—¡Oh! Me gusta mucho su manera de trabajar.
—Tendré que ir a verle —señaló Poirot.
Jane le miró sorprendida. ¡Qué hombrecillo tan raro era aquel belga, saltando de un asunto a otro como un pajarito de rama en rama!
Tal vez él leía sus pensamientos, porque le sonrió, diciendo:
—¿No está de acuerdo conmigo, mademoiselle? ¿No aprueba mis métodos?
—Da usted muchos saltos.
—No es eso. Sigo mi camino con orden y método, paso a paso. No hay que lanzarse nunca de un salto a una conclusión. Hay que ir eliminando.
—¿Eliminando? ¿Eso es lo que usted hace? —preguntó Jane. Pensativa, prosiguió—: Ya veo. Ha eliminado usted al señor Clancy.
—Tal vez —respondió Poirot.
—Y nos ha eliminado a nosotros, y ahora acaso se propone eliminar a lady Horbury. ¡Oh!
Calló, como si se le ocurriera una idea terrible.
—¿Qué le pasa, mademoiselle?
—Eso que ha dicho usted de un intento de asesinato. ¿Es una prueba?
—Es usted muy perspicaz, mademoiselle. Sí, forma parte de la pista que persigo. Hablo del intento de asesinato y observo al señor Clancy, la observo a usted, observo al señor Gale, y en ninguno de los tres descubro el menor cambio, ni un leve pestañeo. Y permita que le diga que no se me puede engañar en eso. Un asesino puede estar preparado para afrontar cualquier ataque previsto. Pero esta anotación en un librito no podía ser conocida por ninguno de ustedes. De modo que, ya ve usted, estoy satisfecho.
—Pero es usted una persona horrible, monsieur Poirot
—exclamó Jane—. No comprendo por qué tiene que decir estas cosas.
—Muy sencillo. Porque necesito averiguar cosas.
—Supongo que tendrá usted unos medios muy ingeniosos para averiguarlas.
—No hay más que una manera.
—¿Y cuál es?
—Dejar que la gente se las diga a uno
Jane se echó a reír..
—¿Y si se las quieren callar?
—A todo el mundo le gusta hablar de sí mismo.
—Supongo que sí —convino Jane.
—Así es como ha hecho fortuna más de un curandero. Invitan al paciente a que se siente y les cuente cosas. Que si se cayó del cochecito a los dos años, que si su madre, comiendo fruta, se manchó el vestido un día, que si al año y medio tiraba a su padre de las barbas. Y luego el curandero le dice que ya no sufrirá más de insomnio y pide dos guineas, y el paciente se va muy contento, contentísimo, y quizá duerma bien aquella noche.