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西语美文:El ladrón que no roba los domingos 星期天不偷东西的贼 (原创)

时间:2017-08-01来源:互联网  进入西班牙语论坛
核心提示:  马功勋  昵称:马可波罗大叔  旅西华人,DELE C2和高级商务西语文凭获得者,现居马德里,从事过医院、警局、法院、商务
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   马功勋
  昵称:马可波罗大叔
  旅西华人,DELE C2和高级商务西语文凭获得者,现居马德里,从事过医院、警局、法院、商务等陪同翻译,担任过留学生的毕业论文私人指导教师,现任对外西语教师,教授过法国、德国、巴西、俄罗斯等国的学生。爱好西语文学,在马德里华人圈是出名的"书虫",钟爱于收集各大西语名著,并于微西语等公众平台发表过很多优秀原创中西双语文章和学术译文。
  GongXun Ma, poseedor de varios diplomas acreditados(Diploma de Espa?ol como Lengua Extranjera nivel C2, Certificado superior de espa?ol de negocios), intérprete en comisarías, tribunales(traductor para testigos chinos), hospitales y negocios, profesor y corrector personal de tesis escritas por estudiantes universitarios y licenciados, profesor de espa?ol como lengua extranjera(ELE) y ha impartido clases a alumnos extranjeros(estadounidenses, japoneses, coreanos, italianos, franceses, brasile?os, rusos). Además, es escritor, traductor y redactor en varios periódicos locales y en plataformas de WECHAT, coleccionista y lector asiduo de la literatura espa?ola e universal.
  西语版中文版
  Antonio Ramón Sánchez se despertó asustado de una pesadilla en la que su cuerpo fue acribillado a pu?aladas por un grupo de policías nacionales en la estación Antonio Manchado de Madrid. Sobrecogido y jadeante, el hombre se llevó las manos temblorosas al rostro pálido y lleno de sudor mientras luchaba para serenarse.
  Entonces llegó un carcelero rechoncho de unos cincuenta a?os. ?l llevaba un uniforme azul recién planchado y buen almidonado. Su llavero de cobre, un objeto valioso que heredó de su abuelo, bailaba eufóricamente junto con una barriga descomunal que pareció a una mujer embaraza. Estaba de un humor de perros porque había perdido 50 euros en una partida de cartas que su compa?ero había montado.
  -?La cena!-
  Con un gesto más tedioso que experto, la guardia descorrió una ventanilla medio oxidada para empujar una bandeja hacia una celda asfixiante. Al agacharse, un botón salió disparado de su uniforme y se cayó justo al lado de un Antonio todavía entumecido por un sue?o pésimo.
  -Oye, desgraciado, cógemelo.
  El prisionero se incorporó al percatar la voz parsimoniosa del carcelero, después, se sentó en el borde de una cama construida de cementos y escombros. El hombre no contestó la pregunta de su locutor sino, con unos labios tan secos como un pergamino deshidratado, formó con dificultad su propia pregunta.
  -?Hoy ha venido alguien a pagar mi fianza? Dijo sin mirar a nadie.
  -No, hoy tampoco. La guardia sacó de su pitillera un cigarrillo y lo encendió con un fósforo corto.
  -?Y algún recado o alguna llamada telefónica? Antonio cogió un trozo de ladrillo que extrajo de una pared carcomida por un pu?ado de roedores, con el cual, empezó a rayar un número oblicuo y borroso que él había grabado el otro día en la superficie de su catre.
  -Nada y, cógemelo ya. Tras una larga calada y mediante una mirada fulminante, el carcelero lo examinaba a través de rejas ennegrecidas.
  -No debería atracar a esa mujer, no soy experto en atracar, soy un ladrón profesional. Además, se roba en los domingos. Ya con la piedra arrojada al suelo, Antonio colocó las manos debajo de los muslos, apoyadas las palmas contra el catre y se fijó al suelo con sus ojos verdes, unos ojos que habían perdido el vigor.
  -No debes cometer ningún crimen. Y ahora, dame el maldito botón. La guardia comenzó a perder la paciencia.
  -No, a menos que me permitas hacer una llamada. Antonio se abofeteó la mejilla izquierda con su mano derecha, gracias a un hilo de luz que proyectaba de una bombilla impotente, podía ver su presa, que era un mosquito flacucho que yacía descompuesto en una gota de sangre.
  -Eso es imposible. El gordo carcelero apagó la colilla en la rejilla y se puso una cara de pocos amigos.
  -Entonces olvídate de tu botón. Antonio sonreía en la oscuridad y se subió otra vez a una cama en la que el calor ya se había evaporizado.
  -?Maldito hijo de perra! Cuento hasta tres, si no me traes el maldito botón ahora mismo, ?te quedarás sin cena!
  La guardia comenzó a rugir de cólera pero no se atrevió a entrar solo a una celda cuyo propietario era un tipo peligroso.
  -La cena me importa un comino.
  Como si estuviera en su propio domicilio, Antonio tapó su cuerpo con una fina manta maloliente y se acurrucó en una esquina, como lo hacía cuando era un chiquillo.
  -?Pues vete al infierno! El carcelero se encolerizó y escupió al suelo. Estaba a punto de salir del sótano cuando se volvió, mediante una patada precisa, logró que la cena de Antonio, que consistía en tres rebanadas de pan y un sopa pestilente, volara al aire y salpicara por doquier, al caerse, la bandeja de plástico se rompió en a?icos.
  Como podemos dividir un día en dos partes, también es probable que una persona tenga dos personalidades totalmente diferentes, incluso contradictorias. Tal vez el germen de apoderarse de objetos personales de alguien no encontrara tierra fértil cuando Antonio robó una pirueta de corazón por primera vez en una tienda de golosinas, pero la pobreza, la muerte repentina e accidental de sus progenitores y el ambiente en el que creció le ofrecieron suficiente agua, luz y aire para que aquella semilla perversa se convirtiera en un árbol lleno de frutos criminales.
  Todavía recordó con nitidez cómo extrajo con sigilo una cartera de piel de un bolso de Luis Vuitton cuyo propietario coqueteaba entusiasmada con dos caballeros de trajes elegantes. Notaba el ardor en su rostro juvenil, sintió el temblor incontrolable de sus dedos huesudos, se percató de que todo el mundo se fijó en él aunque cada cual se preocupaba en realidad de sus quehaceres matutinos. Jamás olvidaría aquel minuto que le pareció una eternidad. La conversación aburrida que mantuvieron dos universitarias caza-fortunas, el llanto inconsolable de un crío recién nacido, la atención imperturbable de un sabio jubilado y el resplandor de un carmín famoso que reflejaba en los labios carnosos de una se?ora que no paraba de maquillarse mediante un espejo chiquitito. Todo aquello le provocó al joven Antonio una náusea a flor de piel.
  Por fin se oyó una voz artificial a través de un micrófono que le informó a todo el mundo el nombre de una estación. La puerta se deslizaba poco a poco hacia ambos lados, el ladrón salió como el alma que lleva al diablo. Hubo quejas e insultados malhumorados de parte de los viajeros aunque nada le importó menos el contenido de su botín. Fuera hacía un frío glacial. La nieve, bailando con el fuerte viento invernal, se revoloteaba sin prisa hasta que finalmente se aterrizó traviesamente al cuello de un joven que se metió al azar en un callejón. ?l sacudió ligeramente la cabeza y siguió contando un fajo de billetes que no le pertenecían. -Diez, veinte, treinta...-
  Sintió que una bestia avariciosa había nacido en el lugar más recóndito de su corazón, se alimentaba velozmente de cada número escupido por un muérdago humano. Luego, ese monstruo insaciable ahuyentó, pisoteó, finalmente extinguió la última pizca de conciencia que le quedaba. La metamorfosis duró apenas unos segundos. Cuando todo terminó, arrojó la cartera vacía junto con su vida anterior, a un cubo de basuras.
  A partir de entonces, llegó a ser un ladrón profesional aunque no era tan zopenco como para publicar a los cuatro vientos de su verdadera profesión.
  -Actor.-Solía minimizar la importancia de su respuesta cuando algún escéptico curioseaba de cómo se ganaba la vida. Y antes de que su locutor le lanzara otra pregunta, se disculpó con cortesía y se metió en un piso compartido con una viuda que perdió a su marido en un gran incendio.
  Nunca se había avergonzado de que sus vecinos cotillearan de su concubinato, es más, a menudo se reía de sí mismo para satisfacer la necesidad auditiva de los demás. La consecuencia era más que evidente, toda la comunidad de vecinos se alegró de tener un payaso que hablaba de sí mismo como Belén Esteban en la prensa rosa y por lo tanto, había olvidado para siempre que nunca habían visto a Antonio pisar el suelo de un banco.
  Pelucas de diferentes colores, bigotes artificiales, maquillajes exclusivamente para cadáveres y uniformes de las profesiones más conocidas en el mundo actual. Sabía perfectamente que su vida no es una película y un fallo, aunque sea el más insignificante, bastaría que lo detuvieran y lo encarcelaran. Por eso, gastaba todas las ma?anas una hora y media para camuflarse y lo más importante, nunca iría al mismo lugar dentro de una semana para llevar a cabo el mismo crimen.
  Por eso, nadie sospechó cuando un profesor de matemáticas, con su capeta pesada y las gafas de montura negra, intentó levantar un anciano pálido que se desmayó en la estación de Atocha por anemia mientras extrajo un sobre de su bolsillo en el que contenía su pensión mensual; por eso ninguna persona le prestó atención a un alba?il con su uniforme manchado de cemento gris i yeso blanco cuando éste se acercó al otro alba?il que se quedó dormido en un tren en movimiento; por eso todo el mundo le aplaudió cuando un joven fotógrafo acompa?aba a un ciego a buscar un asiento y se despidió sin decir nada. -Es un pedazo de pan.- decía uno. -Qué majo el chico- decía el otro. El minusválido se dio cuenta de la pérdida de su monedero después de dos paradas. Aunque el pobre hombre, ni en el más delirante de sus sue?os, llegó a imaginar que aquel benefactor simpático que nunca podría identificar, era en realidad un malhechor astuto.
  Robaba todos los días excepto los domingos. -Los domingos no se trabaja, eso dice el Dios.- así contestó a su vecino cuando salió de su casa para llevar a su hijastra a dar un paseo en el rastro de Madrid. Y sólo entonces se desenmascaró, se vistió su chaqueta descolorida y se perdió en la multitud bulliciosa como cualquier mundano.
  Miguel de Cervantes decía que si uno no lee no sabrá escribir. En su opinión, uno no sabrá robar si no lee. Sus libros favoritos eran de criminología y psicología. Desde la interpretación de los sue?os de Freud hasta mentes asesinas de la Dra. FEGGY. En las largas noches de su insomnio, los analizó, los subrayó y hasta redactó varias tesis junto con su experiencia personal. Pronto entendió que los criminales cochambrosos de la historia también eran personajes prestigiosos que acudieron a fiestas caritativas u homenajes centenarios. Quería ser uno de ellos, quería que la gente agradeciera tanto su bondad como su limosna.
  Sim embargo, su segunda metamorfosis no fue un camino de rosas. Ya que como filántropo principiante, muchas veces no tenía otro remedio que vaciar su propio bolsillo para satisfacer la petición excesiva de huérfanos hambrientos, vagabundos haraposos y incluso artistas callejeras. El dinero viene y va. Sus robos meticulosamente dise?ados ya no daban abasto aunque siguió aguantado su ideología, su afán de convertiste en algún día un verdadero filántropo. En las madrugadas, cuando la viuda se quedó dormida como un lirón, se miraba en el espejo aquella cara de ratón y se consolaba a sí mismo que no era un psicóloga sino un héroe como "el zorro".
  -Papá, papá, quiero un iPad.-
  Nunca había negado a la petición de su hija aún a sabiendas de que esta vez, tuvo que arriesgarse. Se había fijado en una noticia matutina antes de pegarle en la cara un bigote rubio. -Un grupo de intrusos armados han irrumpido en un banco Santander y se han llevado un millon de euros. Los policías todavía están buscando a los delincuentes fugitivos.
  No se dio cuenta de que su bigote se había torcido, dado que, la voz dulcísima de la presentadora televisiva le advirtió de que, en lugar de hurtar, podría atracar. Le ahorraría tiempo y no necesitaría el complicado camuflaje, como aquellos adolescentes insolventes que atracaron una tienda de alimentos cuyo propietario chino apenas los persiguió para evitar caer en una posible trampa y morir como le ocurrió a su compatriota en otra ciudad de Espa?a.
  Era un domingo nuboso. Tal vez el mal tiempo hubiera influido el humor de los transeúntes que caminaban en la calle pero no a una se?ora que leía con tranquilidad un libro electrónico en una tableta que su hija le regaló para su cumple. La mujer estaba enganchando a un capítulo amoroso en el que el protagonista encontró por fin la mujer de su vida. La mujer sonría y recordó de repente a su difunto marido, entonces suspiró, dejó el aparato en su regazo y se quitó las gafas. Hacía 5 minutos que Antonio había subido al tren. En aquel instante estaba fingiendo teclear en su móvil y miró dos veces hacia ambos lados. Estaba sopesando el arriesgo que iba a asumir,estaba esperando una oportunidad, estaba deseando recibir el beso cari?oso de su hija.
  -Ahora o nunca.-
  La puerta del tren estaba a punto de cerrarse, pero Antonio ya había colocado sus pies en una posición adecuada. La mujer se asustó y dio un alarido horrorizado, acto seguido, se desplomó al suelo y perdió el conocimiento. Antonio corría lo que pudo hasta que dos guardias corpulentos se le echaron encima. En las escalinatas de mármol, se esforzaba para librarse de sus manos de hierro; en el andén, la mujer que padeció un ataque al corazón por un atraco violento luchaba para librarse de la guada?a afilada de la Muerte.
  Una ambulancia llegó al mismo tiempo que dos coches de la policía local. Los vehículos de luces intermitentes escupieron dos enfermeras y cuatro agentes de policía. Cuando se fueron, llevaron consigo una víctima y una alma torcida.
  -No debería atracar a esa mujer, no soy experto en atracar, soy un ladrón profesional. Además, no se roba los domingos. -
  En la misma noche en que lo encerraron en el sótano de la comisaría de Tetuán, Antonio murmuró todo el tiempo la misma perorata hasta la fatiga y el terror le vencieron y se quedó sumergido en un sue?o profundo.
  El ladrón so?ó con estar atado a una silla eléctrica en una habitación cerrada de vidrio. Delante de él y a través de una ventana de cristal, seis personas lo miraban directamente con una expresión furiosa. En aquel instante, el preso sintió correr a través de su espalda un escalofrío espeluznante. Quería pedir ayuda pero fue en vano, ya que su boca había sido precintada por un cacho de cinta adhesiva.
  A continuación cayó en la cuenta de que eran el anciano con su sobre vacío, el alba?il que agitaba en el aire su cartera, el minusválido que agarraba su monedero de piel, su concubina, la mujer que había caído en el andén al padecer un ataque al corazón y una chica joven que jamás había visto.
  Entonces llegaron dos guardias y comenzaron a mojar su cabeza con una esponja áspera. El agua fría y el sudor templado le cegaron temporalmente los ojos. La palpitación inminente de su corazón retumbaba a través de sus oídos como relámpagos de una tormenta espantosa. Sentía su respiración entrecortada y el sabor amargo que tenía en la boca. Los ejecutores ya habían empezado a inmovilizar su cráneo con una tapa metal y un par de tornillos largos.
  -?Matadlo! ?matadlo! ?matadlo...!-
  Las víctimas les gritaban al unísono y golpeaban la ventana de cristal como posesos.
  -?Todavía no te has arrepentido de lo que hiciste en esos a?os?- Nadie abrió la boca pero se oyó con claridad una voz humana.
  De repente, la bombilla que colgaba en el techo comenzó a parpadearse. Antonio se dio cuenta de que no notaba la existencia de sus piernas, luego sus brazos, después su tronco, finalmente, olía a carne quemada. El preso quería cerrar sus ojos para morir en paz pero los agentes le cortaron los párpados con el mismo bisturí que él usaba para rajar los bolsos de un sinfín de víctimas. La sangre borboteaba y empapaba sus pupilas dilatadas, las imágenes de su corta vida se presentaban antes sus ojos como un cortometraje aunque los personajes eran todos de un color rojo intenso.
  -?Todavía no piensas pedir perdón a todo el mundo?-
  Hace medio a?o, en el hospital
  Antes de que el anestesista le calmara con una fuerte dosis de morfina, una paciente joven, atormentada una larga temporada por la insoportable quimioterapia, tosía mientras mascullaba algo incomprensible. Había perdido todos sus pelos negros y sus ojeras, aún más grandes, como si estuvieran explicando detalladamente a todo el mundo que su due?a estaba a punto de morir. En realidad, la chica que se encontraba en aquella cama inmaculada no era más que un esqueleto conectado con un sinfín de máquinas despiadadas. Tal vez supiera que su suerte estaba echada, por eso pensó en despedir de su madre por si acaso no resucitaría jamás.
  -Oye, mamá, ma?ana es tu cumple,te he comprado un regalo. -
  -?De verdad?-
  -Sí, con el dinero que gané de camarera.-
  -Estoy orgullosa de ti.-
  -Le he dicho que la enfermera me lo comprara en la tienda y que lo metiera en tu bolso. Pero ahora no...la chica cogió la mano de su madre. -cuando esté dormida, espero que te guste. Felicidades, mamá.
  La mujer lloró de alegría, como lo estaba habiendo cuando los médicos le realizaban la reanimación cardiopulmunar en la camilla de una ambulancia en movimiento. Poco a poco, sentía que sus fuerza le abandonaban y podía vislumbrar la cara de su hija y la de su marido. Los tres fantasmas se cogían de manos, antes de irse hacia una luz potente, la chica decía a su madre que el ladrón se había arrepentido de lo que hizo.
  在救护车的担架上,女人像当时那样,开心地哭着,医生们不停地为她做着心肺复苏。
  -Más por mí, lo hizo por su propia alma perdida. Que Dios lo perdone. - Fue todo lo que dijo cuando por fin se resucitó, pero cincos segundos después, la mujer murió con los ojos abiertos.
  En la cárcel
  -?Visita!-
  La hijastra de Antonio aguardaba pacientemente detrás de una pared de cristal. Llevaba un limpio uniforme del colegio y jugueteaba sin parar con sus tirabuzones rubios.
  -Papá,papá...- Una vez vio a su padrastro, la ni?a cogió rápidamente el teléfono que colgaba en la pared de cristal y le llamaba continuamente.
  -Estoy aquí, estoy aquí, mi peque?a.-
  -Los vecinos dicen que te han cogido los policías porque has intentado coger una tableta.-
  -Dicen la verdad.-
  -Entonces diles que ya no quiero la tableta y que te suelten ahora mismo.- La ni?a lo miró con inocencia.
  -Mira, cari?o, papá ha cometido un error y tendrá que pagarlo. ?Entendido? Me arrepiento de lo que hice.
  -?Si te arrepientes de lo que hiciste, por qué no les pides perdón a ellos?-
  -?Crees que eso va a funcionar?
  -Si te sientes culpable y les pides perdón, Dios te perdonará también.
  Dicho eso, extrajo una Biblia de su mochila y la pegó en la pared de cristal con sus manitas. Antonio puso sus manos en la pared, cerró los ojos mientras una lágrima resbaló de su mejilla, cuando la gota cayó al suelo, pronunció aquella palabra que tendría que haberla dicho la primera vez que robó en una tienda de golosinas.
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