Capítulo XXVI CHARLA DE SOBREMESA
Al día siguiente, Poirot dejó París. Jane se quedó allí con una lista de encargos que cumplir, la mayor parte de los cuales no tenían para ella el menor sentido, aunque procuró hacerlos lo mejor que pudo. Vio a Jean Dupont dos veces. Él le habló de la expedición en que ella debía tomar parte y Jane no osó desengañarle sin hablar antes con Poirot, de modo que siguió la charla lo mejor que supo, hasta poder cambiar de tema. Cinco días después, un telegrama la reclamó a Inglaterra.
Norman fue a esperarla a la estación Victoria y hablaron de los recientes sucesos.
Se había dado escasa importancia al suicidio. En los periódicos apareció una breve noticia dando cuenta del suicidio de una tal señora Richards, canadiense, en el expreso París-Boulogne. Y nada más. No se había mencionado ninguna relación con el asesinato en el avión.
Tanto Norman como Jane tenían el ánimo predispuesto al optimismo. Confiaban ciegamente en que todas sus inquietudes habrían terminado muy pronto. Aunque Norman no era tan entusiasta como Jane.
—Si sospechan que ella mató a su madre, ahora, tras el suicidio, probablemente no se molestarán en proseguir con el caso, y si no se cierra oficialmente, no sé qué va a ser de unos pobres diablos como nosotros. Para la opinión pública, seguiremos envueltos en sospechas como hasta ahora.
Y eso mismo le dijo a Poirot cuando lo encontró en Piccadilly unos días después
Poirot sonrió.
—Es usted como todos. Me toman por un viejo chocho, incapaz de realizar nada de provecho. Oiga: ¿Por qué no viene a cenar esta noche conmigo? Vendrá Japp y también nuestro amigo el señor Clancy. Voy a hablar de cosas que pueden interesarle.
La cena transcurrió agradablemente. Japp estaba de buen humor y adoptó un aire protector. Norman se mostraba interesado. El señor Clancy estaba tan excitado como cuando identificó el dardo fatal.
Nadie hubiera dicho que Poirot trataba abiertamente de impresionar al escritor.
Después de la cena, tomado el café, Poirot se aclaró la garganta con cierto embarazo, aunque tampoco restase importancia al momento.
—Amigos míos —empezó diciendo—, el señor Clancy me ha expresado su interés por conocer lo que él llamaría mis métodos, Watson. C'est ça, n'est-ce-pas? Propongo, si no tiene que resultarles pesado... —hizo una pausa significativa, pero Norman y Japp se apresuraron a decir que no, que sería muy interesante—, darles un resumen de los métodos que he seguido en mis investigaciones en este caso.
Guardó silencio para consultar sus notas. Japp murmuró al oído de Norman:
—Se traga sus propias fantasías, ¿verdad? Pues no es vanidoso ni nada, este hombrecillo.
Poirot le dirigió una mirada de reproche al tiempo que se aclaraba la garganta:
—¡Ejem!
Tres rostros se volvieron cortésmente hacia él.