—Claro —respondió el señor Clancy—. Se me olvidaba. Es usted un detective, y de los buenos. No como los de Scotland Yard. Investigador privado. Siéntese, señorita Grey. No, ahí, no. Creo haber visto rastros de zumo de naranja en esa silla. Si quito esta carpeta... ¡Vaya! Todo se cae en esta casa. No importa. Siéntese usted aquí, monsieur Poirot. ¿No me equivoco? ¿Poirot? El respaldo no está roto. Solo cruje un poco cuando uno se apoya en él. Bien, acaso sea prudente no forzarlo mucho. Sí, un investigador privado como mi Wilbraham Rice. El público está entusiasmado con Wilbraham Rice, un tipo que se muerde las uñas y come un montón de plátanos. No sé por qué hice que se mordiera las uñas al principio, es de bastante mal gusto, pero ya está. Empezó por morderse las uñas y ahora ha de continuar así en todos mis libros. Siempre lo mismo. Los plátanos no están mal, se prestan a escribir algunas bromas divertidas: criminales que resbalan con las pieles. Yo también como plátanos, por eso los tengo en la cabeza. Pero no me muerdo las uñas. ¿Un poco de cerveza?
—No, gracias.
El señor Clancy suspiró, tomó asiento a su vez y se quedó mirando con seriedad a Poirot.
—Supongo que debo su visita al asesinato de Giselle. Ese caso me ha hecho reflexionar mucho. Diga usted lo que quiera, pero para mí es asombroso. Dardos envenenados lanzados con cerbatana en un avión. Una idea que yo había explotado, como le dije, para un libro y para un cuento. Fue una coincidencia muy chocante, pero he de confesarle, monsieur Poirot, que me dejó impresionado, hondamente impresionado.
—No es extraño que el crimen le intrigase a usted desde el punto de vista profesional, señor Clancy.
Los ojos del señor Clancy fulguraron.
—Exacto. Cualquiera diría que hasta la policía tendría que comprenderlo. Pues nada de eso. No he cosechado más que sospechas, tanto del inspector como en la encuesta. Hago cuanto puedo para ayudar a la justicia y, por todo agradecimiento por las molestias, se obstinan en sospechar de mí.
—De todos modos —observó Poirot sonriendo—, no parece que eso le afecte mucho.
—¡Ah! —exclamó el señor Clancy—. Pero ha de saber usted que tengo mis métodos, Watson. Perdóneme si le llamo Watson. No lo hago con ánimo de ofenderlo. Es muy interesante ver cómo ha resistido la técnica del amigo bobo. Personalmente, pienso que las novelas de Sherlock Holmes han sido enormemente sobrevaloradas. Hay que ver las falacias... las asombrosas falacias que hay en esas historias. Pero ¿qué estaba diciendo?
—Decía que tiene usted sus métodos.
—¡Ah, sí! Voy a poner a ese inspector... ¿cómo se llama. .. ? ¿Japp? Sí, voy a ponerlo en mi próximo libro. Ya verá cómo lo trata Wilbraham Rice.
—Entre plátano y plátano, como quien dice.
—Entre plátano y plátano. Eso está muy bien —/confirm/ió el señor Clancy riendo entre dientes.
—Tiene usted una gran ventaja como escritor, monsieur —observó Poirot—. Puede desahogar sus sentimientos con la palabra escrita. Tiene usted la fuerza de su pluma contra sus adversarios.
El señor Clancy se acomodó suavemente en su silla.
—¿Sabe usted que empiezo a creer que este asesinato va a ser una suerte para mí? Estoy escribiendo todo exactamente como pasó, aunque en forma de novela, claro está, y lo titularé El caso del avión de pasajeros. Con retratos perfectos de todos ellos. Se venderá como churros, si consigo sacarlo a tiempo.