—Cerbatanas y flechas paganas, como yo les llamo —señaló la señora Mitchell.
—Tiene usted razón —aceptó Poirot, dirigiéndose a ella con un aire de sorpresa ante la observación—. Un asesinato británico no se comete así.
—Tiene razón, señor.
—Me parece, señora Mitchell, que adivinaría de qué parte de Inglaterra es usted.
—De Dorset, señor. No muy lejos de Bridport. De allí soy.
—Exacto. Un adorable rincón del mundo.
—Sí que lo es. Londres no se puede comparar con Dorset. Mi familia hace casi doscientos años que se estableció en Dorset, y yo llevo Dorset en la sangre, como se diría.
—Sí, no hay duda —y P01rot se volvió de nuevo hacia el camarero—. Me gustaría preguntarle una cosa, Mitchell.
Las cejas del camarero se contrajeron.
—Ya he dicho todo lo que sabía, señor. ¿Qué más puedo decir?
—Sí, sí, no se trata más que de una tontería. Me gustaría saber si vio algo fuera de lugar en la bandeja de madame Giselle.
—¿Quiere decir cuando... cuando descubrí...?
—Sí, cualquier cosa... cucharas y tenedores, el salero... cualquier cosa.
El camarero meneó la cabeza.
—No había nada de eso. Todo fue retirado para servir el café. Yo no noté nada, y debería haberlo hecho. Estaba demasiado aturdido. Pero la policía lo sabrá, porque examinó minuciosamente todo el avión.
—Está bien —aceptó Poirot—. No importa. De todos modos tengo que hablar con Davis, su compañero.
—Ahora hace el vuelo de las ocho cuarenta y cinco, señor.
—¿Le ha impresionado mucho el asunto?
iOh! Verá usted, hay que tener en cuenta que es muy joven. Si le he de decir la verdad, casi le ha divertido. Está emocionado y todo el mundo le invita a tomar copas para Olrle contar el caso.
—¿Sabe usted si tiene novia? —preguntó Poirot— Sin duda le impresionaría mucho saber que estaba relacionado con un crimen.
—Corteja a la hija del viejo Johnson, el de Crown and Feathers señaló la señora Mitchell—. Pero es una muchacha muy juiciosa y tiene la cabeza muy bien sentada. Le disgusta verse mezclada en un asesinato.
—Es un punto de vista muy respetable —concedió Poirot levantándose — Bueno, gracias, señor Mitchell, créame, no piense más en eso.
Cuando se hubo ido, Mitchell le dijo a su mujer:
—i Y pensar que aquellos bobos del jurado creyeron que lo había hecho él! Si quieres que diga lo que pienso, creo que pertenece a la policía secreta.
—Si quieres que lo diga yo —replicó la mujer—, detrás de todo eso andan los bolcheviques.