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西语阅读:《一千零一夜》连载三十一 c

时间:2011-10-15来源:互联网  进入西班牙语论坛
核心提示:西语阅读:《一千零一夜》连载三十一 c PERO CUANDO LLEGO LA 733 NOCHE Ella dijo: ... Y el maghrebn le dej y se fue por su camino. Y Aladino entr en la casa cont a su madre lo ocurrido y le entreg los dos dinares, dicindole: M
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西语阅读:《一千零一夜》连载三十一 c

PERO CUANDO LLEGO LA 733 NOCHE

 

Ella dijo:

 

... Y el maghrebín le dejó y se fue por su camino. Y Aladino entró en la casa contó a su madre lo ocu­rrido y le entregó los dos dinares, diciéndole: “¡Mi tío va a venir esta nohe a cenar con nosotros!”

Entonces, al ver los dos dinares, se dijo la madre de Aladino: “¡Qui­zá no conociera yo a todos los her­manos del difunto!” Y se levantó y a toda prisa fue al zoco, en donde compró las provisiones necesarias para una buena comida, y volvió pa­ra ponerse en seguida a preparar los manjares. Pero como la pobre no tenía utensilios de cocina, fue a pe­dir prestados a las vecinas las cace­rolas, platos y vajilla que necesitaba. Y estuvo cocinando todo el día; y al hacerse de noche, dijo a Aladino: “¡La comida está dispuesta, hijo rnío, y como tu tío acaso no sepa bien el camino de nuestra casa, debes sa­lirle al encuentro o esperarle en la calle!” Y Aladino contestó: “¡Escu­cho y obedezco!” Y cuando se dis­ponía a salir, llamaron a la puerta. Y corrió a abrir él. Era el maghrebín. E iba acompañado de un man­dadero que llevaba en la cabeza una carga de frutas, de pasteles y bebi­das. Y Aladino les introdujo a am­bos. Y el mandadero se marchó cuando dejó su carga y le pagaron. Y Aladino condujo al maghrebín, a la habitacion en que estaba su ma­dre. Y el maghrebín se inclinó y dijo con voz conmovida: “La paz sea contigo, ¡oh esposa de mi her­mano!” Y la madre de Aladino le devolvió la zalema: Entonces el maghrebín se echó a llorar en silen­cio. Luego preguntó: “¿Cuá es el sitio en que tenía costumbre de sentarse el difunto?” Y la madre de Aladino le mostró el sitio en cuestión; y al punto se arrojó al suelo el maghrebín y se puso a besar aquel lugar y a suspirar con lágrimas en los ojos y a decir: “¡Ah, qué suerte la mía! ¡Ah, qué misera­ble suerte fue haberte perdido, ¡oh hermano mío! ¡oh estría de mis ojos!” Y continuó llorando y lamen­tándose de aquella manera, y con una cara tan transformada y tanta alteración de entrañas, que estuvo a punto de desmayarse, y la madre de Aladino no dudó ni por un instante de que fuese el propio hermano de su difunto marido. Y se acercó a él, le levantó del suelo, y le dijo: “¡Oh hermano de mi esposo! ¡vas a ma­tarte en balde a fuerza de llorar! ¡Ay, lo que está escrito debe ocu­rrir!” Y siguió consolándole con buenas palabras hasta que le decidió a beber un poco de agua para cal­marse y sentarse a comer.

Cuando estuvo puesto el mantel, el maghrebín comenzó a hablar con la madre de Aladino. Y le contó lo que tenía que contarle, diciéndole:

“¡Oh mujer de mi hermano! no te parezca extraordinario el no ha­ber tenido todavía ocasión de verme y el no haberme conocido en vida de mi difunto hermano porque ha­ce treinta años que abandoné este país y partí para el extranjero, re­nunciando a mi patria. Y desde en­tonces no he cesado de viajar por las comarcas de la India y del Sindh, y de recorrer el país de los árabes y las tierras de otras naciones. Y también estuve en Egipto y habité la magnífica ciudad de Masr, que es el milagro del mundo! Y tras de residir allá mucho tiempo, partí para el país de Maghreb central, en donde acabé por fijar mi residencia du­rante veinte años.

“Por aquel entonces, ¡oh mujer de mi hermano! un día entre los días, estando en mi casa, me puse a pen­sar en mi tierra natal y en mi her­mano. Y se me exacerbó el deseo de volver a ver mi sangre; y me eché a llorar y empecé a lamentarme de mi estancia en país extranjero. Y al fin se hicieron tan intensas las nostalgias de mi separación y de mi alejamiento del ser que me era caro, que me decidí a emprender el viaje a la comarca que vio surgir mi cabeza de recién nacido. Y pen­sé para mi ánima: “¡Oh hombre! ¡cuántos años van transcurridos des­de el día en que abandonaste tu ciu­dad y tu país y la morada del único hermano que posees en el mundo! ¡Levántate, pues, y parte a verle de nuevo antes de la muerte! Porque, ¿quién sabe las calamidades del Des­tino, los accidentes de los días y las revoluciones del tiempo? ¿Y no se­ría una suprema desdicha que mu­rieras antes de regocijarte los ojos con la contemplación de tú herma­no, sobre todo ahora que Alah, (¡glo­rificado sea!) te ha dado la riqueza, y tu hermano acaso siga en una condición de estrecha pobreza? ¡No olvides, por tanto, que con partir verificarás dos acciones, excelentes: volver a ver a tu hermano y soco­rrerle!

“Y he aquí que, dominado por estos pensamientos, ¡oh mujer de- mi hermano! me levanté al punto y me preparé para la marcha. Y tras de recitar la plegaria del viernes y la Fatiha del Corán, monté a caballo y me encaminé a mi patria. Y des­pués de muchos peligros y de las prolongadas fatigas del camino, con ayuda de Alah (¡glorificado y ve­nerado sea!) acabé por llegar con bién a mi ciudad, que es ésta. Y me puse inmediatamente a recorrer calles y barrios en busca de la casa de mi hermano. Y Alah permitió que entonces encontrase a este niño ju­gando con sus camaradas. ¡Y Por Alah el Todopodereso, ¡oh mujer de mi hermano! que apenas le vi, sentí que mi corazón se derretía de emo­cion por él; y como la sangre reco­nocía a la sangre, no vacilé en su­poner en él al hijo de mi hermano! Y en aquel mismo momento Olvidé mis fatigas y mis preocupaciones, y creí enloquecer de alegría. Pe­ro ¡ay! que no tardó en saber, por boca de este niño, que mi her­mano había fallecido en la misericordia de Alah el Altísimo! ¡Ah! ¡terrible noticia que me hace caer de bruces, abrumado de emoción y de dolor! Pero ¡oh mujer de mi hermano! ya te contaría el niño pro­bablemente que, con su aspecto y su semejanza con el difunto, ha logrado consólarme un poco, hacién­dome recordar el proverbio que di­ce: “¡El hombre que deja posteri­dad, no muere!”

Así habló el maghrebín. Y advir­tió que, ante aquellos recuerdos evo­cados, la madre de Aladino lloraba amargamente. Y para que olvidara sus tristezas y se distrajera de sus ideas negras, se encaró con Aladino, y variando de conversación, le dijo: “Hijo mío, ¿qué oficio aprendiste y en qué trabajo te ocupas para ayudar a tu pobre madre y vivir ambos?”.

Al oir aquello, avergonzado de su vida por primera vez, Aladino bajó la cabeza mirando al suelo. Y como no decía palabra, contestó en lugar suyo su madre: “¿Un oficio, ¡oh hermano de mi esposo! tener un oficio Aladino? ¿Quién piensa en eso? ¡Por Alah, que no sabe nada ab­solutamente! ¡Ah! ¡nunca vi un ni­ño tan travieso! ¡Se pasa todo el día corriendo con otros niños del barrio, que son unos vagabundos, unos pi­llastres, unos haraganes como él, en vez de seguir el ejemplo de los hi­jos buenos, que están en la tienda con sus padres! ¡Solo por causa su­ya murió su padre, dejándome amar­gos recuerdos! ¡Y también yo me veo reducida a un triste estado de salud! Y aunque apenas si veo con mis ojos, gastados por las lágrimas y las vigilias, tengo que trabajar sin descanso y pasarme días y noches hilando algodón para tener con qué comprar dos panes de maíz, lo, pre­ciso para mantenernos ambos. ¡Y tal es mi condición! ¡Y te juro por tu vida, ¡oh hermano de mi esposo que sólo entra él en casa a las ho­ras precisas de las comidas! ¡Y esto es todo lo que hace! ¡Así es que a veces, cuando me abandona de tal suerte, por más que soy su madre pienso cerrar la puerta de la casa y no volver a abrírsela, a fin de obligarle a que busque un trabajo que le de para vivir! ¡Y luego me falta valor para hacerlo; porque el corazón de una madre es compasivo y misericordioso! ¡Pero mi edad avanza, y me estoy haciendo, muy vieja ¡oh hermano de mi esposo! ¡y mis hombros no soportan las fa­tigas que antes! ¡Y ahora apenas si mis dedos me permiten dar vuelta al uso! ¡Y nd sé hasta cuándo voy a poder continuar una tarea seme­jante sin que me abandona la vida, como me abandona mi hijo, este Aladino, que tienes delante de ti, ¡Oh hermano de mi esposol”

Y se echó a llorar.

Entonces el maghrebín se encaró con Aladino, y le dijo: “¡Ah! ¡Oh hijo de mi hermano! ¡en verdad que no sabía yo todo eso que a ti se refiere! ¿Por qué marchas por esa senda de haraganería? ¡Qué verguen­za para ti, Aladino! ¡Eso no está bien en hombres como tú! ¡Te hallas dotado de razón, hijo mío, y eres un vástago de buena familia! ¿No es para ti una deshonra dejar así que tu pobre madre, una mujer vie­ja, tenga que mantenerte, siendo tú un hombre con edad para tener una ocupación con que pudierais manteneros ambos?.. ¡Y por cierto ¡oh hijo mío! que gracias a Alah, lo que sobra en nuestra ciudad son maes­tros de oficio! ¡Sólo tendrás, pues, que escoger tú mismo el oficio que más te guste, y yo me encargo de colocarte! ¡Y de ese modo, cuando seas mayor, hijo mío, tendrás entre las manos un oficio seguro que te proteja contra los embates de la suerte! ¡Habla ya! ¡Y si no te agrada el trabajo de aguja, oficio de tu di­fundo padre, busca otra cosa y avísamelo y te ayudaré todo lo que pueda, ¡oh hijo mío!”

Pero en vez de contestar. Aladino continuó con la cabeza baja y guar­dando silencio con lo cual indicaba que no quería más oficio que el de vagabundo. Y el maghrebín advir­tió su repugnancia por los oficios manuales, y trató de atraérsela de otra manera. Y le dijo, por tanto: “¡Oh hijo de mi hermano! ¡no te enfades ni te apenes por mi insisten­cia! ¡Pero déjame añadir que, si los oficios te repugnan, estoy dispuesto, caso de que quieras ser un hombre honrado, a abrirte una tienda de mercader de sederías en el zoco grande! Y surtiré esa tienda con las telas más caras y brocados de la ca­lidad más fina. ¡Y así te harás con buenas relaciones entre los merca­deres al por mayor! Y te acostum­brarás a vender y comprar, a tomar y a dar. Y será excelente tu reputa­ción en la ciudad., ¡Y con ello hon­rarás la memoria de tu difunto pa­dre! ¿Qué dices a esto, ¡oh Aladino!, hijo mío?

Cuando Aladino escuchó esta pro­posición de tu tío y comprendió que podría convertirse en un gran mer­cader del zoco, en un hombre de importancia, vestido con buenas ro­pas, con un turbante de seda y un lindo cinturón de diferentes colores, se regocijó en extremo. Y miró al maghrebín sonriendo y torciendo la cabeza, lo que en su lenguaje sig­nificaba claramente: “¡Acepto!” Y el maghrebín comprendió entonces que le agradaba la proposición, y dijo a Aladino: “Ya que quieres convertirte en un personaje de im­portancia, en un mercader con tien­da abierta, procura en lo sucesivo hacerte digno de tu nueva situación. Y sé un hombre desde ahora, ¡oh hijo de mi hermano! Y mañana, si Alah, quiere, te llevaré al zoco, y empezaré por comprarte un her­moso traje nuevo, como lo llevan los mercaderes ricos, y todos los acce­sorios que exige. ¡Y hecho esto, bus­cáremos juntos una tienda buena para instalarte en ella!”

¡Eso fue todo! Y la madre de Aladino, que oía aquellas exhortaciones y veía aquella generosidad, ben­decía a Alah, el Bienhechor, que de manera tan inesperada le enviaba a un pariente que la salvaba de la mi­seria y llevaba por el buen camino a su hijo Aladino. Y sirvió la co­mida con el corazón alegre, como si se hubiese rejuvenecido veinte años., ¡ Y comieron y bebieron, sin dejar de charlar de aquel asunto, que tanto les interesaba a todos! Y el maghrebín empezó por iniciar a Aladino en la vida y los modales de los mercaderes, y por hacerle que se interesara mucho en su nueva condición. Luego, cuando vio que la noche iba ya mediada, se levantó y se despidió de la madre de Ala­dino y besó a Aladino. Y salió, pro­metiéndole que volvería al día si­guiente. Y aquella noche, con la ala­gría, Aladino no pudo pegar los ojos Y no hizo más que pensar en la vida encantadora que le esperaba.

Y ha aquí que al siguiente día, a primera hora, llamaron a la puerta. Y la madre de Aladino fue a abrir por sí misma, y vio que precisamen­te era el hermano de su esposo, el maghrebín, que cumplía su prome­sa de la víspera. Sin embargo, a pe­sar de las instancias de la madre de Aladino, no quiso entrar, pretextan­do que no era hora de visitas, y solamente pidio permiso para llevar­se a Aladino consigo al zoco. Y Ala­dino, levantado y vestido ya, corrió en seguida a ver a su tío, y le dio los buenos días y le besó la mano. Y el maghrebín le cogió de la mano y se fue, con él al zoco. Y entró con él en la tienda del mejor mer­cader y pidió un traje que fuese el mas hermoso y el más lujoso entre los trajes a la medida de Aladino. Y el mercader le enseñó varios a cual más hermosos. Y el mahrebín dijo a Aladino. ¡Escoge tú mismo el que te guste, hijo mío!” Y en extremo encantado de la generosidad de su tío, Aladino escogió uno que era todo de seda rayada y relucien­te. Y también escogió un turbante de muselina de seda recamada de oro fino, un cinturón de cachemira y botas de cuero rojo brillante. Y el maghrebín lo pagó todo sin regatear y entregó el paquete a Aladino, diciéndole: “¡Vamos ahora al hammam, para que estés bien limpió antes de vestirte de nuevo!- Y le condujo al hammam, y entró con él en una sala reservada, y le bañó con sus propias manos; y se bañó él también. Luego pidió los refrescos que suceden al baño; y ambos bebieron con delicia y muy contentos. Y entonces se pu­so Aladino el suntuoso traje consa­bido de seda rayada y reluciente, se colocó el hermoso turbante, se ciñó al talle el cinturón de Indias y se calzó las botas rojas. Y de este mo­do estaba hermoso cual la luna y comparable a algún hijo de rey o de sultán. Y en extremo encantado de verse transformado así, se acercó a su tío y le besó la mano y le dio muchas gracias por su generosidad. y el maghrebín, le besó, y le dijo: “¡Todo esto no es más que el co­rnienzo!” Y salió con él del ham­mam, y le llevó a los zocos más frecuentados, y le hizo visitar las tiendas de los grandes mercaderes. Y hacíale admírar las telas más ricas y los objetos de precio, enseñándole el nombre de cada cosa en particular; y le decía: “¡Como vas a ser mar­cader es preciso que te enteres de los pormenores de ventas y com­pras!” Luego le hizo visitar los edi­ficios notables de la ciudad y las mezquitas principales y los khans en que se alojaban las caravanas. Y terminó el paseo, haciéndole ver los palacios del sultán y los jardines que los circundaban. Y por último le llevó al khan grande, donde para­ba él, y le presentó a los mercaderes conocidos suyos, diciéndoles: “¡Es el hijo de mi hermano!” Y les invitó a todos a una comida que dio en honor de Aladino, y les regaló con los manjares más selectos, y estuvo con ellos y con Aladino hasta la noche.

Entonces se levantó y se despidió de sus invitados, diciéndoles que iba a llevar a Aladíno a su casa. Y en efecto, no quiso dejar volver solo a Aladino, y le cogió de la mano y se encaminó con él a casa de la madre. Y al ver a su hijo tan mag­níficamente vestido, la pobre madre de Aladino creyó perder la razón de alegría. Y empezó a dar gracias y a bendecir mil veces a su cuñado, di­ciéndole: “¡Oh hermano de mi es­poso! ¡aunque toda la vida estuvie­ra dándote gracias, jamás te agra­decería bastante tus beneficios!” Y contestó el maghrebín: “¡Oh mujer de mi hermano! ¡no tiene ningún mérito, verdaderamente ningún mé­rito, el que yo obre de esta manera, porque Aladino es hijo mío, y mi deber es servirle de padre en lugar del difunto! ¡No te preocupes, pues, por él y estate tranquila!” Y dijo la madre de Aladino, levantando los brazos al cielo: “¡Por el honor de los santos antiguos y recientes, rue­go a Alah que te guarde y te con­serve ¡oh hermano de mi esposo! Y prolongue tu vida para nuestro bien, a fin de que seas el ala cuya sombra proteja siempre a este niño huérfa­no! ¡Y ten la seguridad de que él, por su parte, obedecerá siempre tus órdenes y no hará más que lo que le mandes!” Y dijo el maghrebín: “¡Oh mujer de mi hermano! Ala­dino se ha convertido en hombre sen­sato, porque es un excelente mozo, hijo de buena familia. ¡Y espero desde luego que será digno descendiente de su padre y refrescará tus ojos!” Luego añadió: “Dispénsame ¡oh mujer de mi hermano! porque mañana viernes no se abra la tien­da prometida; pues ya sabes que el viernes están cerrados los zocos y que no se puede tratar de negocios. ¡Pero pasado mañana, sábado, se hará, si Alah quiere! Mañana, sin embargo, vendré por Aladino para continuar instruyéndole, y le haré vi­sitar los sitios públicos y los jardí­nes situados fuera de la ciudad, adon­de van a pasearse los mercaderes ricos, a fin de que así pueda habi­tuarse a la contemplación del lujo y de la gente distinguida. ¡Porque hasta hoy no ha frecuentado más trato que el de los niños, y es preci­so que conozca ya a hombres y que ellos lo conozcan!” Y se despidió de la madre de Aladino, besó a Ala­dino y se marchó...

 

  En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la maña­na, y se calló discretamente.

 

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