, y seguimos comerciando en nuestras tiendas otro año. Otra vez volvieron a proponerme el viaje, oponiéndome yo también, y, así pasaron seis años más. Al fin acabaron por conven­cerme, y les dije: “Hermanos, conte­mos el dinero que tenemos.” Conta­mos, y dimos con un total de seis mil dinares. Entonces les dije: “En­terremos la mitad para poderla utili­zar si nos ocurriese una desgracia, y tomemos mil dinares cada uno para comerciar al por menor.” `Y contestaron: “¡Alah, favorezca la idea!” Cogí el dinero y lo dividí en dos partes iguales; enterré tres mil dinares y los otros tres mil los repartí juiciosamente entre nosotros tres. Después compramos varias mercade­rías, fletamos un barco, llevamos a él todos nuestros efectos, y partimos. Duró un mes entero el viaje, y llegamos a una ciudad, donde vendi­mos las mercancías con unta ganan­cia de diez dinares por dinar. Luego abandonamos la plaza.
Al llegar a orillas del mar encon­tramos a una mujer pobremente ves­tida, con ropas viejas y raídas. Se me acercó, me besó la mano, y me dijo: “Señor, ¿me puedes socorrer? ¿Quieres favorecerme? Yo, en cam­bio, sabré agradecer tus bondades.” Y le dije: “Te socorreré, mas no te creas obligada a la gratitud.” Y ella me respondió: “Señor, entonces cá­sate conmigo, llévame a tu país y te consagraré mi alma. Favoréceme, que yo soy de las que saben el valor de un beneficios No te avergüences de mi humilde condición.” Al decir estas palabras, sentí piedad hacia ella, pues nada hay que no se haga me­diante la voluntad de Alah, que es grande y poderoso. Me la llevé, la vestí con ricos trajes, hice tender magníficas alfombras en el barco para ella y le dispensé una hospitáalaria acogida llena de cordialidad. Después zarpamos.
Mi corazón llegó a amarla con un gran amor, y no la abandoné ni de día ni de noche. Y como de los tres hermanos era yo el único que podía gozarla, estos hermanos míos, sintieron celos, además de envidiar­me por mis riquezas y por la calidad de mis mercaderías. Dirigían ávidas miradas sobre cuanto poseía yo, y se concertaron para matarme y re­partirse mi dinero, porque el Cheitán sin duda les hizo ver su mala acción con los más bellos colores.
Un día, cuándo estaba yo durmien­do con mi esposa, llegaron hasta nosotros y nos cogieron, echándonos al mar. Mi esposa se despertó en el agua, y de súbito cambió de forma, convirtiéndose en efrita. Me tomó sobre sus hombros y me depositó sobre una isla. Después desapareció durante toda la noche, regresando al amanecer, y me dijo: “¿No recono­ces. a tu esposa?” Te he salvado de la muerte con ayuda del Altísimo. Porque has de saber que yo soy una efrita. Y desde el instante en que te vi, te amó mi corazón, simplemente porque Alah lo ha querido, y yo soy una creyente de Alah y en su Profe­ta, al cual Alah bendiga y persevere. Cuando yo me he acercado a ti en la pobre condición en que me hallaba, tú te aviniste de todos modos a ca­sarte conmigo. Y yo, en justa grati­tud, he impedido que perezcas aho­gado. “En cuanto a tus hermanos, siento el mayor furor contra ellos y es preciso que los mate.”
Asombrado de sus palabras, le di las gracias por su acción, y le dije: “No puedo consentir la perdida de mis hermanos.” Luego le conté todo lo ocurrido con ellos, desde el prin­cipio hasta el fin, y me dijo entonces: “Esta noche volaré hacia la nave que los conduce, y la haré zozobrar para que sucumban.” Yo repliqué: “¡Por Alah sobre tal No hagas eso, recuer­da que el Maestro de los Proverbios dice: “¡Oh tú, compasivo del delin­cuente! Piensa que para el criminal es bastante castigo su mismo cri­men, y además, considera que son mis hermanos.” Pero ella insistió: :Tengo que matarlos sin remedio.” Y en vano imploré su indulgencia, Después se echó a volar llevándome en sus hombros, y me dejó en la azotea de mi casa
 


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