—Ya lo sé, ya lo sé. Pero el caso es que usted se ha interesado mucho en el asunto por encontrarse en el avión y he pensado que, a lo mejor, podría sugerirme alguna idea aprovechable. ¿De qué sirve ir a un técnico si no sabe uno lo que debe preguntarle?
El doctor Bryant sonrió.
—Algo hay de cierto en lo que usted dice, inspector. Probablemente, no hay nadie capaz de permanecer indiferente después de haberse visto involucrado en un asesinato. Confieso que me interesa todo este asunto y que le he dedicado largas reflexiones.
—¿Y qué piensa usted, señor?
—Me parece una cosa tan inverosímil, si me permite decirlo así, que me hallo confuso y trastornado. ¡Vaya procedimiento más asombroso para un crimen! No había ni una probabilidad entre cien de que el criminal pasara inadvertido. Debe ser una persona que desconoce la sensación de peligro.
—Muy cierto, señor.
—Y el uso del veneno es igual de sorprendente. ¿Cómo pudo conseguir el asesino algo así?
—Lo sé, parece increíble. No puedo imaginar que ni siquiera el uno por mil de los hombres haya oído hablar de una cosa tan rara como el boomslang, y mucho menos de la manera de utilizar el veneno. Ni creo que usted, que es médico, haya manipulado nunca esa sustancia.
—No hay muchas ocasiones de hacerlo. Tengo un amigo que se dedica al estudio de enfermedades tropicales. En su laboratorio tiene varias clases de venenos mortales, el de cobra, por ejemplo, pero no recuerdo que tenga el boomslang.
—Tal vez pueda usted ayudarme —sugirió Japp, entregando al médico un pedazo de papel—. Winterspoon escribió esos tres nombres y me dijo que ellos podrían informarme. ¿Los conoce usted?
—Conozco al profesor Kennedy superficialmente. A Heidler lo conozco mucho. Basta que pronuncie mi nombre y estoy seguro de que hará por usted cuanto pueda. Carmichael es de Edimburgo. No le conozco personalmente, pero he oído decir que está haciendo un buen trabajo allí.
—Gracias, doctor, y perdone las molestias. No le entretengo más.
Japp salió a la calle sonriendo satisfecho.
«No hay nada como la diplomacia, se dijo. Con ella se consigue todo. Juraría que no se enteró del objeto de mi visita. Bueno, algo es algo.»21
LAS TRES PISTAS
Cuando el inspector Japp volvió a Scotland Yard, le dijeron que Poirot le esperaba.
Japp saludó a su amigo efusivamente.
—Hola, Poirot. ¿Qué le trae a usted por aquí? ¿Tiene alguna novedad?
—He venido a ver qué novedades tenía usted, mi buen Japp.
—¡Eso es nuevo en usted! Bueno, la verdad es que no hay gran cosa. Nuestro colega de París ha identificado la cerbatana. ¿Sabe usted que Fournier me está amargando la vida desde París con su dichoso moment psychologique?He interrogado a los camareros hasta perder el aliento y no he podido arrancarles una palabra que nos proporcione ni un solo indicio sobre ese moment psychologique. Durante el viaje no sucedió nada anormal.
—Pudo ocurrir cuando los dos estaban en el compartimiento delantero del avión.
—También he interrogado a los viajeros. No pueden haberse puesto todos de acuerdo para mentir.