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西语阅读:《一千零一夜》连载二十七 c

时间:2011-10-12来源:互联网  进入西班牙语论坛
核心提示:西语阅读:《一千零一夜》连载二十七 c PERO CUANDO LLEG LA 302 NOCHE Ella dijo: ... para escuchar lo que haba de contar Sindbad el Marino cuando terminase la comida. LA CUARTA HISTORIA DE LAS HISTORIAS DE SINDBAD EL MARINO, Q
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西语阅读:《一千零一夜》连载二十七 c

PERO CUANDO LLEGÓ LA 302 NOCHE

 

Ella dijo:

 

... para escuchar lo que había de contar Sindbad el Marino cuando terminase la comida.

 

LA CUARTA HISTORIA

DE LAS HISTORIAS DE SINDBAD

EL MARINO, QUE TRATA DEL CUARTO VIAJE

 

Y dijo Sindbad el Marino:

“Ni las delicias ni los placeres de la vida de Bagdad, ¡oh amigos míos! me hicieron olvidar los viajes. Al contrario, casi no me acordaba de las fatigas sufridas y los peligros co­rridos. Y el alma pérfida que vivía en mí no dejó de mostrarme lo ven­tajoso que seiría recorrer de nuevo las comarcas de los hombres. Así es que no pude resistirme a sus tenta­ciones, y abandonando un día la ca­sa y las riquezas, llevó conmigo una gran cantidad de mercaderías de pre­cio, bastantes más que las que había llevado en mis últimos viajes, y de Bagdad partí para Bassra, donde me embarqué en un gran navío en compañía de varios notables mer­caderes prestigiosamente conocidos.

Al principio fue excelente nuestro viaje por el mar, gracias a la ben­díción. Fuimos de isla en isla y de tierra en tierra, vendiendo y com­prando Y realizando beneficios muy apreciables, hasta que un día en alta mar hizo anclar el capitán, dicién­donos: “¡Estamos perdidos sin re­medio!” Y de improviso un golpe de viento terrible hinchó todo el mar, que se precipitó sobre el navío, ha­ciéndolo crujir por todas partes, y arrebató a los pasajeros, incluso el capitán, los marineros y yo mismo. Y se hundió todo el mundo y yo igual que los demás.

Pero, merced a la misericordia, pude encontrar sobre el abismo una tabla del navío, a la que me agarré con manos y pies, y encima de la cual navegamos durante medio día yo y algunos otros mercaderes que lograron asirse conmigo a ella.

Entonces, a fuerza de bregar con pies y manos, ayudados por el viento y la corriente, caímos en la costa de una isla, cual si fuésemos un mon­tón de algas, medio muertos ya de frío y de miedo.

Toda una noche permanecimos sin movernos, aniquilados, en la costa de aquella isla. Pero al día siguiente pudimos levantarnos e intemarnos por ella, vislumbrando una casa, hacia la cual nos encaminamos.

Cuando, llegamos a ella, vimos que por la puerta de la vivienda salía un grupo de individuos completamente desnudos y negros, quienes se apo­deraron de nosotros sin decirnos palabra y nos hicieron penetrar en una vasta sala donde aparecía un rey sentado en alto trono.

El rey nos ordenó que nos sentá­ramos, y nos sentamos. Entonces pusieron a nuestro alcance platos lle­nos de manjares como no los había­mos visto en toda nuestra vida. Sin embargo, su aspecto no excitó mi apetito, al revés de lo que ocurría a mis companeros, que comieron glotonamente para aplacar el ham­bre que les torturaba desde que nu­fragamos. En cuanto a mí, por abs­tenerme conservo la existencia hasta hoy.

Efectivamente, desde que tomaron los primeros bocados, apoderóse de mis compañeros una gula enorme, y estuvieron durante horas y horas devorando cuanto les presentaban; mientras hacían gestos de locos y lanzaban extraordinarios gruñidos de satisfacción.

En tanto que caían en aquel esta­do mis amigos, los hombres desnu­dos llevaron un tazón lleno de cierta pomada con la que untaron todo el cuerpo a mis compañeros, resultan­do asombroso el efecto que hubo de producirle en el vientre., Porque vi que se les dilataba poco a poco en todos sentidos hasta quedar más gor­do que un pellejo inflado. Y su ape­tito aumentó proporcionalmente, y continuaron comiendo sin tregua, mientras yo les miraba asustado al ver que no se llenaba su vientre nunca.

Por lo que a mí respecta, persistí en no tocar aquellos manjares, y me negué a que me untaran con la po­mada al ver el efecto que produjo en mis compañeros. Y en verdad que mi sobriedad fue provechosa, porque averigüé que aquellos hom­bres desnudos comían carne huma­na, y empleaban diversos medios pa­ra cebar a los hombres que caían entre sus manos y hacer de tal suer­te más tierna y mas jugosa su carne. En cuanto al rey de estos antropó­fagos, descubrí que era ogro. Todos los días le servían asado un hombre cebado por aquel método; a los de­más no les gustaba el asado y co­mían la carne humana al natural, sin ningún aderezó.

Ante tan triste descubrimiento, mi ansiedad sobre mi suerte y la de mis compañeros no conoció límites cuando advertí en seguida una dis­minución notable de la inteligencia de mis camaradas, a medida que se hinchaba su vientre y engordaba su individuo. Acabaron por embrute­cerse del todo a fuerza de comer, y cuando tuvieron el aspecto de unas bestias buenas para el matadero, se les confió a la vigilancia de un pastor que a diario les llevaba a pacer en el prado.

En cuanto a mí, por una parte el hambre, y el miedo por otra, hicieron de mi persona la sombra de mí mismo y la carne se me secó enci­ma del hueso. Así, es que, cuando los indígenas de la isla me vieron tan delgado y seco, no se ocuparon ya de mí y me olvidaron enteramen­te, juzgándome sin duda indigno de servirme asado ni siquiera a la pa­rrilla ante su rey.

Tal falta de vigilancia por parte de aquellos insulares negros y des­nudos, me permitió un día alejarme de su vivienda y marchar en direc­ción opuesta a ella. En el camino me encontré al pastor que llevaba a pacer a mis desgraciados compañe­ros, embrutecidos por culpa de su vientre. Me di prisa, a esconderme entre las hierbas altas, andando y corriendo para perderlos de vista, pues su aspecto me producía tortu­ras y tristeza.

Ya se había puesto el sol, y yo no dejaba de andar. Continué camino adelante, toda la noche sin sentir ne­cesidad de dormir, porque me despa­bilaba el miedo de caer en manos de los negros comedores de carne humana. Y anduve aún durante todo el otro día, y también los seis siguientes, sin perder más que el tiempo necesario para hacer una co­mida diaria que me permitiese seguir mi carrera en pos de lo desconocido. Y por todo alimento Cogía hierbas y me comía las indispensables para no sucumbir de hambre.

Al amanecer del octavo día...

En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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