Salió alegremente del establecimiento, pensando para sí: No me ha ido del todo mal. Será una entrevista bastante decente.
Efectivamente, la siguiente edición del Weekly Howl dedicaba una columna a relatar el punto de vista de dos testigos presenciales del misterioso crimen del aire. La señorita Jane Grey declaraba que se sentía demasiado apenada para hablar del asunto. Había sido un golpe muy duro para ella y detestaba recordarlo. El señor Norman Gale se había extendido en consideraciones sobre el efecto que produciría en la carrera de un profesional verse mezclado en un asunto criminal, a pesar de ser inocente. El señor Gale había expresado la esperanza de que algunos de sus clientes solo leyesen la sección de modas y se sentaran en su silla de dentista sin la menor sospecha.
Cuando el muchacho se hubo ido, Jane preguntó:
—¿Por qué no hará esas proposiciones a personas más importantes?
—Seguramente deja eso para reporteros más cualificados —contestó Gale, ceñudo—. Tal vez lo ha intentado ya y le han mandado a paseo. Jane... ¿Me permites que te tutee? ¿Quién crees tú que mató a esa mujer, a Giselle?
—No tengo ni la más remota idea.
—¿Has pensado en eso? ¿En eso precisamente?
—No, a decir verdad, en eso no había pensado. Solo me preocupaba la idea de estar mezclada. Pero no se me había ocurrido pensar seriamente que alguno de los demás tuvo que hacerlo. Hasta este momento no había caído en la cuenta de que uno de ellos tuvo que ser forzosamente el autor.
—Sí, el juez lo expuso con toda claridad. Sé que no fui yo y sé que no fuiste tú, porque... bueno, porque te estuve contemplando casi todo el tiempo que permanecimos en el aire.
—Sí —admitió Jane—. A mí me consta que no fuiste tú por la misma razón. iY desde luego, sé que tampoco fui yo! De modo que debió ser alguno de los otros, pero no sé quién fue. No tengo la menor idea. ¿Y tú?
—Pues no.
Norman Gale parecía muy pensativo, como si quisiera llegar a una conclusión a toda costa. Jane prosiguió:
—No sé cómo vamos a adivinarlo. Por mi parte, al menos yo no vi nada. ¿Notaste tú alguna cosa? Gale meneó la cabeza.
—Nada en absoluto.
—Eso es lo más raro del caso. Me atrevería a jurar que no pudiste ver nada porque no estabas de cara a los hechos. Pero yo sí estaba mirando precisamente allí y hubiera debido ver...
Jane se detuvo, ruborizándose. Recordaba que su mirada se había mantenido fija en su jersey y que su mente, lejos de recoger las sensaciones externas, se había cerrado a todo lo que no tuviese relación directa con la persona que llevaba aquel dichoso pullover.
Me gustaría saber por qué se ruboriza así, se decía Norman Gale. Es encantadora. Voy a casarme con ella. Sí, me casaré. Pero no hay que correr demasiado. Tengo que hallar algún pretexto para frecuentarla. Podría aprovechar este asunto del crimen. Funcionará tan bien como cualquier otra cosa. Además, creo realmente que sería bueno hacer algo. Ese maldito reportero con su publicidad...