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西语阅读:《一千零一夜》连载二十三 b

时间:2011-10-05来源:互联网  进入西班牙语论坛
核心提示:西语阅读:《一千零一夜》连载二十三 b HISTORIA DEL NEGRO BAKHITA, TERCER EUNUCO SUDANS Sabed, oh hijos de mi to! que cuanto acabarnos de or es inocente y vano. Os voy a contar la causa de mi mutilacin, y veris que merec peor
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西语阅读:《一千零一夜》连载二十三 b

HISTORIA DEL NEGRO BAKHITA, TERCER EUNUCO SUDANÉS

“Sabed, ¡oh hijos de mi tío! que cuanto acabarnos de oír es inocente y vano. Os voy a contar la causa de mi mutilación, y veréis que merecí peor castigo, pues he fal­tado a los respetos de mi ama y llegado a otros extremos. Pero los detalles de mis desmanes son tan ex­traordinarios, tan prolijos en inci­dentes, que ahora sería muy largo su relato, pues he aquí, ¡oh primos míos! que se aproxima la mañana y nos va a sorprender la luz antes de abrir el hoyo y enterrar el ca­jón que hemos traído, y acaso nos comprometamos seriamente y nos expongamos a perder nuestras al­mas; de modo que hagamos el tra­bajo para el cual nos han enviado aquí, y después comenzaré a conta­ros los pormenores.”

Dicho esto, se levantó el negro Bakhita, y con él los otros dos, que ya habían descansado, y entre los tres, alumbrados por la linterna, se pusieron a cavar un hoyo. Cava­ban Kafur y Bakhita, mientras que Sauab recogía la tierra en un capazo y la echaba fuera. Y así abrieron el hoyo, y luego de depositar en él el cajón lo taparon con tierra y apiso­naron el suelo. Recogieron las herra­mientas y el farol, salieron de la turbeh, cerraron la puerta y se aleja­ron rápidamente.

Y Ghanem bien-Ayub, que lo ha­bía oído todo desde lo alto de la palmera, vio cómo desaparecían a lo lejos. Y cuando pasó un gran rato, empezó a preocuparle lo que pudiera contener aquel cajón. Pero no se atrevió a bajar de la palmera, y aguardó a que brillase la primera claridad del alba. Entonces descen­dió de la palmera y empezó a cavar la tierra con las manos, no cesando hasta que logró sacar el cajón, des­pués de grandes esfuerzos.

Cogió entonces una piedra y rom­pió el candado con que estaba ce­rrado el cajón. Y al levantar la tapa vio a una joven que parecía dormi­da, pues la respiración movía acom­pasadamente su pecho. Estaba indu­dablemente bajo la influencia del banj.

Era de una sin igual hermosura, con una tez delicada, suave y deli­ciosa. Estaba cubierta de alhajas, y llevaba al cuello un collar de oro con gemas preciosas, en las orejas arracadas de una sola piedra inapre­ciable, y en los tobillos y en las muñecas unas pulseras de oro cuaja­das de brillantes. Aquello debía valer más que todo el reino del sultán.

Guando Ghanem reconoció bien a la hermosa joven, y se cercioró de que no había sufrido ninguna vio­lencia de los eunucos que hasta allí la habían llevado para enterrarla viva, se inclinó hacia ella, la cogió en brazos y la depositó suavemen­te en el suelo. Y al respirar la joven el aire vivificador, adquirió su rostro nueva vida, exhaló un gran suspiro, tosio, y con estos movimien­tos se le cayó de la boca un pedazo de banj capaz de adormecer a un elefante dos noches seguidas. Enton­ces entreabrió los ojos, ¡unos ojos adorables! y dominada todavía por el banj, exclamó con una voz llena de dulzura: “¿Dónde estás, Riha? ¿No ves que tengo sed? ¡Tráeme un refresco! ¿Y tú, Zahra dónde estás? ¿Y Sabiha? ¿Y Schagarad Al-Dorr? ¿Y Nur Al-Hada? ¿Y Nagma? ¿Y Subhia? ¿Y tú, sobre todo, Nohza, ¡oh dulce y gentil Nozha!? ¿En don­de estáis que no me respondéis?” Y como nadie contestase, la joven aca­bó por abrir completamente los ojos y miró en torno suyo. Y aterrada, clamó de este modo: “¿Quién me habrá sacado de mi palacio para traerme entre estos sepulcros? ¿Qué criatura podrá saber jamas lo que se oculta en el fondo de los corazones? ¡Oh tú, Retribuidor, que conoces los secretos más escondidos: tú sabrás distinguir a los buenos y a los malo el día de la Resurrección!”

Y Ghanem, que seguía de pie, avanzó algunos pasos y dijo: “¡Oh soberana de la hermosura, cuyo nom­bre debe ser más dulce que el jugo del dátil, y cuya cintura es más flexible que la rama de la palmera! ¡Yo soy Ghanem ben-Ayub, y aquí no hay en realidad palacios ni tumbas, sino un esclavo tuyo, que soy yo, y a quien el Clemente sin límites puso cerca de ti para librarte de todo mal y resguardarte de todo dolor! Acaso así, ¡oh la más desea­da! te dignes mirarme con agrado.”

Y la joven, en cuanto se cercioró de la realidad de cuanto veía, dijo: “¡No hay más Dios que Alah, y Mahomed es el enviado de Alah!” Después se volvió hacia Ghanem, le miró con sus ojos resplandecien­tes, y puesta la mano en el corazón dijo con su voz deliciosa: “¡Oh favo­rable joven! ¡Aquí me tienes, des­pertando entre lo desconocido! ¿Pue­des decirme quién me ha traído hasta aquí?” Y Ghanem respondió:, “`¡Oh señora mía! Te han traído tres negros eunucos y te traían metida en un cajón.” Y le contó toda la historia: cómo le había sorprendido la noche fuera de la ciudad, cómo había sa­cado a la joven del cajón, y cómo, a no ser por él, habría perecido ahogada bajo la tierra. Después le rogó que le contase su historia y el motivo de su aventura. Pero ella dijo: “¡Oh joven! ¡Glorificado sea Alah, que me ha puesto en manos de un hombre como tú! Pero, ahora te ruego que me ocultes en el cajón y vayas en busca de alguien que pueda llevarlo a tu casa. Allí verás cuán provechoso es para ti, pues tendrás toda clase de delicias. Y te podré contar mi historia, y ponerte al corriente de mis aventuras.”

Y Ghanem quedó encantado al oírla, y salió inmediatamente en bus­ca de un arriero, y como ya era entrado el día y brillaba el sol en todo su esplendor, la cosa no fue difícil. Volvió, pues, en seguida con un arriero, y como había cui­dado de meter a la joven en el cajón, le ayudó a cargarlo en el mu­lo, y emprendieron a toda prisa el camino de su casa. Y durante el viaje comprendió Ghanem que el amor a la joven había penetrado en su corazón, y se vio en el límite de la dicha al pensar que pronto sería suya aquella hermosura que vendida en el zoco habría valido diez mil dinares de oro, y que llevaba encima incalculables riquezas en joyas, pe­drería y telas preciosas. Y estos pen­samientos tan gratos hacían que sin­tiera impaciencia par llegar cuanto antes. Y al fin llego y él mismo ayudó al arriero a descargar el cajón y llevarlo al interior de la casa.

En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la mañana, y discretamente interrumpió su relato.

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