DE CÓMO MURIÓ MARTÍN LÓPEZ DE ZALACAÍN, EN EL AÑO DE GRACIA DE MIL CUATROCIENTOS Y DOCE.
Uno de los vecinos que con más frecuencia paseaba por la acera de la muralla era un señor viejo, llamado don Fermín Soraberri. Durante muchísimos años, don Fermín desempeñó el cargo de secretario del Ayuntamiento de Urbia, hasta que se retiró, cuando su hija se casó con un labrador de buena posición.
El señor don Fermín Soraberri era un hombre alto, grueso, pesado, con los párpados edematosos y la cara hinchada. Solía llevar una gorrita con dos cintas colgantes por detrás, una esclavina azul y zapatillas. La especialidad de don Fermín era la de ser distraído. Se olvidaba de todo. Sus relaciones estaban cortadas por este patrón:
—Una vez en Oñate… (para el señor Soraberri, Oñate era la Atenas moderna.—En España hay veinte o treinta Atenas modernas.) Una vez en Oñate pude presenciar una cosa sumamente interesante. Estábamos reunidos el señor vicario, un señor profesor de primera enseñanza y…—y el señor Soraberri miraba a todas partes, como espantado, con sus grandes ojos turbios, y decía:—¿En qué iba?… Pues… se me ha olvidado la especie.
Al señor Soraberri siempre se le olvidaba la especie. Casi todos los días el exsecretario se encontraba con Tellagorri y cambiaban un saludo y algunas palabras acerca del tiempo y de la marcha de los árboles frutales. Al comenzar a verle acompañado de Martín, el señor Soraberri se extrañó y miraba al muchacho con su aire de elefante hinchado y reblandecido.
Pensó en dirigirle alguna pregunta, pero tardó varios días, porque el señor Soraberri era tardo en todo. Al último le dijo, con su majestuosa lentitud:
—¿De quién es este niño, amigo Tellagorri?
—¿Este chico? Es un pariente mío.
—¿Algún Tellagorri?
—No; se llama Martín Zalacaín.
—¡Hombre! ¡Hombre! Martín López de Zalacaín.
—No, López no—dijo Tellagorri.
—Yo sé lo que me digo. Este niño se llama realmente Martín López de
Zalacaín y será de ese caserío que está ahí cerca del portal de Francia.
—Sí, señor; de ahí es.
—Pues conozco su historia, y López de Zalacaín ha sido y López de Zalacaín será, y si quiere usted mañana vaya usted a mi casa y le leeré a usted un papel que copié del archivo del Ayuntamiento acerca de esa cuestión.
Tellagorri dijo que iría y, efectivamente, al día siguiente, pensando que quizá lo dicho por el exsecretario tuviese alguna importancia, se presentó con Martín en su casa.
Al señor Soraberri se le había olvidado la especie, pero recordó pronto de qué se trataba; encargó a su hija que trajese un vaso de vino para Tellagorri, entró él en su despacho y volvió poco después con unos papeles viejos en la mano; se puso los anteojos, carraspeó, revolvió sus notas, y dijo:
—¡Ah! Aquí están. Esto—añadió—es una copia de una narración que hace el cronista Iñigo Sánchez de Ezpeleta acerca de cómo fué vertida la primera sangre en la guerra de los linajes, en Urbia, entre el solar de Ohando y el de Zalacaín, y supone que estas luchas comenzaron en nuestra villa a fines del siglo XIV o a principios del XV.
—¿Y hace mucho tiempo de eso?—preguntó Tellagorri.
—Cerca de quinientos años.
—¿Y ya existían Zalacaín entonces?
—No sólo existían, sino que eran nobles.
—Oye, oye—dijo Tellagorri dando un codazo a Martín, que se distraía.
—¿Quieren ustedes que lea lo que dice el cronista?
—Sí, sí.
—Bueno. Pues dice así: «Título: De cómo murió Martín López de Zalacaín, en el año de gracia de mil cuatrocientos y doce.»
Leído esto, Soraberri tosió, escupió y comenzó esta relación con gran solemnidad:
«Enemistad antigua señalada avya entre el solar d'Ohando, que es del reino de Navarra, é el de Zalacaín, que es en tierra de la Borte. E dícese que la causa della foe sobre envidia é a cual valía mas, é ficieron muchos malheficios é los de Zalacaín quemaron vivo al senyor de Sant Pedro en una pelea que ovyeron en el llano del Somo é porque no dexo fijo el dicho senyor de Sant Pedro casaron una su fija con Martín López de Zalacaín, home muy andariego.
E dicho Martín López seyendo venido a la billa d'Urbia foe desafiado por Mosen de Sant Pedro, del solar d'Ohando, que era sobrino del otro senyor de Sant Pedro é que había fecho muchos malheficios, acechanzas é rrobos.
E Martín López contestole a su desafiamiento: Como vos sabedes yo so contado aquí por el mas esforzado ome y ardite en el fecho de las armas en toda esta tierra y paresce que los d'Ohando a vos han traído por la mejor lanza de Navarra por vengar la muertte de mi suegro que foe en la pelea peleada con lealtad en el Somo é como el cuibdaba matar a mi, yo a el.
E por ende si a vos pluguiese que nos probemos vos é yo, uno para otro, fasta que uno de nos o ambos por ventura muramos, a mi plasera mucho é aquí presto.
E respondiole Mosen de Sant Pedro que le plasia é se citaron en el prado de Sant Ana. En esta sazon venya dicho Martín López encima de su cavallo como esforzado cavallero é antes de pelear con Mosen de Sant Pedro foe ferido de una saeta que le entró por un ojo é cayo muertto del cavallo en medio del prado. E lo desjarretaron. E preparo la asechanza é armo la ballestta é la disparo Velche de Micolalde, deudo é amigo de Mosen de Sant Pedro d'Ohando. E los omes de Martín López como lo veyeron muertto é eran pocos enfrente de los de Ohando, ovyeron muy grant miedo é comenzaron todos a fugir.
E cuando lo supo la muger de Martín López fué la triste al prado de Sant Ana, é cuando vido el cuerpo de su marido, sangriento y mutilado, se afinojó, prísole en sus brazos é comenzó a llorar, maldiciendo la guerra é su mala fortuna. E esto pataba en el año de Nuestro Senyor de mil cuatrociensos y doce.»
Cuando concluyó el señor Soraberri, miro a través de sus anteojos a sus dos oyentes. Martín no se había enterado de nada; Tellagorri dijo:
—Sí, esos Ohandos es gente palsa. Mucho ir a la iglesia, pero luego matan a traición.
Soraberri recomendó eficazmente a su amigo Tellagorri que no hiciera nunca juicios aventurados y temerarios, y con este motivo comenzó a contar una historia, precisamente ocurrida en Oñate, pero al ir a especificar los que habían intervenido en su historia, se le olvidó la especie, y lo sintió, verdaderamente lo sintió, porque, según dijo, tenía la seguridad de que el hecho era sumamente interesante y, además, muy digno de mención.