—Evidemment! Pero parece que madame Giselle mezclaba un poco de chantaje con su profesión de prestamista, y esto amplía el campo de las conjeturas. Supongamos, por ejemplo, que madame Giselle tuviese pruebas de cierto acto criminal, pongamos por ejemplo, de un intento de asesinato.
—¿Hay algún motivo para suponer semejante cosa?
—Ya lo creo —contestó Poirot con calma—. Es una de las pocas pruebas documentales que tenemos en este caso.
Tras observar detenidamente la expresión de interés de la pareja, lanzó un suspiro.
—Bueno, eso es todo. Hablemos de otra cosa, por ejemplo, del efecto que ha producido en la vida de ustedes dos esta tragedia.
—Es horrible decirlo, pero yo he salido muy beneficiada —contestó Jane. Contó su aumento de sueldo.
—Como usted dice, mademoiselle, ha salido beneficiada, pero probablemente ese beneficio será transitorio. Esa admiración que despierta su relato no durará más que una semana. Téngalo presente.
—Es cierto —exclamó Jane riendo.
—Me temo que, en mi caso, el efecto durará más de una semana —observó Norman.
Explicó su situación. Poirot le escuchaba compasivo.
—Como usted dice —advirtió pensativo—, eso durará más de siete días. Puede durar semanas y meses. Los golpes de efecto duran poco, pero el miedo persiste durante largo tiempo.
—¿Le parece a usted que debo abandonar mi consultorio?
—¿Tiene usted otro plan?
—Sí, liquidarlo todo. Largarme al Canadá o a cualquier parte y empezar de nuevo.
—Eso sería una lástima —señaló Jane con firmeza.
Norman la miró. Con sumo tacto, Poirot se enfrascó con el pollo.
—No es que yo desee hacerlo —protestó Norman.
—Si yo descubro quién mató a Madame Giselle, usted no tendrá que irse —le aseguró Poirot, animándole.
—¿Cree usted que lo conseguirá? —preguntó Jane.
Poirot le dirigió una mirada de reproche.
—Si se estudia un problema con orden y método, no debe haber dificultad alguna para resolverlo, ninguna en absoluto —afirmó Poirot severamente.
—Ya comprendo —aseguró Jane sin comprender nada.
—Pero yo llegaré a la solución de este problema con más rapidez si me ayudan —aseguró Poirot.
—¿Qué clase de ayuda?
Poirot guardó silencio unos instantes.
—La ayuda del señor Gale. Y, tal vez después, la ayuda de usted.