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西语阅读:《一千零一夜》连载十一 a

时间:2011-09-29来源:互联网  进入西班牙语论坛
核心提示:西语阅读:《一千零一夜》连载十一 a Luego aadi: Oh mis seores! Queris entrar slo por condescendencia y probar este plato? Porque, por Alah! apenas te he visto, ,h lindo muchacho! mi corazn se ha inclinado hacia tu persona, cm
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西语阅读:《一千零一夜》连载十一 a

Luego añadió: “¡Oh mis señores! ¿Queréis entrar sólo por condescen­dencia y probar este plato? Porque, ¡por Alah! apenas te he visto, ¡,áh lindo muchacho! mi corazón se ha inclinado hacia tu persona, cómo la otra vez. Y me arrepiento de haer cometido la locura de seguir­te.” Y Agib contestó: “¡Por Alah, que eres un amigó peligroso! Por unos dulces que nos diste, estuvo en poco que nos comprometieras. Pero ahora no entraré, ni comeré nada en tu casa, como no jures que no saldrás detrás de nosotros como la otra vez. Y sabe que de otra manera nunca volveremos aquí, por­que vamos a pasar toda la semana en Damasco, a fin de que mi abuelo pueda comprar regalos para el sul­tán.” Entonces Badreddin exclamó: ¡Lo juro ante vosotros!” Y en seguida Agib y el eunuco entraron en la tienda, y Badreddin les ofreció al instante una terrina de granos de granada, su deliciosa especialidad. Y Agib le dijo: “Ven, y come con nosotros. Y así puede que Alah conceda el éxito a nuestras pesqui­sas.” Y Hassán se sintió muy feliz al sentarse frente a ellos. Pera no dejaba ni un instante de contemplar a Agib: Y lo miraba de un modo tan extraño y persistente, que Agib, cohibido, le dijo: “¡Por Alah! Ya te lo dije la otra vez. No me mires de esa manera, pues parece que quieras devorar mi cara con tus ojos.” Y a sus frases respondió Ba­dreddin con estas estrofas:

 

¡En lo más profundo de mi corazón hay para ti un secreto que no puedo revelar, un pensamiento íntimo y ocul­to que nunca traduciré en palabras!

¡Oh tú, que humillas a la brillante luna, orgullosa de su belleza! ¡oh tú, rostro radiante, que avergüenzas a la mañana y a la resplandeciente aurora!

¡Te he consagrado un culto mudo; te dediqué, ¡oh vaso selecto! un signo mortal y unos voto que de continuo se acrecientan y embellecen!

¡Y ahora ardo y me derríto por completo! ¡Tu rostro es mi paraíso! ¡Estoy seguro de morir de esta sed abrasadora! ¡Y sin embargo, tus labios podrían apagarla y refrescarme con su miel!

 

Terminadas estas estrofas, recitó otras no menos admirables, pero en otro sentido; dirigidas al eunuco. Y así estuvo diciendo versos durante una hora, tan pronto dedicados a Agib como al esclavo. Y luego que sus huéspedes se hubieron saciado, Hassán se levantó a fin de traerles lo indispensable para que se lava­sen. Y al efecto les presentó un hermoso jarro de cobre muy limpio; les echó agua perfumada en las manos y se las limpió después con una hermosa toalla de seda que le pendía de la cintura. Y en seguida les roció con agua de rosas, sirvién­dose de un aspersorio de plata que guardaba cuidadosamente en el es­tante más alto de su tienda, sacándolo nada más que en las ocasiones solem­nes. Y no contento aún, salió un instante para volver en seguida, tra­yendo en la mano dos alcarrazas llenas de sorbete de agua de rosas, y les ofreció una a cada uno, dicien­do “Aceptadlo y coronad así vues­tra condescendencia.” Entonces Agib cogió una alcarraza y bebió, y luego se la entregó al eunuco, que bebió y se la entregó otra vez a Agib, que bebió y se la volvió a entregar al esclavo, y así sucesivamente, hasta que llenaron bien el vientre y se vieron hartos como nunca lo habían estado en su vida. Y por último, dieron las gracias al pastelero, y se retiraron muy de prisa para llegar al campamento antes de que se ocul­tase el sol.

Y llegados a las tiendas, Agib se apresuró a besar la mano a su abuela y a su madre Sett El-Hose. Y la abuela le dio otro beso, acordán­dose de su hijo Badreddin, y hubo de suspirar y llorar mucho. Y des­pués recitó estas dos estrofas:

 

¡Si no tuviese la esperanza de que los objetos separados han de reunirse algún día, nada habría aguardado ya desde que te fuiste!

¡Pero hice el juramento de que no entraría en mi corazón más amor que el tuyo! ¡Y Alah mi señor, que conoce todos los secretos, puede atestiguar que lo he cumplido!

 

Después le dijo a Agib: “Hijo mío, ¿por dónde estuviste?” Y él contestó: “Por los zocos de Damasco.” Y ella dijo: “Ya debes tener mucho apeti­to.” Y se levantó y le trajo una terrina llena del famoso dulce de granada, deliciosa especialidad en que era muy diestra, y cuyas pri­meras nociones había dado a su hijo Badreddin siendo él muy niño.

Y ordenó al eunuco: “Puedes co­mer con tu amo Agib.” Y el eunuco, haciendo muecas, se decía: ¡Por Alah! ¡Maldito el apetito que tengo!, ¡No podré comer ni un bocado!” Pero fue a sentarse junto a su señor.

Y Agib, que se había sentado tam­bién, se encontraba con el estómago lleno de cuanto había comido y bebido en la pastelería. Sin embargo, tomó un poco de aquel dulce, pero no pudo tragarlo por lo harto que estaba. Además le pareció muy poco azucarado. Y en realidad no era así ni mucho menos. Porque la culpa era de él, pues no podía estar más ahito de lo que estaba. Así es que, haciendo un gesto de repugnancia, dijo a su abuela: “¡Oh abuela! Este dulce no está bien hecho.” Y la abuela, despechada, exclamó: “¿Có­mo te atreves a decir que no están bien hechos mis dulces? ¿Ignoras que no hay en el mundo quien me iguale en el arte de la repostería y la confitería, como no sea tu padre Hassán Badreddin, y eso porque yo le enseñé?” Pero Agib repuso: “¡Por Alah, abuela, que a este plato le falta algo de azúcar! No se lo digas a mi madre ni a mi abuelo; pero sabe que acabamos de comer en el zoco, donde nos ha obsequiado un paste­lero, ofreciéndonos este mismo plato. ¡Ah! ¡sólo su perfume ensanchaba el corazón! Y su sabor delicioso habría despertado el apetito de un enfermo. Y realmente, este plato preparado por ti no se le puede comparar ni con mucho, abuela mía.”

Y la abuela, enfurecida al oír estas palabras, lanzó una terrible mirada el eunuco Said y le dijo...

 

En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Entonces, su hermana, la joven Doniazada, le dijo: “¡Oh hermana mía! ¡Cuán dulces y agradables son, tus palabras, y cuán delicioso y en­cantador ese cuento!”

Y Schahazada sonrió y dijo: “Sí, hermana mía; pero nada vale com­parado con lo que os contaré la pró­xima noche, si vivo aún, por merced de Alah y gusto del rey.”

Y el rey dijo para sí: “¡Por Alah! No la mataré antes de oír la conti­nuación de su historia, pues real­mente es una historia en extremo asombrosa y extraordinaria.”

Salió el sol e inmediatamente el rey Schahriar fue a la sala de sus jus­ticias, y se llenó el diván con la mul­titud de visires, chambelanes, guar­dias y gente de palacio. Y el rey juzgó y dispuso nombramientos y destituciones, y gobernó y despachó los asuntos pendientes, hasta que hubo acabado el día.

Y luego se levantó el diván, regre­só el rey al palacio, y cuando llegó la noche fue a buscar a Schahrazada, la hija del visir.

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