—James Ryder!
—¿Es usted James Bell Ryder y vive en el 17 de Blainberry Avenue, N.W.?
—Sí, señor.
—¿Cuál es su profesión?
—Soy director gerente de Ellis Vale Cement Co.
—¿Tiene la bondad de examinar esta cerbatana? ¿La había visto antes?
—No.
—Durante el vuelo en el Prometheus, ¿no vio usted este objeto en manos de alguna persona?
—No.
—¿Ocupaba el número 4, delante de la víctima?
—¿Y qué pasa si así fuera?
—Haga el favor de no adoptar ese tono conmigo. Ocupaba usted el número 4. Desde su asiento podía usted ver casi todo lo que sucedía en el compartimiento.
—No, señor. No podía ver nada, porque los respaldos son muy altos.
—Pero si alguien se levantara y se colocara en el pasillo en condiciones de poder disparar una cerbatana contra la interfecta, ¿lo habría visto usted?
—Ciertamente.
—¿Y no vio usted tal cosa?
—No.
—¿Vio usted levantarse a alguno de los pasajeros que ocupaban asientos delante de usted?
—Sí, un pasajero que se sentaba dos filas ante mí, que fue a los servicios.
—¿Alejándose de usted y de la difunta?
—Sí.
—¿No se acercó para nada a la cola del avión?
—No, volvió a su asiento directamente.
—¿Llevaba algo en la mano?
—Nada.
—¿Está seguro?
—Completamente.
—¿No abandonó su asiento nadie más?
—El individuo que estaba delante de mí. Pasó por mi lado y se dirigió a la cola.
—iProtesto! —terció el señor Clancy, levantándose del asiento que ocupaba—. iEso fue antes, mucho antes, a la una!
—Haga el favor de sentarse —ordenó el juez—. Luego podrá hablar. Siga usted, señor Ryder. ¿Notó usted si ese caballero llevaba algo en la mano?
—Creo que llevaba una estilográfica. Y cuando volvió, sujetaba un libro de color naranja.
—¿Y esa fue la única persona que cruzó el avión hacia la cola? ¿Usted no se levantó?
—Sí. Fui al servicio, pero no llevaba ninguna cerbatana en las manos.
—Adopta usted un tono poco apropiado. Siéntese.