Aquella noche se fue tranquilamente a la cama, pero al despertar se sintió raro. Se levantó y, al mirarse en el espejo, ¡descubrió que tenía un gran sombrero de pirata, un negro parche en el ojo y una enorme barba de color rojo con lunares blancos! No había duda, se había transformado en Barba Flamenco, el famoso capitán pirata de sus cuentos.
Preocupado, corrió a la habitación de sus hijos. Al abrir la puerta, un muro de agua se derrumbó sobre él y al momento se encontró nadando en el mar. Y no estaba solo, varios tiburones avanzaban hacia él con hambre de seis semanas. Barba Flamenco se preparó para luchar agarrando el cuchillo de untar mantequilla que siempre escondía bajo su sombrero, pero justo antes de lanzarse a por el primero de los tiburones, sintió que se elevaba por los aires y caía en la cubierta de un gran barco de bandera pirata.
- Ha faltado poco, mi capitán- dijo un marinero pirata que no podía parecerse más a su hijo mayor.
- ¡El capitán habría podido con esos torpes tiburones! - gritaron un par de grumetes tan iguales que Barba Flamenco hubiera pensado que se trataba de los gemelos.
Pero no había tiempo que perder. El capitán fue informado de que la reina había sido secuestrada y ofrecían una gran recompensa a quien la devolviera sana y salva. Sin dudarlo un instante pusieron rumbo hacia la isla del Último Caníbal, la preferida por todos los malvados para esconder reinas secuestradas. Navegaban a toda vela cuando se formó una gran y oscura tormenta, y alguna maldición perdida dirigió un impresionante rayo contra el palo mayor del barco, provocando un gran incendio. Atareados con el fuego, no se dieron cuenta de que una enorme ola lanzaba el barco contra los arrecifes que rodeaban la isla, con tanta fuerza que el capitán y sus marineros salieron volando por los aires…
Cuando el capitán despertó, se encontraba atado a un gran tronco. A sus lados, también atados, estaban todos los piratas de su tripulación. Se encontraban en el corazón del volcán de la isla, el lugar elegido por los caníbales para hacer sus sacrificios y rituales. Pero no eran ellos los que iban a ser devorados. Todo estaba preparado para sacrificar a una bella mujer con corona que no podía ser otra que la reina.
Los caníbales comenzaron sus cánticos. Qué pesados, siempre hacían todo cantando. Pero entonces el capitán tuvo una idea. Con voz potente comenzó a cantar canciones piratas, y toda la tripulación se puso a cantar con él a pleno pulmón. Los caníbales intentaban cantar más fuerte, pero aun siendo muchos más, no conseguían superar al capitán y sus hombres. Sin sus cánticos no podían empezar a comer así que, rojos de furia, decidieron cambiar los papeles de la reina y del capitán. Ahora era el capitán quien estaba sobre un gran caldero a punto de ser cocinado. Sintió el picor de la pimienta y el olor de la salsa mientras el calor se hacía tan intenso que ya no tenía fuerzas para cantar. Sus marineros también fueron silenciados con grandes bolas de helado de chocolate que degustaban con ansia ¿Cómo habrían sabido aquellos salvajes que el helado de chocolate era el punto débil de su tripulación?
Y fue entonces cuando vio a la reina sonreír con aquella sonrisa torcida que solo tenía Flor Marchita. Sin duda todo había sido una trampa de la temible capitana pirata, antaño su mejor socia y ahora su mayor rival, para atrapar a Barba Flamenco y sus hombres. Rodeado de caníbales, mientras sentía el dolor del primer mordisco, el capitán aceptó su derrota.
- Has ganado, Flor Marchita. Este es el FIN.
Con esa última palabra todo desapareció y el papá volvió a encontrarse en su cama, aún asustado y sudoroso. A su lado, con la misma sonrisa torcida de Flor Marchita, su mujer le regaló un beso, diciéndole:
- La próxima vez que vuelvas a recortarles los cuentos a los niños, te las verás conmigo en la Cueva de la Locura...
Esa noche el papá se quedó muy pensativo. Había pasado mucho miedo, pero había sido tan alucinante ser parte de la historia, que nunca más volvería a quitarles a sus hijos ni un trocito de sus cuentos.