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西语美文:El carbonero 烧炭人

时间:2017-08-03来源:互联网  进入西班牙语论坛
核心提示:  El carbonero  Po Baroja  Se despert Garraiz, y sali de la choza; tom el sendero que corra por el borde mismo del
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   El carbonero
  Pío Baroja
  Se despertó Garraiz, y salió de la choza; tomó el sendero que corría por el borde mismo del precipicio y bajó a un descampado del monte, en donde iba a preparar un horno de carbón.
  Comenzaba el día; pálidos resplandores iban surgiendo en el Oriente; como hebras de oro en un mar sombrío se destacaban los primeros rayos del sol al herir las nubes.
  Sobre los valles se extendía la niebla compacta y densa, como un sudario gris que se agitara con el viento.
  Garraiz comenzó su trabajo. Empezó por recoger los troncos de le?a más gruesos que había en el suelo formando montones, y los colocó circularmente, dejando un vacío en el centro, luego fue poniendo otros más delgados sobre aquéllos, y sobre éstos, otros, y así continuó su obra, silbando un principio de canción que nunca concluía, sin sentir la soledad y el silencio que dominaban en el monte.
  Mientras tanto, el sol ascendía y la niebla comenzaba a rasgarse; aquí se presentaba un caserío en medio de sus heredades, como ensimismado en su tristeza; allá, un campo de trigo ya amarillento que tenía sus olas como un peque?o mar; en las cumbres, las aliagas doradas brotaban entre las rocas y parecían reba?os que subían por el monte. Tendiendo la vista lejos se veía un laberinto de monta?as, como si fueran olas inmensas de un mar solidificado; en unas, la espuma parecía haberse trocado en la piedra calcárea que las coronaba; otras monta?as eran redondas, verdes, oscuras, como las olas del interior del mar.
  Garraiz seguía trabajando y cantando su canción. Esa era su vida: apilar le?a, cubrirla luego con helechos y barro, y después pegarla fuego. Esa era la vida, no conocía otra.
  Llevaba algunos a?os de carbonero. Tenía veinte, aunque él no sabía a punto fijo los a?os que contaba.
  Cuando la sombra de una cruz de hierro que estaba clavada en la parte más alta del monte venía a dar en el sitio en que él trabajaba, Garraiz abandonaba su faena, e iba a comer a una borda, en donde la mujer del contratista les daba de comer a los carboneros.
  Aquel día, como los demás, Garraiz bajó por una senda a la hondonada en que se veía la borda, una borda tosca de piedra, con una puerta y dos estrechas ventanas.
  —Buenos días —dijo al entrar.
  —?Hola, Garraiz! —le contestaron de dentro.
  Se sentó junto a una mesa, y esperó. Una mujer le acercó un plato, y vertió en él el contenido de una olla que sacó de la lumbre. El carbonero comenzó a comer sin hablar nada, echando de cuando en cuando pedazos de pan de maíz a un perro que bullía entre sus piernas.
  La mujer de la borda le contempló un momento, y después le dijo:
  —Garraiz, ?sabes lo que decían ayer en el pueblo?
  —No.
  —Decían que tu prima Vicenta, tu novia, la que está en la ciudad, va a casarse. Garraiz levantó los ojos con indiferencia, y siguió comiendo.
  —Otra cosa peor me han dicho a mí —a?adió uno de los carboneros.
  —?Qué? —preguntó Garraiz.
  —Que el hijo de Antón y tú habéis caído soldados.
  Garraiz no replicó; pero su cara adusta se oscureció más. Se levantó de la mesa, llenó un cubo con brasas de la lumbre y volvió al sitio donde trabajaba; arrojó el fuego por el agujero del vértice del horno, y cuando vio las espirales de humo que comenzaban a salir lentamente, se sentó en el suelo al borde mismo del precipicio.
  No, no sentía ni tristeza ni cólera porque su novia se casara; le era indiferente; lo que le exasperaba, lo que le llenaba su espíritu de una rabia sombría, era el pensar que le iban a arrancar de su monte aquellos de la llanura, a quienes no conocía, pero a quienes odiaba.
  ?Por qué? —se preguntaba él— iba a obligarle nadie a salir de allí??Por qué iba a defender a nadie cuando no le defendían a él? Y, sombrío e iracundo, empujaba con el pie las grandes piedras del borde del precipicio y las veía caer en el vacío, saltando aquí, rodando allá, arrancando arbustos, hasta desaparecer e irse al fondo del derrumbadero.
  Cuando las llamas rompían la coraza de barro y de hierbas que las sujetaban, Garraiz cogía su larga pala, e iba tapando con barro los boquetes hechos por el fuego.
  Y se deslizaban las horas, siempre iguales, siempre monótonas; la noche se acercaba, el sol descendía con lentitud entre nubes rojas, y el viento del anochecer comenzaba a balancear las copas de los árboles.
  Se oía ese grito de los pastores para llevar al aprisco las ovejas, que parece una carcajada sardónica, larga y estridente; se entablaban diálogos entre las hojas y el viento; los hilos de agua al correr por entre las pe?as resonaban en el silencio del monte como voces del órgano en la nave solitaria de una iglesia.
  Y la noche avanzaba y las sombras en masa subían del valle. Densas humaredas se escapaban del horno y a veces montones de chispas.
  Garraiz contemplaba el abismo que se extendía ante él y, sombrío y taciturno, ense?aba el pu?o a aquel enemigo desconocido que tenía poder sobre él, y, para manifestarle su odio, tiraba hacia la llanura las grandes piedras del borde del precipicio.
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