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当前位置: 首页 » 西班牙语阅读 » 阿加莎·克里斯蒂作品集 » Diez Negritos无人生还 » 正文

Capítulo 10(2)

时间:2024-04-12来源:互联网  进入西班牙语论坛
核心提示:En cuanto al juez, pensaba: Asesinados en la cama! Esos medicuchos se parecen todos; notienen ideas originales.Cierto, p
(单词翻译:双击或拖选)

En cuanto al juez, pensaba: «¡Asesinados en la cama! Esos medicuchos se parecen todos; no

tienen ideas originales.»

—Cierto, pero tenga en cuenta que esas víctimas estaban desprevenidas, mientras que nosotros

estamos sobre aviso.

—Pero ¿qué podemos hacer? —preguntó Armstrong—. Tarde o temprano…

—Yo he tomado mis medidas.

—No sabemos de quién desconfiar.

El viejo magistrado se acarició la barbilla y murmuró:

—No diría yo otro tanto…

Armstrong le miró a la cara de hito en hito.

—Entonces… ¿Usted sabe?

—En cuanto a las pruebas indispensables ante un tribunal, le declaro no tener ninguna —dijo

con prudencia Wargrave—. Sin embargo, si paso revista a todos los hechos, distinguiría claramente

quién era el culpable.

—¡No le comprendo! —dijo con los ojos fijos en el anciano juez el asombrado doctor.

Miss Emily Brent se retiró a su dormitorio, cogió la Biblia y se sentó cerca de la ventana. La

solterona abrió el libro sagrado y después de unos segundos de duda, lo dejó, se fue hacia la mesilla

de noche y sacó de un cajón un pequeño cuaderno de memorias, con cubiertas negras.

Lo abrió y púsose a escribir.

Una horrorosa desgracia acaba de pasar. El general MacArthur ha muerto. (Su primo era

marido de Elsie MacPherson.) Sin duda alguna ha sido asesinado. Después de comer el juez

Wargrave nos ha hecho un interesante discurso, pues está convencido de que uno de nosotros es

el culpable. En otros términos, uno de nosotros está poseído del demonio. Estoy segura,.. ¿Quién

podrá ser? Esta es la pregunta que cada uno se hace. Pero yo sola sé…

Se quedó un instante inmóvil, sus ojos grises se cerraron; el lápiz temblaba entre sus dedos;

escribió en mayúsculas:

LA ASESINADA SE LLAMA BEATRIZ TAYLOR

Cerró los ojos. De repente los abrió sobresaltada y miró el cuaderno donde había estado

escribiendo; lanzando una exclamación de cólera leyó las letras tan irregularmente escritas de la

última frase y murmuró con voz muy baja:

—No es posible. ¿He sido yo quien ha escrito esto? Me estoy volviendo loca.

La tempestad estaba en todo su furor, el viento rugía alrededor de la casa.

Hallábanse todos reunidos en el salón y se observaban entre sí. Cuando Rogers entró con la

bandeja para servir el té todos se sobresaltaron.

—¿Quieren que corra las cortinas? Estará esto menos triste.

Ante la respuesta afirmativa el criado corrió las cortinas y encendió la luz.

La habitación iluminóse y se disiparon las sombras.

Al día siguiente la tempestad se apaciguaría y vendría un barco… Un barco surgiría…

Miss Claythorne preguntó:

—¿Quiere usted servir el té, miss Brent?

La solterona le contestó:

—No, se lo ruego; sírvalo usted misma. La tetera es tan pesada… por otra parte he perdido dos

ovillos de lana gris y eso me disgusta.

Vera se aproximó a la mesa y se oyó el alegre tintineo de la porcelana. Todo parecía volver a la

normalidad.

—¡El té! ¡El té de la tarde! ¡Para los ingleses, qué deliciosa costumbre!

Philip Lombard arriesgó una broma, Blove le respondió en el mismo tono. Armstrong contó una

divertida anécdota, y hasta el mismo juez, que de ordinario rechazaba este brebaje, paladeábalo con

visible placer.

En este ambiente de tranquilidad, Rogers entró con cara descompuesta y farfullando

nerviosamente.

—Perdón, señores. ¿Alguno de ustedes sabría en dónde está la cortina del cuarto de baño?

Lombard levantó bruscamente la cabeza.

—¿La cortina del cuarto de baño? ¡Qué diantre nos cuenta usted!

—Ha desaparecido, señor. No está en la ventana. He dado una vuelta por las habitaciones para

echar las cortinas, pero la del cuarto de baño no estaba.

—¿Estaba esta mañana? —preguntó Wargrave.

—¡Oh! Sí, señor.

—¿Qué clase de cortina era?

—Era de hule rojo, impermeable y hacía juego con los ladrillos.

—¿Y ha desaparecido? —preguntó Lombard.

—Sí, señor, ha desaparecido.

Se miraron unos a otros; Blove dijo lentamente:

— ¿Después de todo qué importa? Esta desaparición es insensata… como todo lo que está

ocurriendo, pero no hay por qué alarmarse, pues no se puede asesinar a nadie con una cortina de hule.

Pensemos en otra cosa.

—Bien, señor, gracias —dijo Rogers.

El criado salió de la habitación y cerró la puerta tras sí.

De nuevo el miedo se instaló en el salón y una vez más los invitados se observaron con ansia

disimulada.

Llegó la hora de la cena. La cena, compuesta principalmente de conservas, transcurrió a toda

prisa y Rogers se apresuró a levantar los manteles.

En el salón reinaba una tensión insoportable.

A las nueve Emily Brent se levantó.

—Subo a acostarme —anunció.

—Yo también —dijo Vera.

Las dos mujeres subieron acompañadas de Lombard y Blove. En el pasillo los dos hombres

vieron cómo Vera y miss Brent entraban en sus respectivos aposentos y oyeron el ruido de los

cerrojos y de las llaves desde el interior.

—¡No es necesario recomendarles que se cierren con llave! —exclamó Blove—. Ya lo hacen.

—En todo caso están en seguridad por esta noche —añadió Lombard cuando bajaban.

Una hora más tarde, los cuatro hombres se retiraron a sus dormitorios. Rogers, desde el

comedor, donde preparaba la mesa para el desayuno del siguiente día, los vio subir y oyó que se

paraban en el primer rellano.

La voz del juez dejóse oír:

—Inútil será aconsejarles que cierren bien sus puertas.

A Blove parecióle bien añadir:

—Y sobre todo no olviden ustedes poner una silla atrancando la puerta, pues ya saben que se

puede abrir desde fuera.

—Querido Blove, usted es muy listo para nosotros —dijo Lombard.

—Buenas noches, deseo que nos encontremos mañana sanos y salvos —se despidió del juez con

estas palabras.

Rogers salió del comedor y subía lentamente la escalera; vio cuatro sombras desaparecer tras

cuatro puertas, percibió cuatro vueltas a la llave y el ruido de cuatro cerrojos al correrse…

—Es una buena precaución —murmuró para sí.

Volvió a bajar para ir al comedor. Miró si estaba en orden y preparado para la siguiente mañana.

Su mirada se posó en el centro de la mesa y contó siete negritos de porcelana.

«¡Trataré de que nadie nos gaste una broma durante esta noche!»

Atravesando la habitación cerró con llave la puerta que daba a la cocina y pasó al vestíbulo por

la otra puerta, que cerró igualmente con llave y se la guardó en el bolsillo.

Después apagó las luces y con paso lento llegó a su nueva habitación. Allí encontró un sitio para

guardar la llave en el armario, cerró la puerta también con llave y echó el cerrojo. Rogers se dispuso

acostarse. Y se dijo a sí mismo:

«Esta noche nadie tocará los negritos; he tomado mis precauciones.»

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