Poirot suspiró y, cogiendo a Norman de un brazo, lo llevó frente al espejo.
—¡Mírese! Es todo lo que le pido: ¡mírese! ¿Quién se figura usted que es? ¿Un Santa Claus disfrazado para divertir a los niños? Ya sé que no lleva barba blanca, no. La barba es negra, como la del traidor de un melodrama. ¡Pero qué barba, una barba que clama al cielo! Es una barba barata, amigo mío, y puesta con tan poca gracia que avergonzaría a un aficionado! ¡Y además, las cejas! ¿Es que tiene usted la manía del pelo postizo? Se huele a goma a varios metros y, si cree usted que no se nota ese algodón que se ha metido en los carrillos, se equivoca. Amigo mío, este no es su oficio. Decididamente, representar este delicado papel no es su oficio.
—Tiempo atrás trabajé en un teatro de aficionados —aseguró Norman Gale muy tieso.
—Cuesta creerlo. En todo caso, me parece que no le permitirían caracterizarse a su modo. Ni a la luz de las candilejas convencería usted a nadie. Imagine en Grosvenor Square y a la luz del día.
Poirot se encogió elocuentemente de hombros para acabar la frase.
—No, mon ami, debe usted ser un chantajista y no un cómico. Deseo que atemorice usted a esa dama, no que se muera de risa. Ya sé que le molesta que le diga esto. Lo siento, pero estamos en unas circunstancias en que solo nos sirve la verdad. Quítese esto y eso. Vaya al cuarto de baño y acabemos con esta comedia.
Norman Gale obedeció y, cuando volvió a salir un cuarto de hora después, con la cara del color del ladrillo rojo, Poirot lo acogió con un ademán de aprobación.
—Tres bien. Se acabó la farsa y empieza el negocio en serio. Le dejaré llevar un bigotillo, pero me va a permitir que se lo ponga yo... Así. Y ahora peinado de otro modo... Así. Con esto basta. Veamos ahora si recuerda su papel.
Escuchó atentamente lo que Norman decía y aprobó:
—Está bien. En avant y buena suerte.
—No deseo otra cosa. Probablemente me encontraré con un marido furioso y una pareja de guardias.
Poirot lo tranquilizó.
—No tema. Todo saldrá a pedir de boca
—Eso dice usted —protestó Norman.
Con gran desaliento, se lanzó a la desagradable aventura.
En Grosvenor Square, le condujeron a un saloncito del primer piso y, a los pocos minutos, se presentó lady Horbury.
Norman dominó sus nervios. Bajo ningún concepto debía revelar que era un novato en aquellas lides.