Así habían evitado las muertes, pero cada vez se odiaban más. Cada a?o los ganadores eran más crueles con los perdedores, para vengarse por las veces que habían perdido. Llegó un momento en que ya no querían ganar su partida de bolos. Lo que querían era no perderla.
Y el que más miedo tenía era el gigante Yonk, el mejor jugador de bolos. Nunca había perdido. Muchos dragones habían sido sus esclavos, y se morían de ganas por verle perder y poder vengarse. Por eso Yonk tenía tanto miedo de perder. Especialmente desde la partida del último a?o, cuando falló la primera tirada de su vida. Y decidió cambiar algo.
Al a?o siguiente volvió a ganar. Cuando llegó a su casa con su dragón esclavo este esperaba el peor de los tratos, pero Yonk le hizo una propuesta muy diferente.
- Este a?o no serás mi esclavo. Solo jugaremos a los bolos y te ense?aré todos mis secretos. Pero debes prometerme una cosa: cuando ganes tu partida el a?o que viene, no maltratarás a tu gigante. Harás lo mismo que estoy haciendo yo contigo.
El dragón aceptó encantado. Yonk cumplió su promesa: pasó el a?o sin volar ni calentarse. También cumplió el dragón, y desde entonces ambos hicieron lo mismo cada a?o. La idea de Yonk se extendió tanto que en unos pocos a?os ya eran muchos los gigantes y dragones que se pasaban el día jugando a los bolos, olvidándose de las luchas y los malos tratos, tratándose más como compa?eros de juegos que como enemigos.
Mucho tiempo después Yonk perdió su primera partida. Pero para entonces ya no tenía miedo de perder, porque había sido él quien, renunciando a esclavizar a sus dragones, había terminado con su odio, sembrando la primera semilla de aquella paz casi imposible entre gigantes y dragones.