siempre con gesto cansado,
nunca se detienen, nunca,
solo se las ve volando.
?Por qué viajáis las palabras
arrastradas por el viento?
?Por qué no paráis un rato
a descansar un momento?
“Ojalá pudiera, amigo”,
me responde con un gesto,
“pero no sé cómo hacerlo.
?Casa segura? no tengo;
y, para mí, no hay posadas.
Además, no tengo tiempo,
pues, si el silencio me alcanza,
entonces, desaparezco”.
Morir de puro silencio
es un destino cruel
?quién ayuda a las palabras,
que tanto bien nos hacéis?
Pues, si nadie se adelanta,
no os preocupéis, yo lo haré.
Tengo aquí un poco de ingenio
y os fabricaré un hotel
con las paredes de cuero
y los suelos, de papel.
Haré las camas con letras,
en ellas dormiréis bien,
pondré sábanas de tinta
para que no os destapéis.
Aquí no pasaréis hambre
que yo os haré de comer
platos de puntos y comas
que ayudarán a entender;
y, de beber, unas tildes
para las que tengan sed.
?Venid y haced un descanso,
ya está listo vuestro hotel!
Como son algo miedosas
y no están acostumbradas,
al principio todas ellas
se quedan junto a la entrada.
Pero, según van llegando
las palabras más ancianas,
es tan grande su cansancio
que solo queda acostarlas.
Y, en sus camitas de letras,
por la tinta resguardadas
recuperan tal frescor
que ni recién pronunciadas.
“Aquí viviría mil a?os”,
dice la más veterana.
Este lugar es perfecto,
tiene que ser nuestro hogar.
Si hay que ponerle algún nombre
“Libro” se ha de llamar.