西语阅读:《一千零一夜》连载十六 a
HISIORIA DEL JOVEN COJO CON EL BARBERO DE BAGDAD
(Contada por el colo y repetida por el sastre)
“Sabed, ¡oh todos los aquí presentes! que mi padre era uno de los principales mercaderes de Bagdad, y por voluntad de Alah fui su único hijo. Mi padre, aunque muy rico y estimado por toda la población, llevaba en su casa una vida pacífica, tranquila y llena de reposo. Y en ella me educó, y cuando llegué a la edad de hombre me dejó todas sus riquezas, puso bajo mi mando a todos sus servidores y a toda la familia, y murió en la misericordia de Alah, a quién fue a dar cuenta de la deuda de su vida. Yo seguí, como antes, viviendo con holgura, poniéndome los trajes más suntuosos y comiendo los manjares más exquisitos. Pero he de deciros que Alah, Omnipotente y Gloriosísimo, había infundido en mi corazón el horror a la mujer y a todas las mujeres, de tal modo, que sólo verlas me producía sufrimiento y agravio. Vivía, pues, sin ocuparme de ellas, pero muy feliz y sin desear cosa alguna.
Un día entre los días, iba yo por una de las calles de Bagdad, cuando vi venir hacia mí un grupo numeroso de mujeres. En seguida, para librarme de ellas, emprendí rápidamente la fuga y me metí en una calleja sin salida. Y en el fondo de esta calle había un banco, en el cual me senté a descansar.
Y cuando estaba sentado se abrió frente a mí una celosía, y aparecio en ella una joven con una regadera en la mano, y se puso a regar las flores de unas macetas que había en el alféizar de la ventana.
¡Oh mis señores! He de deciros que al ver á esta joven sentí nacer en mí algo que en mi vida había sentido. Así es que en aquel mismo instante mi corazón quedó hechizado y completamente cautivo, mi cabeza y mis pensamientos no se ocuparon más que de aquella joven, y todo mi pasado horror a las mujeres se transformó en un deseo abrasador. Pero ella, en cuanto hubo regado las plantas, miró distraídamente a la izquierda y luego a la derecha, y al verme me dirigió una larga mirada que me sacó por completo el alma del cuerpo. Después cerró la celosía y desapareció. Y por más que la estuve esperando hasta la puesta del sol, no volvió a aparecer. Y yo parecía un sonámbulo o un ser que ya no pertenece a este mundo.
Mientras seguía sentado de tal suerte, he aquí que llegó y bajó de su mula, a la puerta de la casa; el kadí de la ciudad, precedido de sus negros y seguido de sus criados. El kadí entró en la misma casa en cuya ventana había yo visto a la joven, y comprendí que debía ser su padre.
Entonces volví a mi casa en un estado deplorable, lleno de pesar y de zozobra, y me dejé caer en el lecho. Y en seguida se me acercaron todas las mujeres de la casa, mis parientes y servidores, y se sentaron a mi alrededor y empezaron a importunarme acerca de la causa de mi mal. Y como nada quería decirles sobre aquel asunto, no les contesté palabra. Pero de tal modo fue aumentando mi pena de día en día, que caí gravemente enfermo y me vi muy atendido y muy visitado por mis amigos y parientes.
Y he aquí que uno de los días vi entrar en mi casa a una vieja, que en vez de gemir y compadecerse, se sentó a la cabecera del lecho y empezó a decirme palabras cariñosas para calmarme. Después me miró, me examinó atentamente, pidió a mi servidumbre que me dejaran solo con ella. Entonces me dijo: “Hijo mío, sé la causa de tu enfermedad, pero necesito, que me des pormenores.” Y yo le comuniqué en confianza todas las particularidades del asunto, y me contestó: “Efectivamente, hijo mío, esa es la hija del kadí de Bagdad y aquella casa es ciertamente su casa. Pero sabe que el kadí no vive en el mismo piso que su hija, sino en el de abajo. Y de todos modos, aunque la joven vive sola, está vigiladísima y bien guardada. Pero sabe también que yo voy mucho a esa casa, pues soy amiga de esa joven, y puedes estar seguro de que no has de lograr lo que deseas más que por mi mediación. ¡Anímate, pues, y ten alientos!”
Estas palabras me armaron de firmeza, y en seguida me levanté y me sentí el cuerpo ágil y recuparada la salud. Y al ver esto, se alegraron todos mis parientes. Y entonces la anciana se marchó, prometiéndome volver al día siguiente para darme cuenta de la entrevista que iba a tener con la hija del kadí de Bagdad.
Y en efecto, volvió al día siguiente. Pero apenas le vi la cara, comprendí que no traía buenas noticias. Y la vieja me dijo: “Hijo mío, no me preguntes lo que acaba de suceder. Todavía estoy trastornada. Figúrate que en cuanto le dije al oído el objeto de mi visita, se puso de pie y me replicó muy airada: “Malhadada vieja, si no te callas en el acto y no desistes de tus vergonzosas proposiciones, te mandaré castigar como mereces.” Entonces, hijo mío, ya no dije nada; pero me propongo intentarlo por segunda vez. No se dirá que he fracasado en estos empeños, en los que soy más experta que nadie.” Después me dejó y se fue.
Pero yo volví a caer enfermo con mayor gravedad, y dejé de comer y beber.
Sin embargo, la vieja, como me había ofrecido, volvió a mi casa a los pocos días, y su cara resplandecía, y me dijo sonriendo: “Vamos, hijo, ¡dame albricias por las buenas nuevas que te traigo!” Y al oírlo, sentí tal alegría que me volvió el alma al cuerpo, y dije enseguida a la anciana: “Ciertamente, buena madre, te deberé el mayor beneficio.” Entonces ella me dijo: “Volví ayer a casa de la joven. Y cuando me vio muy triste y abatida y con los ojos arrasados en lágrimas, me preguntó: ¡Oh mísera! ¿por qué está tan oprimido tu pecho? ¿Qué te pasa?” Entonces se aumentó mi llanto, y le dije: “¡Oh hija mía y señora! ¿no recuerdas que vine a hablarte de un joven apasionadamente prendado en tus encantos? Pues bien: hoy está para morirse por culpa tuya.” Y ella, con el corazón lleno de lástima, y muy enternecida, preguntó: “¿Pero quién es ese joven de que me hablas?” Y yo le dije: “Es mi propio hijo, el fruto de mis entrañas. Te vio hace algunos días, cuando estabas reganda las flores, y pudo admirar un momento los encantos de tu cara, y él, que hasta ese momento no quería ver ninguna mujer y se horrorizaba de tratar con ellas, está loco de amor por ti. Por eso, cuando le conté la mala acogida que me hiciste, recayó gravemente en su enfermedad. Y ahora acabo de dejarle tendido en los almohadones de su lecho, a punto de rendir el último suspiro al Creador. Y me temo que no haya esperanza de salvación para él.” A estas palabras palideció la joven, y me dijo: “¿Y todo eso es por causa mía?” Yo le contesté: “¡Por Alah, que así es! ¿Pero qué piensas hacer ahora? Soy tu sierva, y pondré tus órdenes sobre mi cabeza y sobre mis ojos.” Y la joven: me dijo: “Ve enseguida a su casa, y transmítele de mi parte el saludo, y dile que me causa mucho dolor su pena. Y en seguida le dirás que mañana viernes, antes de la plegaria, le aguardo aquí. Que venga a casa, y ya diré a mi gente que le abran la puerta, y le haré subir a mi aposento, y pasaremos juntos toda una hora. Pero tendrá que marcharse antes de que mi padre vuelva de la oración.”
Oídas las palabras de la anciana, sentí que recobraba las fuerzas y que se desvanecían todos mis padecimientos y descansaba mi corazón. Y saqué del ropón una bolsa repleta de dinares y rogué a la anciana que le aceptase: Y la vieja me dijo: “Ahora reanima tu corazón y ponte alegre.” Y yo le contesté: “En verdad que se acabó mi mal.” Y en efecto, mis parientes notaron bien pronto mi curación, y llegaron al colmo de la alegría, lo mismo que mis amigos.
Aguardé, pues, de este modo hasta el viernes, y entonces vi llegar a la vieja. Y en seguida me levanté, me puse mi mejor traje, me perfumé con esencia de rosas, e iba a correr a casa de la joven, cuando la anciana me dijo: “Todavía queda mucho tiempo. Más vale que entretanto vayas al hammam a tomar un buen baño y que te den masaje, que te afeiten y depilen, puesto que ahora sales de una enfermedad. Veras qué bien te sienta.” Y yo respondí: “Verdaderamente, es una idea acertada. Pero mejor será llamar a un barbero, para que me afeite la cabeza, y después podré ir a bañarme al hammam.
Mandé entonces a un sirviente que fuese a buscar a un barbero, y le dije, “Ve en seguida al zoco y busca un barbero que tenga la mano ligera, pero sobretodo que sea prudente y discreto,, sobrio en palabras y nada curioso, que no me rompa la cabeza con su charla, coma hacen la mayor parte de los de su profesión. Y mi servidor salió a escape y me trajo un barbero viejo.