Se interrumpió. El hombre que estaba hablando con el conserje se volvió con el estuche de la flauta en la mano y, viendo a Poirot, se le alumbró el rostro en una sonrisa de reconocimiento.
Poirot se adelantó, mientras Fournier se retiraba discretamente a un lado para que el doctor Bryant no le viera.
—Doctor Bryant —saludó Poirot con una inclinación.
Se estrecharon la mano. Una dama que había estado junto a Bryant se alejó en dirección al ascensor. Poirot se limitó a echarle una breve mirada.
—Bien, monsieur le docteur, ¿se han resignado sus pacientes a quedarse sin sus cuidados por unos días?
El doctor Bryant sonrió con aquella atractiva sonrisa que el otro recordaba tan bien.
—Ya no tengo pacientes. —aclaró y acercándose a una mesita vecina, le ofreció—: ¿Un vaso de jerez, monsieur Poirot, o algún otro apéritif?
—Gracias.
Se sentaron y el doctor encargó las bebidas. Luego /confirm/ió lentamente:
—No, ya no tengo enfermos. Me he retirado.
—¿Una decisión repentina?
Calló mientras les servían. Luego, levantando la copa, explicó:
—Una decisión necesaria. Abandono la carrera por mi propia voluntad, antes de que me echen del Colegio de Médicos. Todos llegamos a un punto decisivo de nuestra vida, monsieur Poirot, en que debemos tomar una decisión, al llegar a una encrucijada. Mi carrera me interesa enormemente y siento una pena, una gran pena al abandonarla. Pero me reclaman otras cosas. Se trata, monsieur Poirot, de la felicidad de un ser humano.
Poirot esperó en silencio que continuase.
—Es por una dama, una paciente mía, la quiero con toda mi alma. Tiene un marido que la hace desgraciada, que toma drogas. Si fuera usted médico sabría lo que esto significa. Como ella no tiene dinero, no puede abandonarle. He estado dudando mucho tiempo, pero por fin he tomado una determinación. Me la llevo a Kenia, donde empezaremos una vida nueva. Espero que al fin consiga un poco de felicidad. Ha sufrido tanto.
Se interrumpió de nuevo, para continuar apresuradamente:
—Le cuento esto, monsieur Poirot, porque pronto será del dominio público y, cuanto antes lo sepa usted, mejor.
—Comprendo —/confirm/ió Poirot. Y, tras una breve pausa, añadió—: Veo que se lleva usted la flauta.
El señor Bryant sonrió.
—La flauta, monsieur Poirot, es mi mejor compañera. Cuando falla todo lo demás, siempre queda la música.
Pasó sus manos cariñosamente por el estuche. Luego, haciendo una inclinación, se levantó.
Poirot le imitó.
—Mis más sinceros deseos de felicidad, monsieur le docteur, en compañía de madame —se despidió Poirot.
Cuando Fournier se acercó a su amigo, Poirot se encontraba en el mostrador pidiendo una conferencia telefónica con Quebec.