Siguieron conversando un buen rato, pero se hizo evidente que la señora Richards podría ser de poca utilidad para sus indagaciones. Nada sabía de la vida de su madre ni de lo relativo a sus negocios.
Después de apuntarse el nombre del hotel en que se alojaba, Poirot y Fournier se despidieron de ella.
—Está usted desencantado, mon vieux —comentó Fournier—. ¿Había usted concebido alguna idea acerca de esa muchacha? ¿Sospechó que podría ser una impostora, o acaso sigue usted sospechando que lo es?
Poirot meneó la cabeza con desaliento.
—No, no creo que sea una impostora. No plantean ninguna duda sus documentos. Pero es raro que me parezca haberla visto en alguna parte, o que me recuerde a alguien.
—¿Se parece a la difunta? —insinuó Fournier en tono de duda—. Seguramente es eso.
—No, no es eso. Me gustaría recordarlo. Estoy seguro de haber visto un rostro parecido al suyo.
Fournier se le quedó mirando lleno de curiosidad.
—Siempre le ha interesado a usted la hija abandonada.
—Claro está —contestó Poirot, enarcando las cejas—. De todas las personas a quienes puede beneficiar la muerte de Giselle, esta chica es la que sale más beneficiada, y de una manera muy concreta: con una enorme fortuna.
—Cierto, pero ¿adonde nos lleva todo esto?
Poirot permaneció en silencio durante unos instantes, siguiendo el hilo de sus pensamientos.
—Amigo mío, esa muchacha hereda una gran fortuna. No le sorprenda si he pensado desde el principio que podría estar implicada. Tres mujeres viajaban en aquel avión. Una de ellas, Venetia Kerr, es hija de una familia tan conocida como respetable. Pero, ¿y las otras dos? Desde que Elise Grandier nos indujo a creer que el padre de la hija de madame Giselle fue inglés, se me metió en la cabeza que una de las dos mujeres podía ser la hija. Las dos eran aproximadamente de la misma edad. Lady Horbury era una corista de antecedentes bastante oscuros y que actuó en los escenarios bajo un seudónimo. La señorita Jane Grey, como me dijo una vez, se educó en un orfanato.
—¡Ah, ah! —exclamó el francés—. ¿Todo eso es lo que ha estado pensando? Nuestro amigo Japp diría que se pasa usted de listo.
—Lo cierto es que siempre me acusa de complicar las cosas.
—¿Ve usted?
—Pero, de hecho, eso no es cierto. Siempre procedo de la manera más sencilla que pueda imaginarse. Y nunca me niego a aceptar los hechos.
—Pero ¿está usted decepcionado? ¿Esperaba algo más de esa Anne Morisot?
Habían llegado al hotel de Poirot. Un objeto que reposaba sobre el mostrador de la recepción le recordó a Fournier algo que aquel había dicho aquella misma mañana.
—No le he dado las gracias por haberme apartado del error en que estaba. Tenía en cuenta las dos boquillas de lady Horbury y las pipas kurdas de los Dupont, y es algo imperdonable en mí que hubiera olvidado la flauta del doctor Bryant, aunque no sospechaba de él seriamente.
—¿No sospechaba usted?
—No. Nunca pensé que fuera el tipo de hombre capaz...