—No puedo dejar la peluquería de Antoine. Es un buen empleo.
—También lo es el que le ofrezco.
—Sí, pero no es más que eventual.
—Le buscaré un empleo del mismo tipo.
—Gracias, pero no me atrevo a arriesgarme.
Poirot la miró, sonriendo enigmático.
Tres días después, le llamaron por teléfono.
—Monsieur Poirot —dijo Jane—, ¿todavía mantiene usted su oferta?
—Sí. Salgo hacia París el lunes.
—¿Hablaba usted en serio? ¿Puedo acompañarle?
—Sí. Pero, ¿qué le ha pasado para que cambie de idea?
—Me he peleado con Antoine. Francamente, he perdido la paciencia con una parroquiana. Era una perfecta... bueno, no puedo decirle lo que era por teléfono. Pero lo malo es que me puse nerviosa y, en vez de tragar saliva como era mi obligación, esta vez le he dicho a ella exactamente lo que pensaba.
—¡Ah! Haber dejado volar la imaginación por tierras de aventuras...
—¿Qué dice usted?
—Digo que dejó volar su mente.
—No fue mi mente, sino mi lengua la que se me soltó. Y disfruté mucho en decirle que sus ojos eran tan saltones como los de su asqueroso pequinés, como si fueran a caérsele. Supongo que tendré que buscarme otro empleo, aunque me gustaría ir con usted a París primero.
—Bien, de acuerdo. Durante el viaje le daré instrucciones.
Poirot y su nueva secretaria no viajaron en avión, por lo que Jane le estuvo secretamente agradecida, ya que la experiencia del último viaje le había desquiciado los nervios y no quería volver a recordar aquel cuerpo encogido y vestido de negro.
En el trayecto en tren de Calais a París tuvieron un compartimiento para ellos solos, y Poirot le dio a Jane alguna idea
—En París tengo que visitar a mucha gente: al abogado Thibault, a monsieur Fournier, de la Sûreté, un señor melancólico e inteligente. A monsieur Dupont pére y monsieur Dupont hijo. Escuche, mademoiselle, mientras yo hable con el padre, usted se encargará del hijo. Es usted muy hermosa, muy atractiva. Creo que monsieur Dupont la recordará de haberla visto durante la encuesta judicial.
—Volví a verle después —comentó Jane, ruborizándose ligeramente.
—¿De veras? ¿Cómo fue eso?
Jane, más colorada aún, le explicó su encuentro en la Corner House.
—¡Magnífico! Tanto mejor. ¡Caramba! Ha sido una idea excelente traerla conmigo a París. Ahora escúcheme atentamente, mademoiselle Jane. En la medida en que le sea posible no hable del caso de Giselle, pero no rehuya la conversación si Jean Dupont lo trae a colación. Será preferible que dé usted la impresión, sin que con esto quiera yo decir nada, de que lady Horbury es la principal sospechosa del crimen. Puede usted decir que mi vuelta a París se debe a la conveniencia de hablar con Fournier y de indagar sobre las relaciones y negocios que lady Horbury pudo tener con la difunta.
—¡Pobre lady Horbury! ¡Hace usted que sirva de tapadera!
—No es el tipo de mujer que yo admiroEh bien, deje que, una vez al menos, sirva para algo.