《一千零一夜》连载三十五f
Y he aquí que cuando llegó el momento de las despedidas para marcharse al nuevo palacio, la princesa Badrú'l--Budur se levantó y besó con mucha ternura a su padre y a su madre, mezclando a los besos muchas lágrimas, apropiadas a las circunstancias. Luego, apoyándose en la madre de Aladino, que iba a su izquierda, y precedida de diez eunucos vestidos con ropa de ceremonia y seguida de cien jóvenes esclavas ataviadas con una magnificencia de libélulas, se puso en marcha hacia el nuevo palacio, entre dos filas de cuatrocientos jóvenes esclavos blancos y negros alternados, que formaban entre los dos palacio y tenían cada cual una antorcha de oro en que ardía una bujía grande de ámbar y de alcanfor blanco. Y la princesa avanzó lentamente en medio de aquel cortejo, pasando por la alfombra de terciopelo, mientras que a su paso se dejaba oír un concierto admirable de instrumentos en las avenidas del jardín y en lo alto de las terrazas del palacio de Aladino. Y a lo lejos resonaban las aclamaciones lanzadas por todo el pueblo, que había acudido a las inmediaciones de ambos palacios; y, unía el rumor de su alegría a toda aquella gloria. Y acabó la princesa por llegar a la puerta del nuevo palacio, en donde la esperaba Aladino. Y salió él a su encuentro sonriendo; y ella quedó encantada de verle tan hermoso y tan brillante. Y entró con él en la sala del festín, bajo la cúpula grande con ventanas de pedrerías. Y sentáronse los tres ante las bandejas de oro debidas a los cuidados del efrit de la lámpara; y Aladino estaba sentado en medio, con su esposa a la derecha y su madre a la izquierda. Y empezaron a comer al son de una música que no se veía y que era ejecutada por un coro de efnts de ambos sexos: Y Badrú'l-Budur, encantada de cuanto veía y oía, decía para sí: “¡En mi vida me imaginé cosas tan maravillosas!” Y hasta dejó de comer para escuchar mejor los cánticos y el concierto de los efrits. Y Aladino y su madre no cesaban de servirla y de echarle de beber bebidas que no necesitaba, pues ya estaba ebria de admiración. Y fue para ellos una jornada espléndida que no tuvo igual en los tiempos de Iskandar y de Soleiman...
En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.