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西语阅读:《一千零一夜》连载十七 b

时间:2011-09-30来源:互联网  进入西班牙语论坛
核心提示:西语阅读:《一千零一夜》连载十七 b Y cuando el barbero me vio en aquel estado, se decidi a coger la navaja y a pasarla por la correa que llevaba a la cintura. Pero gast tanto tiempo en pasar y repasar el acero por el cuero,
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西语阅读:《一千零一夜》连载十七 b

Y cuando el barbero me vio en aquel estado, se decidió a coger la navaja y a pasarla por la correa que llevaba a la cintura. Pero gastó tanto tiempo en pasar y repasar el acero por el cuero, que estuve a punto de que se me saliese el alma del cuerpo. Pero, al fin, acabó por acercarse a mi cabeza, y empezó a afeitarme por un lado, y, efectivamente, iban des­apareciendo algunos pelos. Después se detuvo, levantó la mano, y me dijo: “¡Oh joven dueño mío!„ Los arrebatos son tentaciones del Chei­tán.” Y me recitó estas estrofas:

 

¡Oh sabio! ¡Medita mucho tiempo tus propósitos, y no tomes nunca reso­luciones precipitadas, sobre todo cuando te elijan para ser juez en la tierra!

¡Oh juez! ¡Nunca juzgues con dure­za, y encontrarás misericordia cuando te toque el turno fatal!

¡Y no olvides jamás que no hay en la tierra mano tan poderosa que no puede ser humillada, por la mano de Alah, que la domina!

¡Y tampoco olvides que el tirano ha de- encontrar siempre otro tirano que le oprimirá!

 

Después me dijo: “¡Oh mi señor! Ya veo sobradamente que no te merecen ninguna consideración mis méritos ni mi talento. Y sin embar­go, esta misma mano que hoy te afeita es la misma mano que toca y acaricia la cabeza de los reyes, emi­res, visires y gobernadores; en una palabra, la cabeza de toda la gente ilustre y noble. Y debía referirse a mí o a alguien que se me pareciese el poeta que habló de este modo:

 

¡Considero todos los oficios como collares preciosos, pero el de barbero es la perla más hermosa del collar!

¡Supera en sabiduría y grandeza de alma a los más sabios y a los más ilustres, y su mano domina la cabeza de los reyes!”

 

Y replicando a tanta palabrería, le dije: “¿Quieres ocuparte en tu oficio, sí o no? Has conseguido des­trozarme el corazón y hundirme el cerebro.” Y entonces exclamó; “Voy sospechando que tienes prisa de que acabe.” Y le dije: “¡Sí que la tengo! ¡Sí queda tengo! ¡Sí que la tengo!” Y él insistió: “Que aprenda tu alma un poco de paciencia y de modera­ción. Porque sabe, ¡oh mi joven amo! que el apresuramiento es una mala sugestión del Tentador, y sólo trae consigo el arrepentimiento y el fra­caso. Y además, nuestro soberano Mohamed (¡sean con él las bendi­ciones y la paz!) ha dicho: “Lo más hermoso del mundo es lo que se, hace con lentitud y madurez.” Pero lo que acabas de decirme excita gran­demente mi curiosidad y te ruego que me expliques el motivo de tanta impaciencia, pues nada perderás con decirme qué es lo que te obliga a apresurarte de este modo. Confío, en mi buen desea hacia ti, que será un motivo agradable, pues me cau­saría mucho sentimiento que fuese de otra clase, Pero ahora tengo que interrumpir por un momento mi ta­rea, pues como quedan pocas horas de sol, necesito aprovecharlas.” En­tonces soltó la navaja, cogió el as­trolabio, y salió en busca de los ra­yos del sol, y estuvo mucho tiempo en el patio. Y midió la altura del sol, pero todo esto sin perderme de vista y haciéndome preguntas. Des­pués, volviéndose hacia mí, me dijo: “Si tu impaciencia es sólo por asistir a la oración, puedes aguardar tran­quilamente, pues sabe que en reali­dad aún nos quedan tres horas, ni más ni menos. Nunca me equivoco en mis cálculos.” Y yo contesté: ¡Por Alahl ¡Ahórrame estos discursos, pues me tienes con el hígado hecho trizas!”

Entonces cogió la navaja y volvió a suavizarla, como lo había hecho antes, y reanudó la operación de afeitarme muy poco a poco; pero no podía dejar de hablar; y prosi­guió: “Mucho siento tu impaciencia, y si quisieras revelarme su causa, sería bueno y provechoso para ti. Pues ya te dije que tu difunto padre me profesaba gran estimación, y nun­ca emprendía nada sin oír, mi pa­recer.” Entonces hube de convencer­me que para librarme del barbero no me quedaba otro recurso que in­ventar algo para justificar mi impa­ciencia, pues pensé: “He aquí que se aproxima la hora de la plegaria, y si no me apresuro a marchar a casa de la joven, se me hará tarde, pues la gente saldrá de las mezquitas y en­tonces todo lo habré perdido.” Dije; pues, al barbera: “Abrevia de una vez y déjate de palabras ociosas y de curiosidades indiscretas. Y ya que te empeñas en saberlo, te di­ré que tengo que ir a casa de un amigo que acaba de enviarme una invitación urgente convidándome a un festín:”

Pero cuando oyó hablar de con­vite y festín el barbero dijo: “¡Que Alah te bendiga, y te llene de pros­peridades! Porque precisamente me haces recordar que he convidado a comer en mi casa a varios amigos y se me ha olvidado prepararles co­mida. Y me acuerdo ahora, cuando ya es demasiado tarde.” Entonces le dije: “No te preocupe ese retraso, que lo voy a remediar en seguida. Ya que no como en mi casa, por ha­berme convidado a un festín, quiero darte cuantos manjares y bebidas te­nía dispuestos, pero con la condición de que termines en seguida tu nego­cio y acabes pronto de afeitarme la cabeza”. Y el barbero contestó: “¡Ojalá Alah te colme de sus dones y te lo pague en bendiciones en su día! Pero ¡oh mi señor! ten la bon­dad de enumerar, aunque sea muy sucintamente, las cosas con que va a obsequiarme tu generoso despren­dimiento, para que yo las conozca.” Y le dije: “Tengo a tu disposición cinco marmitas llenas de cosas ex­celentes: berenjenas y calabacines rellenos, hojas de parra sazonadas con limón, albondiguillas con trigo partido y carne mechada, arroz con tomate y filetes de carnero, guisado con cebolletas. Y además diez pollos, asados y un carnero a la parrilla. Después dos grandes bandejas: una de kenafa y la otra de pasteles, que­sos, dulce y miel. Y frutas de todas clases: pepinos, melones, manzanas, limones, dátiles frescos y otras mu­chas más.” Entonces me dijo: “Man­da traer todo eso aquí, para verlo.” Y yo mandé que lo trajesen, y lo fue examinando y lo probó, y me dijo: “¡Grande es tu generosidad, pero faltan las bebidas!” Y yo con­testé: “También las tengo.” Y repli­có: “Di que las traigan.” Y mandé traer seis vasijas. llenas de seis clases de bebidas, y las probó una por una, y me dijo: “¡Alah te provea de todas sus gracias! ¡Cuán generoso es tu corazón! Pero ahora falta el incienso, y el benjuí, y los perfumes para quemar en la. sala, y el agua de rosas y la de azahar para rociar a mis huéspedes.” Entonces mandé, traer un cofrecillo lleno de ámbar gris, áloe, nadd, almizcle, incienso y benjuí, que valía más de cincuenta dinares de oro, y no se me olvidaron las esencias aromáticas ni los hisopos de plata con agua de olor. Y como el tiempo se acortaba tanto como sume oprimía el corazón, dije al barbero: “Toma todo esto, pero acaba de afeitarme la cabeza, por la vida de Mohamed (¡sean con Él la ora­ción y la paz de Alah!)” Y el barbe­ro dijo entonces: “¡Por Alah!” No cogeré ese cofrecillo sin haberlo abierto, a fin de saber su contenido:” Y no hubo más remedio que llamar a un criado para que abriese el cofrecillo. Y entonces el barbero soltó el astrolabio, se sentó en el suelo, y empezó a sacar todos los perfumes, incienso, benjuí, almizcle, ámbar gris, áloe, y los olfateó uno tras otro con tanta lentitud y tanta parsimonia, que se me figuró otra vez que el alma se me salía del cuerpo Después se levantó, me dio las gracias, cogió la navaja, y volvió a reanudar la operación de afeitar­me la cabeza. Pero apenas había empezado, se detuvo de nueva y me dijo:

¡Por, Alah, ¡oh hijo de mi vida! no sé a cuál de los dos alabar y bendecir hoy más extremadamente, si a ti o a tu difunto padre! Porque, en realidad, el festín que voy a dar en mi casa se debe por completo a tu iniciativa generosa y a tus magnáni­mos donativos. Pero ¿te lo diré? Per­míteme que te haga esta confianza. Mis convidados son personas poco dignas de tan suntuoso festín. Son, como yo, gente de diversos oficios pero resultan deliciosos. Y para que te convenzas, nada mejor que los enumere: en primer lugar, el admi­rable Zeitún, el que da masaje en el hammam; el alegre y bromista Salih, que vende torrados; Haukal, ven­dedor de habas cocidas; Hakraschat, verdulero; Hamid, basurero, y final­mente, Hakaresch, vendedor de leche cuajada.

“Todos estos amigos a quienes he invitado no son, ni con mucho, de esos charlatanes, curiosos e indiscretos, sino gente muy festiva, a cuyo lado no puede haber tristeza. El que menos, vale más en mi opinión que el rey más poderoso. Pues sabe que cada uno de ellos tiene fama en toda la ciudad por un baile y una canción diferentes. Y por si te agradase algu­na, voy a bailar y cantar cada danza y cada canción.

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