Capítulo V Después de la encuesta
Al salir del tribunal, una vez emitido el veredicto, Jane encontró a Norman Gale a su lado.
—Me gustaría saber qué decía aquel papel que el juez no quiso aceptar bajo ningún concepto —comentó Gale.
—Creo que puedo satisfacer su deseo —dijo una voz detrás de ellos.
La pareja se volvió para encontrarse con la mirada vivaracha de monsieur Hércules Poirot.
—Era un veredicto de culpabilidad de asesinato contra mí.
i Oh! ¿Es posible? —exclamó Jane.
Poirot asintió satisfecho.
—Mais oui. Al salir he oído que un hombre le comentaba a otro: «Ese extranjero, fijese bien en lo que le digo. iEs el autor del crimen!». Los del jurado piensan lo mismo.
Jane no sabía si condolerse o echarse a reír. Se decidió por lo último y Poirot rió también contagiado por su risa.
—Comprenderán que debo ponerme a trabajar sin pérdida de tiempo para probar mi inocencia.
Se despidió con una inclinación y una sonrisa.
Jane y Norman siguieron con la mirada al extraño personaje que se alejaba.
—iQué tipo tan estrafalario! —comentó Gale—. Se hace llamar detective. No sé qué puede descubrir un hombre así. Cualquier delincuente lo reconocería a kilómetros de distancia. No comprendo cómo puede disfrazarse.
—¿No tiene usted una idea muy anticuada de los detectives? preguntó Jane—. Las pelucas y barbas postizas ya no están de moda. Hoy día, los detectives se sientan a una mesa y estudian los casos en su aspecto psicológico.
—Mucho menos cansado.
—Tal vez en su aspecto fisico. Pero, de todos modos, necesitan un cerebro frío y calculador.
—Claro. Un atolondrado no daría pie con bola.
Los dos rieron.
—Oiga... —Gale tartamudeaba y se ruborizó ligeramente—... le importaría... quiero decir si sería usted tan amable... es un poco tarde, pero ¿me acompañaría a tomar el té? He pensado que, como compañeros de infortunio, podríamos también...
Conteniéndose, se dijo: ¿Qué te pasa, tontaina? ¿No puedes invitar a una muchacha sin tartamudear, enrojecer y hablar como un patán? ¿Qué pensará de ti la chica?
La confusión de Gale tuvo la virtud de acentuar la serenidad y el dominio de Jane.
—Muchas gracias —contestó—. Me encantará aceptar ese té.
Entraron en un establecimiento y una camarera de modales desdeñosos recibió sus peticiones con aire de duda, como si pensara: Perdonen si salen decepcionados. Dicen que aquí se sirve té, pero yo nunca he visto nada que se le parezca aquí.
El establecimiento estaba casi desierto, pero esta falta de clientela enfatizaba la intimidad de aquel té. Jane se quitó los guantes y dirigió una mirada a su compañero. Era muy atractivo, con aquellos ojos azules y aquella sonrisa. Muy agradable.