—A buscar la guía de ferrocarriles Bradshaw que llevaba en el bolsillo de mi gabardina, que se hallaba entre un montón de maletas y mantas, junto a la entrada posterior del avión.
—Así pues, pasaría usted cerca de la difunta.
—No... al menos... bueno, sí, debí de pasar. Pero fue mucho antes de que sucediese. Creo que solo había tomado la sopa.
Al formularle nuevas preguntas, obtuvieron respuestas negativas. El señor Clancy no había notado nada sospechoso, ocupado como estaba en perfeccionar una coartada a través de Europa.
—Una coartada, ¿eh? —observó el inspector siniestramente.
Poirot intervino interesándose por lo de las avispas.
Sí, el señor Clancy había visto una avispa que le atacó. Tenía miedo de las avispas. ¿Cuándo? Poco después de haberle servido el camarero el café. La espantó y el insecto se alejó.
Tras tomarle los datos, se le permitió marchar, cosa que hizo con muestras de gran alivio.
—A mí me parece sospechoso —comentó Japp—. Posee uno de esos objetos, y fijese en su actitud: parece hecho polvo.
—Eso se debe a la severidad oficial que ha usado usted en el interrogatorio, mi buen Japp.
—Nadie tiene nada que temer si dice la verdad —sentenció el hombre de Scotland Yard lacónico.
Poirot lo contempló con cierta lástima.
—En realidad, me parece que cree usted eso sinceramente.
—¿Por qué no he de creerlo, si es cierto? Pero veamos qué nos dice ese Norman Gale.
Norman Gale dio sus señas de la Shepherd Avenue, número 14, Muswell Hill. Era odontólogo de profesión. Volvía de unas vacaciones pasadas en Le Pinet, en la Costa Azul francesa. Se había detenido un día en París para examinar nuevos modelos de instrumental profesional.
Nunca antes había visto a la difunta, ni notó nada sospechoso durante el viaje. En todo caso, estaba de espaldas a su asiento, de cara hacia la parte delantera del avión. Solo abandonó un momento su asiento para ir al servicio. Volvió enseguida a su sitio y no se acercó para nada a la parte trasera del avión. No vio ninguna avispa.
Después de él declaró James Ryder, un tanto nervioso y brusco. Regresaba de una visita de negocios en París. No conocía a la difunta. Sí, ocupó el asiento inmediato delante de ella, pero no podía verla sin levantarse y asomar la cabeza por encima del respaldo. No había oído nada, ni grito ni exclamación alguna. Nadie se había acercado a aquella parte del aparato más que los camareros. Sí, los dos franceses ocupaban asientos vecinos al suyo, al otro lado del pasillo. Estuvieron charlando durante todo el viaje. El más joven mató una avispa poco después de terminar el almuerzo. No, no se había fijado antes en el insecto. No tenía la menor idea de lo que era una cerbatana. Nunca había visto ese artilugio, por lo que no podía asegurar haberlo visto durante el viaje.
En aquel punto de la declaración, llamaron a la puerta. Un agente entró con un gesto triunfal
—El sargento acaba de encontrar esto, señor. Ha pensado que le gustaría verlo enseguida.
Depositó el objeto sobre la mesa y lo liberó con mucho cuidado del pañuelo con que estaba envuelto.