—Es natural, muy natural. Solamente nombrar la policía asusta a esta pobre gente. Les mete en embrollos que no comprenden. En todos los países sucede lo mismo.
—Esa es la ventaja de ustedes —comentó Fournier—. El investigador privado obtiene de los testigos más de lo que se les puede arrancar por los procedimientos oficiales. No obstante, tenemos sobre ustedes otras ventajas, como los registros oficiales y una perfecta organización a nuestro mando.
—Trabajemos, pues, de mutuo acuerdo, como buenos amigos propuso Poirot—. Esta tortilla es deliciosa.
Entre plato y plato, Fournier pasó las hojas del librito. Luego tomó unas notas en su libreta.
—¿Ha leído usted esto, verdad? —preguntó mirando a Poirot.
—No, solo lo he hojeado. ¿Me permite?
Tomó la libreta de manos de Fournier.
Cuando le sirvieron el queso, el belga dejó la libreta sobre la mesa y las miradas de los amigos se encontraron.
—Hay algunas anotaciones —comentó Fournier.
—Cinco —puntualizó Poirot.
—De acuerdo, cinco.
Leyó lo que acababa de apuntar en su cuaderno:
Cl 52. Noble inglesa. Marido. RT 362. Doctor. Hariey Street. MR 24. Antigüedades falsificadas. WB 724. Inglés. Estafa. CIF 45. Asesinato frustrado. Inglés.
—Magnífico, amigo mío —comentó Poirot—. Nuestros pensamientos marchan admirablemente de acuerdo. De todas las anotaciones de esa libreta, esas cinco me parecen las únicas que se relacionan con personas que viajaban en el avión. Vamos a examinarlos uno por uno.
—«Noble inglesa. Marido» —señaló Fournier—. Esto puede muy bien aplicarse a lady Horbury. Tengo entendido que es una jugadora empedernida. Nada más probable que haya tenido que pedir un préstamo a Giselle. Los clientes de Giselle pertenecen generalmente a esta clase de gente. La palabra «marido» indica una de estas dos cosas: o esperaba Giselle que el marido pagase las deudas de su mujer o poseía algún secreto de esta que amenazaba con revelar al marido.
—Exacto —convino Poirot—. Una de las dos alternativas puede aplicarse. Por mi parte, me inclino por la segunda, con tanta más razón por cuanto apostaría a que la mujer que visitó a Giselle la víspera del viaje era lady Horbury.
iAh! ¿Piensa usted eso?
—Sí, y creo que usted piensa lo mismo. Me parece que, en la actitud del portero, hay algo muy caballeroso. Su persistencia en no recordar detalles de la visita es significativa. Lady Horbury es una dama muy atractiva. Además, observé que se sobresaltaba ligeramente cuando le enseñé la foto de la dama en traje de baño de la revista Sketch. Sí, fue lady Horbury la dama que visitó a Giselle aquella noche.
—La siguió a París desde Le Pinet —añadió Fournier lentamente—. Según esto, debía hallarse en una situación desesperada.
—Sí, eso me figuro yo.
Fournier le dirigió una mirada curiosa.
—Pero esto no concuerda con sus sospechas, ¿verdad?
—Amigo mío, ya le dije que la pista de cuya seguridad estoy convencido no lleva a la persona deseada. Estoy en la oscuridad. Mi pista no puede ser errónea, pero.