—Ya comprendo —aseguró Jane sin comprender nada.
—Pero yo llegaré a la solución de este problema con más rapidez si me ayudan —aseguró Poirot.
—¿Qué clase de ayuda?
Poirot guardó silencio unos instantes.
—La ayuda del señor Gale. Y, tal vez después, la ayuda de usted.
—¿Qué puedo hacer yo? —preguntó Norman.
—No le gustará —le advirtió.
—¿De qué se trata? —insistió el muchacho, impaciente.
Delicadamente, para no ofender la sensibilidad de un inglés, Poirot se entretuvo con un mondadientes.
—Francamente, lo que necesito es un chantajista.
—iUn chantajista! —exclamó Norman, mirando a Poirot como quien no da crédito a sus oídos.
Poirot asintió.
—Eso precisamente: un chantajista.
—¿Y para qué?
—Parbleu! Para chantajear a alguien.
—Sí, pero quiero decir ¿a quién? ¿Por qué?
—¿Por qué? Eso es cosa mía. En cuanto a quién... —hizo una pausa y luego prosiguió hablando como quien propone un negocio normal—: Le explicaré en pocas palabras cuál es mi plan. Escribirá usted una carta a la condesa de Horbury. Es decir, la escribiré yo, y usted la copiará. Debe hacer constar que es «personal». En la carta le pedirá una entrevista. Le recordará usted el viaje que hizo a Inglaterra en cierta ocasión. Se referirá también a ciertos negocios realizados con madame Giselle, negocios que han pasado a sus manos.
—Pero es usted una persona horrible, monsieur Poirot —exclamó Jane — No comprendo por qué tiene que decir estas cosas.
—Muy sencillo. Porque necesito averiguar cosas.
—Supongo que tendrá usted unos medios muy ingeniosos para averiguarlas.
—No hay más que una manera.
—¿Y cuál es?
—Dejar que la gente se las diga a uno.
Jane se echó a reír..
—¿Y si se las quieren callar?
—A todo el mundo le gusta hablar de sí mismo.
—Supongo que sí —convino Jane.
—Así es como ha hecho fortuna más de un curandero. Invitan al paciente a que se siente y les cuente cosas. Que si se cayó del cochecito a los dos años, que si su madre, comiendo fruta, se manchó el vestido un día, que si al año y medio tiraba a su padre de las barbas. Y luego el curandero le dice que ya no sufrirá más de insomnio y pide dos guineas, y el paciente se va muy contento, contentísimo, y quizá duerma bien aquella noche.
—i Qué ridículo!