—No hay huellas dactilares, señor, según dice el sargento, pero me ha pedido que tuviera usted mucho cuidado.
El objeto destapado resultó ser indudablemente una cerbatana de manufactura indígena.
Japp contuvo el aliento.
—il)ios mío! ¿Entonces será cierto? iA fe mía que no lo creía posible!
El señor Ryder estiró el cuello para ver el objeto.
—¿Esto es lo que usan los nativos de América del Sur? He leído alguna cosa al respecto, pero nunca había visto ninguna. Bueno, ahora puedo contestar a su pregunta. Jamás vi a nadie manejar nada semejante.
—¿Dónde la encontró? —preguntó Japp con vivo interés. —Oculto debajo de los cojines de un asiento, señor.
—¿Qué asiento?
—El número nueve.
—Muy divertido —comentó Poirot.
Japp se volvió hacia él.
—¿Qué es lo que le parece tan divertido?
—Pues que el número nueve era mi asiento precisamente.
—iHombre, qué casualidad que sea el suyo! —comentó el señor Ryder.
Japp frunció el ceño.
—Gracias, señor Ryder, esto es todo.
Cuando Ryder hubo desaparecido, se volvió a Poirot con una sonrisa.
—¿Así que fue usted, viejo buitre?
—Mon ami —contestó Poirot con toda dignidad—, cuando cometa un asesinato, no lo haré con una de esos dardos envenenados de los indios americanos.
—Es algo demasiado elemental —concedió Japp—, aunque parece haber funcionado.
—Eso es lo que me desconcierta.
—Cualquiera que haya sido, ha debido de correr el más increíble de los riesgos. iDios! Sin duda se trata de un loco de atar. ¿A quién nos falta preguntar? Solo queda una muchacha. Oigámosla y acabemos de una vez. Jane Grey. Parece el título de una novela rosa.
—Es una joven muy bonita —admitió Poirot resueltamente.
—¿De veras, viejo zorro? De modo que no ha pasado usted el vuelo durmiendo todo el tiempo, ¿verdad?
—Es muy bonita y estaba algo nerviosa —dijo Poirot.
—Nerviosa, ¿eh? —repitió Japp alerta.
—iPor Dios, amigo mío! Cuando una muchacha está nerviosa suele significar que anda cerca un muchacho, no un crimen.
—Bueno, bueno, supongo que tiene usted razón. Aquí está.
Jane contestó a las preguntas que se le hicieron con bastante claridad. Se llamaba Jane Grey y estaba empleada en el establecimiento de peluquería para señoras de monsieur Antoine, en Bruton Street. Su domicilio era el IO de Harrogate Street, N.W.5. Volvía a Londres desde Le Pinet.