—¿Reconocería usted a alguno de ellos, mademoiselle?
—No, monsieur.
—Probaremos con Georges.
—Sí, monsieur. Por desgracia, Georges está muy mal de la vista. Es una lástima.
Fournier se levantó.
—Bien, mademoiselle, nos despedimos ya, si usted está segura de no haber omitido nada, nada en absoluto...
—¿Yo? ¿Qué... qué podría haber omitido yo?
Elise se mostró apenada.
—Comprendido. Vamos, monsieur Poirot. Perdone, ¿está usted buscando algo?
Poirot se movía por la sala curioseándolo todo.
—Sí, es cierto. Buscaba una cosa que no veo aquí, por cierto.
—¿Qué busca?
—Fotografias. Retratos de amistades o parientes de madame Giselle.
Elise meneó la cabeza.
—Madame no tenía familia. Estaba sola en el mundo. —Tenía una hija —observó Poirot con presteza.
—Sí, es cierto. Sí, tenía una hija.
Elise suspiró.
—¿Y no hay un retrato de su hija? —insistió Poirot.
iOh, monsieur no lo comprende! Es cierto que madame tuvo una hija, pero de eso hace mucho tiempo, ¿comprende usted? Creo que madame no había vuelto a verla desde que era una niña.
—¿Cómo es eso? —preguntó Fournier.
Ella dejó caer los brazos en actitud muy expresiva.
—No lo sé. Fue cuando madame era joven. Me han dicho que entonces era muy guapa. No sé si estaba casada o era soltera. Yo creo que no se casó. Sin duda se organizó algo respecto a la niña. En cuanto a madame, sé que tuvo la viruela, que estuvo muy enferma, en peligro de muerte. Cuando se restableció, su belleza había desaparecido. Ya no hizo más locuras, se acabaron los romances. Madame se convirtió en una mujer de negocios.
—Pero le ha dejado el dinero a su hija.
—Pues claro —contestó Elise—. ¿A quién iba a dejar su dinero sino a la carne de su carne? La sangre tiene más fuerza que el agua, y madame no tenía amigos. Siempre estaba sola. Su pasión era el dinero, ganar dinero, mucho dinero. Gastaba muy poco. No le gustaban los lujos.
—Le dejó a usted un legado, ¿lo sabía?
—Sí, ya me lo han comunicado. Madame siempre fue generosa. Todos los años me daba una importante suma, además de mi sueldo. Le estoy muy agradecida.
—Bien —intervino Fournier— nos vamos. Al salir hablaré un momento con Georges.
—¿No le importa que baje dentro de un minuto, amigo mío? —pidió Hércules Poirot.
_como guste.
Fournier salió.
Poirot dio una vuelta por la estancia. Luego tomó asiento y se quedó mirando a Elise.