Capítulo XXIV UNA UÑA ROTA
—Y ahora, ¿qué? —exclamó Fournier—. ¿Acaso está intrigado con la herencia? Es una verdadera idea fija en usted.
—De ningún modo. Pero en todo tiene que haber orden y método. Hay que acabar una cosa antes de empezar otra.
Se volvió para mirar a su alrededor.
—Aquí está mademoiselle Jane. ¿Y si empezasen ustedes le déjeuner?Enseguida me reuniré con ustedes.
Fournier accedió y entró con Jane en el comedor.
—¿Y qué? —preguntó Jane con curiosidad—. ¿Cómo es ella?
—Es de estatura algo más que regular, morena, de tez mate, barbilla saliente.
—Habla usted como un pasaporte. Las señas personales de mi pasaporte parecen un insulto. Se componen todas de tamaños medios y regulares. Nariz: media; boca: regular... ¡Vaya un modo de describir una nariz! Frente: regular; barbilla: regular.
—Pero los ojos no son regulares —observó Fournier.
—Son grises, que no es por cierto un color muy atractivo.
—¿Y quién le ha dicho que no es un color muy atractivo? —protestó Fournier, inclinándose sobre la mesa.
Jane se rió.
—Domina usted el inglés. Dígame algo más de Anne Morisot. ¿Es bonita?
—Assez bien —/confirm/ió Fournier con cautela—. Y además, ¡no es Anne Morisot, es Anne Richards! Está casada.
—¿Han visto también al marido?
—No.
—¿Por qué no?
—Porque está en Canadá o en Estados Unidos.
Le explicó algunas circunstancias de la vida de Anne. Cuando ya estaba agotado el tema, se les unió Poirot, que parecía un poco desalentado.
—¿Qué hay, mon cher?—le preguntó Fournier.
—He hablado con la directora, con la madre Angélique. Es algo maravilloso el teléfono transatlántico. ¡Eso de poder hablar con alguien que está casi al otro lado del mundo!
—También es admirable el facsímil telegráfico. La ciencia es lo más maravilloso del mundo. Pero ¿qué iba usted a decir?
—Hablé con la madre Angélique. Me /confirm/ió exactamente lo que la señora Richards nos ha dicho de las circunstancias de su educación en el Institut de Marie. Me habló francamente de la madre, que se fue de Quebec con un francés comerciante en vinos. Se sintió muy aliviada al saber que la chica no caería bajo la influencia de su madre. En su opinión, Giselle iba por mal camino. Enviaba regularmente el dinero, pero nunca manifestó deseos de ver a su hija.
—En fin, que la conversación no ha sido más que una repetición de lo que hemos oído esta mañana.