—Pues claro —exclamó—. Es una posibilidad, y debería ser muy sencillo comprobarlo.
Se levantó.
—¿Y ahora qué, amigo mío? —le preguntó Fournier.
—Otra vez al teléfono —explicó Poirot.
—¿Una llamada transatlántica a Quebec?
—Esta vez es una mera llamada a Londres.
—¿A Scotland Yard?
—No, a casa de lord Horbury, en Grosvenor Square. Ojalá tenga la suerte de que lady Horbury se encuentre en casa.
—Cuidado, amigo mío, que si Anne Morisot sospecha que es el blanco de nuestras investigaciones, se nos va a estropear el negocio. Sobre todo no la pongamos en guardia.
—No tema. Seré discreto. Solo pienso hacer una pregunta sin importancia, la pregunta más inofensiva. ¿Quiere usted venir conmigo?
—No, no.
—Insisto.
Los dos hombres salieron, dejando a Jane sola.
Tardaron en ponerlos en comunicación, pero Poirot estuvo de suerte. Lady Horbury se hallaba almorzando en casa.
—Bueno. Dígale usted a lady Horbury que monsieur Hércules Poirot desea hablarle desde París —Hubo una pausa—. ¿Es usted, lady Horbury...? No, no, todo va bien. Le aseguro a usted que todo va bien... No se trata de eso. Deseo que me conteste a una pregunta. ¿Cuando usted vuela de París a Inglaterra, siempre suele acompañarla su doncella o ella va en tren...? En tren. De modo que en aquella ocasión... Comprendo... ¿Está segura? ¡Ah! ¿Se ha despedido? ¿La dejó de repente al recibir una noticia...? Mais oui, qué ingratitud... Es cierto. ¡Son un atajo de ingratas...! Sí, sí, exacto... No, no es preciso que se moleste. Au revoir. Gracias.
Dejó el aparato y se volvió hacia Fournier con ojos brillantes.
—Escuche esto, amigo mío: la doncella de lady Horbury acostumbraba a viajar en tren y en barco. El día que mataron a Giselle, lady Horbury decidió a última hora que Madeleine hiciese el viaje también en avión.
Cogió al francés del brazo.
—Pronto, amigo mío. Hemos de ir corriendo a su hotel. Si no me equivoco, y mucho me temo que no, no hay tiempo que perder.
Fournier se quedó sorprendido, pero no tuvo tiempo de formular ni una pregunta, porque Poirot ya había cruzado la puerta giratoria que daba a la calle.
Fournier corrió tras él.
—Pero no acabo de comprenderlo. ¿Qué pasa?
El inspector abrió la portezuela de un taxi. Tras subirse, a él, Poirot le dio al chófer las señas del hotel de Anne Morisot.
—Y a toda velocidad, pero que a toda velocidad.
Fournier se apresuró a entrar tras él.
—¿Qué mosca le ha picado? ¿Por qué estas prisas?
—Porque, amigo mío, si no me equivoco, Anne Morisot está en inminente peligro.
—¿Usted cree?
Fournier no pudo disimular un tono de escepticismo.