Capítulo XXI LAS TRES PISTAS
Cuando el inspector Japp volvió a Scotland Yard, le dijeron que Poirot le esperaba.
Japp saludó a su amigo efusivamente.
—Hola, Poirot. ¿Qué le trae a usted por aquí? ¿Tiene alguna novedad?
—He venido a ver qué novedades tenía usted, mi buen Japp.
—¡Eso es nuevo en usted! Bueno, la verdad es que no hay gran cosa. Nuestro colega de París ha identificado la cerbatana. ¿Sabe usted que Fournier me está amargando la vida desde París con su dichoso moment psychologique?He interrogado a los camareros hasta perder el aliento y no he podido arrancarles una palabra que nos proporcione ni un solo indicio sobre ese moment psychologique. Durante el viaje no sucedió nada anormal.
—Pudo ocurrir cuando los dos estaban en el compartimiento delantero del avión.
—También he interrogado a los viajeros. No pueden haberse puesto todos de acuerdo para mentir.
—En uno de mis casos, todo el mundo mentía.
—¡Usted y sus casos! A decir verdad, Poirot, no estoy satisfecho. Cuanto más examino las cosas, más oscuras las veo. El jefe empieza a tratarme con frialdad. Pero ¿qué puedo hacer? Menos mal que es un asunto medio extranjero. Siempre podremos cargárselo a los franceses que tomaron parte en el vuelo; y en París se excusan diciendo que el asesino debe de ser inglés y que es asunto nuestro.
—¿Cree usted realmente que lo hicieron los franceses?
—Hablando con franqueza, no lo creo. Bien mirado, los arqueólogos son gente inofensiva: no piensan más que en remover tierra y en discurrir acerca de lo que sucedió hace miles de años. Y me gustaría saber cómo lo saben. ¡Pero cualquiera les contradice! Si se empeñan en que una sarta de abalorios tiene cinco mil trescientos veintidós años, ¿quién va a decirles lo contrario? ¡Bah! Tal vez sean unos embusteros, aunque parecen creer en sus mentiras, las cuales, después de todo, son inofensivas. El otro día tuve aquí a un tipo a quien habían robado un escarabajo sagrado. Estaba destrozado, pobre chico, pero desesperado como un niño de pecho. Entre nosotros, ni por un momento he creído que esos dos tengan nada que ver en el asunto
—¿Quién cree usted que lo hizo?
—Podría ser Clancy. Se comporta de un modo muy raro. Habla consigo mismo por la calle. Algo lleva en la cabeza.
—La trama de otra novela, quizá.
—Tal vez sea por eso, pero también puede ser otra cosa. Aunque, por más que pienso, no consigo encontrar un motivo. Aún sigo creyendo que el CL 52 del librito negro se refiere a lady Horbury, pero no he podido sacarle nada en limpio. Una mujer dura, se lo aseguro.
Poirot sonrió para sus adentros.
—Sobre los camareros —prosiguió Japp—, no encuentro en ellos nada que los relacione con Giselle.
—¿El doctor Bryant?