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西语阅读:《一千零一夜》连载二十九 c

时间:2011-10-12来源:互联网  进入西班牙语论坛
核心提示:西语阅读:《一千零一夜》连载二十九 c Entonces qued interiormente ca da vez ms perplejo; pero no lo di a entender, sino que pens: Ten paciencia, Sindbad, y ya sabrs de qu se trata! Y dije al anciano: Oh mi venerable to, escu
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西语阅读:《一千零一夜》连载二十九 c

Entonces quedé interiormente cada vez más perplejo; pero no lo di a entender, sino que pensé: “¡Ten paciencia, Sindbad, y ya sabrás de qué se trata!” Y dije al anciano: “¡Oh mi venerable tío, escucho y obedezco! ¡Todo lo que tú dispongas me parecerá lleno de bendición! ¡Por mi parte, después de cuanto por mí hiciste, me conformaré con tu vo­luntad!” Y me levanté inmediata­mente y le acompañé al zoco.

Cuando llegarnos al centro del zoco en que se hacía la subasta pública, ¡cuál no sería mi asombro al ver mi balsa transportada allí y rodeada de una multitud de corredores y merca­deres qué la miraban con respeto y moviendo la cabeza! Y por todas partes oía exclamaciones de admira­cion: “¡Ya Alah! ¡Qué maravillosa calidad de sándalo! ¡En ninguna par­te del mundo la hay mejor!” Enton­ces comprendí cuál era la mercancía consabida, y creí conveniente para la venta tornar un aspecto digno y reservado.

Pero he aquí que en seguida, el anciano protector mío, aproximan­dose al jefe de los corredores, le di­jo: “¡Empiece, la subasta!” Y se em­pezó con el precio de mil dinares por la balsa. Y el jefe corredor ex­clamó: “¡A mil dinares la balsa de sándalo, ¡oh compradores! Entonces gritó él anciano: “¡La compro en dos rnil!” Y otro gritó: “¡En tres mil!” Y los mercaderes siguieron su­biendo el precio hasta diez mil dina­res. Entonces se encaró conmigo el jefe de los corredores y me dijo: “¡Son diez mil; ya no puja nadie!” Y yo dije: “¡No la vendo en ese precio!”

Entonces mi protector se me acer­có y me dijo: “¡Hijo mío, el zoco, en estos tiempos, no anda muy prós­pero, y la mercancía ha perdido al­go de su valor! Vale más que acep­tes el precio que te ofrecen. Pero yo, si te parece, voy a pujar otros cien dinares más. ¿Quieres dejármelo en diez mil cien dinares?” Yo contesté: ¡Por Alah! mi buen tío, sólo por ti lo hago para agradecer tus benefi­cios. ¡Consiento en dejártelo por esa cantidad!” Oídas estas palabras, el anciano mandó a sus esclavos que transportaran todo el sándalo a sus almacenes de reserva, y me llevó a su casa, en la cual me contó inme­diatamente los diez mil cien dinares, y los encerró en una caja sólida cu­ya llave me entregó, dándome enci­ma las gracias por lo que había hecho en su favor.

Mandó en seguida poner el man­tel, y comimos, y bebimos, y charla­mos alegremente. Después nos lava­mos las manos y la boca, y por fin me dijo: “¡Hijo mío, quiero dirigirte una petición, que deseo mucho acep­tes!” Yo le contesté: “¡Mi buen tío, todo te lo concederé a gusto!” Él me dijo: “Ya ves, hijo mío, que he lle­gado a una edad muy avanzada sin tener hijo varón que pueda heredar un día mis bienes. Pero he de decirte que tengo una hija, muy joven aún, llena de encanto y belleza, que será muy rica cuando yo me muera. De­seo dártela en matrimonio siempre que consientas en habitar en nuestro país y vivir nuestra vida. Así serás el amo de cuanto poseo y de cuanto dirige mi mano. ¡Y me sustituirás en mi autoridad y en la posesión de mis bienes!”

Cuando oí estas palabras del an­cíano, bajé la cabeza en silencio y permanecí sin decir palabra. Entón­ces añadió: “¡Créeme, ¡oh hijo mío! que si me otorgas lo que te pido te atraerá la bendición! ¡Añadiré, para tranquilizar tu alma, que después de mi muerte podrás regresar a tu tie­rra, llevándote a tu esposa e hija mía! ¡No te exijo sino que perma­nezcas aquí el tiempo que me quede de vida!” Entonces contesté: “¡Por Alah, mi tío el jeique, eres como un padre para mi, y ante ti no puedo tener opinión ni tomar otra resolu­ción que la que te convenga! Porque cada vez que en mi vida quise eje­cutar un proyecto, no hube de sacar más que desgracias y decepciones. ¡Estoy, pues, dispuesto a conformar­me con tu voluntad!”

En seguida el anciano, extremada­mente contento con mi respuesta, mandó a sus esclavos que fueran a buscar al kadí y a los testigos, que no tardaron en llegar..

 

En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la maña­na, y se calló discretamente.

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