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西语阅读:《一千零一夜》连载二 e
日期:2011-03-01 13:29  点击:291

Abrí entonces las puertas y saqué los tres mil dinares del escondrijo. Luego abrí mi tienda, y después de hacer las visitas necesarias y los saludos de costumbre, compré nue­vos géneros.
Llegada la noche, cerré la tienda, y al entrar en mis habitaciones en­contré estos dos lebreles que estaban atados en un rincón. Al verme se levantaron, rompieron a llorar y se agarraron a mis ropas. Entonces acu­dió mi mujer, y me dijo: “Son tus hermanos. “Y yo le dije: “¿Quién los ha puesto en esta forma?” Y ella contestó: “Yo misma. He rogado a mi hermana, más versada que yo en artes de encantamiento, que los pu­siera en ese estado. Diez años per­manecerán así”.
Por eso, ¡oh efrit poderoso! me ves aquí, pues voy en basca de mi cuñada, a la que deseo suplicar los desencante, porque van ya transcu­rridos los diez años. Al llegar me encontré con este buen hombre, y cuando supe su aventura, no quise marcharme hasta averiguar lo que sobreviniese entre tú y él. Y este es mi cuento.”
El efrit dijo: “Es realmente un cuento asombroso, por lo que te con­cedo otro tercio de la sangre desti­nada a rescatar el crimen.”
Entonces se adelantó el tercer jei­que, dueño de la mula, y dijo al efrit: “Te contaré una historia más maravillosa que las de estos dos. Y tú me recompensarás con el resto de la sangre.” El efrit contestó: “Que así sea.”
Y el tercer jeique dijo:

  CUENTO DEL TERCER JEIQUE


“¡Oh sultán, jefe de los efrits! Esta mula que ves aquí era mi es­posa. Una vez salí de viaje y estuve ausente todo un año. Terminados mis negocios, volví de noche, y al entrar en el cuarto de mi mujer, la encontré con un esclavo negro, esta­ban conversando, y se besaban, ha­ciéndose zalamerías. Al verme, ella se levantó, súbitamente y se aba­lanzó a mí con una vasija de agua en la mano; murmuró algunas pala­bras luego, y me dijo arrojándome el agua: “¡Sal de tu propia forma y reviste la de un perro!” Inmediata­mente me convertí en perro, y mi esposa me echó de casa. Anduve va­gando, hasta llegar a una carnicería, donde me puse a roer huesos. Al ver­me el carnicero, me cogió y me llevó con él.
Apenas penetramos en el cuarto de su hija, ésta se cubrió con el velo y recriminó a su padre: “¿Te parece bien lo que has hecho? Traes a un hombre y lo entras en mi habita­ción.” Y repuso el padre: “¿Pero dónde está ese hombre?” Ella contes­tó: “Ese perro es un hombre, Lo ha encantado una mujer; pero yo soy capaz de desencantarlo.” Y su padre le dijo: “¡Por Alah sobre ti! De­vuélvele su forma, hija mía.” Ella cogió una vasija con agua, y después de murmurar un conjuro, me echó unas gotas y dijo: “.¡Sal de esa forma y recobra la primitiva!” , Entonces volví a mi forma humana, besé la mano de la joven, y le dije: “Quisie­ra que encantases a mi mujer como ella me encantó.” Me dio entonces un frasco con agua, y me dijo: “Si encuentras dormida a tu mujer, ro­cíala con esta agua y se convertirá en lo que quieras.” Efectivamente, la encontré dormida, le eché el agua, y dije: “¡Sal de esa forma y toma la de una mula!” Y al instante se trans­formó en una mula, es la misma que aquí ves, sultán de reyes de los efrits.”
El efrit se volvió entonces hacia la mula, y le dijo: “¿Es verdad todo eso?” Y la mula movió la cabeza como afirmando: “Sí, sí; todo es verdad.”
Esta historia consiguió satisfacer al efrit, que, lleno de emoción y de placer, hizo gracia al anciano del último tercio de la sangre.
En aquel momento Schahrazada vio aparecer la mañana, y discreta­mente dejó de hablar, sin aprove­charse más del permiso. Entonces su hermana Doniazada dijo: “¡Ah, her­mana mía! ¡Cuán dulces, cuán ama­bles y cuán deliciosas son en su fres­cura tus palabras!” Y Schahrazada contestó: “Nada es eso comparado con lo que te contaré la noche pró­xima, si vivo aún y el rey quiere con­servarme.” Y el rey se dijo: “¡Por Alah! no la mataré hasta que le haya oído la continuación de su relato, que es asombroso.”
Entonces el rey marchó a la sala de justicia. Entraron el visir y los oficiales y se llenó el diván de gente. Y el rey juzgó, nombró, destituyó, despachó sus asuntos y dio órdenes hasta el fin del día. Luego se levan­tó el diván y el rey volvió a palacio
 


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