Poirot había dicho que hablaría con el otro camarero, con Davis. Y he aquí que no transcurrirían muchas horas sin que satisficiera sus deseos en el bar del Crown and Feathers.
Le preguntó lo mismo que a Mitchell.
—Nada en desorden, no, señor. ¿Quiere usted decir si cada cosa estaba en su sitio?
—Quiero decir... bueno, si faltaba algo de su bandeja, por ejemplo, o si había en ella algo que no debiera estar.
—Algo de eso había. Me fijé cuando estaba recogiendo el servicio, después que la policía hiciese su trabajo, pero supongo que no se refiere usted a eso. Solo que la difunta tenía dos cucharillas de café en su platillo. Esto pasa a veces cuando servimos con prisas. Me fijé porque hay una superstición al respecto. Dicen que dos cucharillas en un mismo plato significan boda.
—¿Faltaba la cucharilla en algún otro plato?
—No, señor, al menos no lo noté. Mitchell y yo debimos ponerla inadvertidamente, como sucede a veces. Yo mismo puse dos servicios de pescado hace cosa de una semana. Más vale eso que dejar la mesa incompleta, porque luego hay que correr a buscar otro cuchillo o lo que te hayas olvidado.
Poirot hizo aún otra pregunta, muy atrevida por cierto:
—¿Qué le parecen las muchachas francesas, Davis?
—Las inglesas son suficientemente buenas para mí, señor.
Dirigió una abierta sonrisa a una rubia y rolliza muchacha apostada tras la barra.