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西语阅读:《一千零一夜》连载十九 b

时间:2011-09-30来源:互联网  进入西班牙语论坛
核心提示:西语阅读:《一千零一夜》连载十九 b HISTORIA DE EL-KUZ, CUARTO HERMANO DEL BARBERO Mi cuarto hermano, el tuerto El-Kuz El-Assuan, o el botijo irrompible, ejerca en Bagdad el oficio de carnicero. Sobresala en la venta de carne
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西语阅读:《一千零一夜》连载十九 b

HISTORIA DE EL-KUZ, CUARTO HERMANO DEL BARBERO

“Mi cuarto hermano, el tuerto El-Kuz El-Assuaní, o el botijo irrom­pible, ejercía en Bagdad el oficio de carnicero. Sobresalía en la venta de carne y picadillo, y nadie le aven­tajaba en criar y engordar carneros de larga cola. Y sabía, a quién ven­der la carne buena y a quién des­pechar la mala. Así es que los mer­caderes más ricos y los principales de la ciudad sólo se abastecían en su casa y no compraban más carne que la de sus carneros; de modo que en poco tiempo llegó a ser muy rico y propietario de grandes rebaños y her­mosas fincas.

Y seguía prosperando mi hermano El-Kuz, cuando cierto día entre los días, que estaba sentada en su esta­blecimiento, entró un jeique de larga barba blanca, que le dio dinero le dijo: “¡Corta carne buena!” Y mi hermano le dio de la mejor carne, cogió el dinero y devolvió el saludo al anciano; que se fue.

Entonces mi hermano examinó las monedas de plata que le había entre­gado el desconocido, y vio que eran nuevas, de una blancura deslumbra­dora. Y se apresuró a guardarlas aparte en una caja especial, pensan­do: “He aquí unas monedas que me van a dar buena sombra.”

Y durante cinco meses seguidos el viejo jeique de larga barba blanca fue todos los días a casa de mi her­mano, entregándole monedas de pla­ta completamente nuevas a cambio de carne fresca y de buena calidad. Y todos los días mi hermanó cui­daba de guardar aparte aquel dinero. Pero un día mi hermano El-Kuz quiso contar la cantidad que había reunido de este modo, a fin de com­prar unos hermosos carneros, y espe­cialmente unos cuantos moruecos para enseñarles a luchar unos con otros, ejercicio muy gustado en Bag­dad, mi ciudad. Y apenas había abierto la caja en que guardaba el dinero del jeique de la barba blan­ca, vio que allí no había ninguna moneda, sino redondeles de papel blanco.

Y entonces empezó a darse puñe­tazos en la cara y en la cabeza, a lamentarse a gritos. Y en seguida le rodeó un gran grupo de transeún­tes, a quienes contó su desventura, sin que nadie pudiera explicarse la desaparición de aquel dinero. Y El-Kuz seguía gritando y diciendo: “¡Haga Alah que vuelva hora ese maldito jeique para que le pueda arrancar las barbas y el turbante con mis propias manos!”

Y apenas había acabado de pro­nunciar estas palabras, cuando apa­reció el jeique. Y el jeique atravesó por entre el gentío, y llegó hasta mi hermano para entregarle, como de costumbre, el dinero. En seguida mi hermano se lanzó contra él; y sujetándole por un brazo; dijo: “¡Oh musulmanes! ¡Acudid en mi socorro! ¡He aquí al infame ladrón!” Pero el jeique no se inmutó para nada, pues inclinándose hacia mi hermano le dijo de modo que sólo pudiera oírle él: “¿Qué prefieres, callar o que te comprometa delante de todos? Y te advierto que tu afrenta ha de ser más terrible que la que quieres causarme.” Pero El-Kuz contestó: “¿Qué afrenta puedes hacerme, mal­dito viejo de betún? ¿De qué modo me vas a comprometer?” Y el jeique dijo: “Demostraré que vendes carne humana en vez de carnero.” Y mi hermano repuso: “¡Mientes, oh mil veces embustero y mil veces maldi­to!” Y el jeique dijo: “El embustero y el maldito es quien tiene colgando del gancho de su carnicería un cada­ver en vez de un carnero.” Y mi hermano protestó violentamente, y dijo: “¡Perro, hijo de perro! Si prue­bas semejante cosa, te entregaré mi sangre y mis bienes.” Y entonces el jeique se volvió hacia la muche­dumbre y dijo a voces: “¡Oh vos­otros todos, amigos míos! ¿veis a este carnicero? Pues hasta hoy nos ha estado engañando a todos, infrin­giendo'los preceptos de. nuestro ' Li­bro. Porque en vez de matar carne­ros degüella cada día a un hijo de Adán y nos vende su carne por car­ne de carnero. Y para convenceros de que digo la verdad, entrad a re­gistrar la tienda.”

Entonces surgió un clamor, y la muchedumbre se precipitó en la tien­da de mi hermana El-Kuz, toman­dola por asalto. Y a la vista de todos apareció colgado de un gancho el cadáver de un hombre; desollado, preparado y destripado. Y en el tablón de las cabezas de carnero había tres cabezas humanas, desolla­das, limpias, y cocidas al horno, para la venta.

Y al ver esto, todos los presentes se lanzaron sobre mi hermanó, gri­tando: “¡Impío, sacrílego, asesino!” Y la emprendieron con él a palos y a latigazos. Y los más encarnizados contra él y los que más cruelmente le pegaban eran sus parroquianos más antiguos y sus mejores amigos. Y el viejo jeique le dio tan violento puñetazo en un ojo, que se lo saltó sin remedio. Después cogieron el supuesto cadáver degollado, ataron a mi hermano El-Kuz, y todo el mundo, precedido del jeique, se pre­sentó delante del ejecutor de la ley. Y el jeique le dijo: “¡Oh Emir! He aquí que te traemos, para que pague sus crímenes, a este hombre que desde hace mucho tiempo degüella a sus semejantes y vende su carne como si fuese de carnero. No tienes más que dictar sentencia y dar cum­plimiento a la justicia de Alah, pues he aquí a todos los testigos.” Y esto fue todo lo que. pasó. Porque el jeique de la blanca barba era un bruja que tenía el poder de aparen­tar cosas que no lo eran realmente.

En cuanto a mi hermano El-Kuz, por más que se defendió, no quiso oírle el juez, y lo sentenció a recibir quinientos palos. Y le confiscaron todos sus bienes y propiedades, no siendo poca su suerte con ser tan rico, pues de otro modo le habrían condenado a muerte sin remedio. Y además le condenaron a ser des­terrado.

Y mi hermano, con un ojo menos, con la espalda llena de golpes y medio muerto, salió de Bagdad cami­no adelante y sin saber adónde di­rigirse, hasta que llegó a una ciudad lejana, desconocida para él, y allí se detuvo, decidido a establecerse en aquella ciudad y ejercer el oficio de remendón, que apenas si necesita otro capital que unas manos hábiles.

Fijó, pues, su puesto en un esqui­nazo de dos calles, y se puso a tra­bajar para ganarse la vida. Pero un día que estaba poniendo una pieza nueva a una babucha vieja oyó relin­chos de caballos y el estrépito de una carrera de jinetes. Y preguntó el motivo de aquel tumulto, y le dijeron: “Es el rey que sale de caza con galgos,, acompañado de toda la corte.” Entonces mi hermano El-Kuz dejó un momento la aguja y el mar­tillo y se levantó para ver cómo pasaba la comitiva regia mientras estaba de pie, meditando sobre su pasado y su presente y sobre las cir­cunstancias que le habían convertido de famoso carnicero en el último de los remendones, pasó el rey al frente de su maravilloso séqito, y dio la casualidad de que la mirada del rey, se fijase en el ojo huero de mi her­mano El-Kuz. Y al verlo, el rey palideció, y dijo: “¡Guárdeme Alah de las desgracias de este día mal­dito y de mal agüero!” Y dio vuelta inmediatamente a las bridas de su yegua y desanduvo el camino, acom­pañado de su séquito y de sus solda­dos. Pero al mismo tiempo mandó a sus siervos que se apoderaran de mi hermano y le administrasen el con­sabido castigo. Y los esclavos, preci­pitándose sobre mi hermano El-Kuz, le dieron tan tremenda paliza, que lo dejaron por muerto en medio de la calle. Y cuando se marcharon se levantó El-Kuz y se volvió penosamente a su puesto debajo del toldo que le resguardaba, y allí, se echó completamente molido. Pero enton­ces pasó un individuo del séquito del rey que venía rezagado. Y mi her­mano El-Kuz le rogó que se detu­viese, le contó el trato que acababa de sufrir y le pidió que le dijera el motivo. El hombre se echó a reír a carcajadas, y le contestó: “Sabe, hermano, que nuestro rey no puede tolerar ningún tuerto, sobre todo si el tuerto lo es del ojo derecho. Por­que cree que ha de traerle desgracia. Y siempre manda matar al tuerto sin remisión. Así es que me sor­prende mucho que todavía estés vivo.”

Mi hermano no quiso oír más. Recogió sus herramientas, aprove­chando las pocas fuerzas que le quedaban; emprendió la fuga y no se detuvo hasta salir de la ciudad. Y siguió andando hasta llegar a otra población muy lejana que no tenía rey ni tirano.

Residió mucho tiempo en aquella ciudad, cuidando de no exhibirse, pero un día salió a respirar aíre puro y a darse un paseo. Y de pron­to oyó detrás de él relinchar de caballos, y recordando su última desventura, escapó lo más aprisa que pudo, buscando un rincón en qué es­conderse, pero no lo encontró. Y delante de él vio una puerta, y em­pujó la puerta y se encontró en un pasillo largo y obscuro, y allí se escondió. Pero apenas se había ocul­tado aparecieron dos hombres, que se apoderaron de él, le encadenaron, y dijeron: “¡Loor a Alah, que ha permitido que te atrapásemos, ene­migo de Alah y de los hombres! Tres días y tres noches llevamos buscándote sin descanso. Y nos has hecho pasar amarguras de muerte.” Pero mi hermano dijo: “¡Oh seño­res! ¿A quién os referís? ¿De qué órdenes habláis?” Y le contestaron: “¿No te ha bastado con haber redu­cido a la indigencia a todos tus amigos Y al amo de esta casa? ¡Y aún nos querías asesinar! ¿Dónde está el cuchillo con que nos amena­zabas ayer?”

Y se pusieron a registrarle, encon­trándole el cuchillo con que cortaba el cuero para las suelas. Entonces lo arrojaron al suelo, y le iban a dego­llar, cuando mi hermano exclamó: “Escuchad, buena gente: no soy ni un ladrón ni tan asesino, pero puedo contares una historia sorprendente, y es mi propia historia. Y ellos, sin hacerle caso, le pisotearan, le gol­pearon y le destrozaron la ropa. Y al desgarrarle la ropa. vieron en su espalda desnuda las cicatrices de los latigazos que había recibido en otro tiempo. Y exclamaron: “¡Oh mise­rable! He aquí unas cicatrices que prueban todos tus crimenes pasa­dos.” Y en seguida lo llevaron a presencia del walí, y mi hermano, pensando en todas sus desdichas, se decía: “¡Oh cuán grandes serán mis pecados, cuando así los expío siendo inocente de cuanto me achacan! Pero no tengo más esperanza, que en Alah el Altísimo:”

Y cuando estuvo en presencia del walí, el walí lo miró airadísimo y le dijo: “Miserable desvergonzado; los latigazos con que marcaron tu cuerpo son una prueba sobrada de todas tus anteriores y presentes fechorías.” Y dispuso que le dieran cien palos. Y después lo subieron y ataron a un camello y le pasearon por toda la ciudad, mientras el pre­gonero gritaba: “He aquí el castigo de quien se mete en casa ajena con intenciones criminales.”

Pero entonces supe todas estas desventuras de mi desgraciado her­mano. Me dirigí en seguida en su busca, y lo encontré precisamente cuando lo bajaban desmayado del camello. Y entonces, ¡oh Emir de los Creyentes! cumplí mi deber de traér­melo secretamente a Bagdad, y le he señalado una pensión para que coma y beba tranquilamente hasta el fin de sus días.

Tal es, la, historia del desdichado El-Kuz. En cuanto a mi quinto her­mano, su aventura es aún más extra­ordinaria, y te probará ¡oh Príncipe de los Creyentes! que soy el más cuerdo y el más prudente de mis hermanos.”

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