Furioso, el doctor Armstrong exclamó:
—¡Me la han cogido!
Un silencio sepulcral se hizo en la habitación. El doctor estaba en pie, de espaldas a la ventana.
En todas las miradas se leía la más grave acusación contra él. Miró a su vez a Vera y a Wargrave,
repitiendo débilmente:
—Les juro que me la han quitado…
Blove y Lombard se miraron. El juez declaró:
—Estamos cinco personas en esta habitación. Uno de nosotros es el asesino. Nuestra situación
es cada vez más peligrosa. Debimos hacer lo posible para salvar a cuatro inocentes. Le ruego, doctor,
que me diga cuáles son las drogas que tiene.
— Aquí tengo un pequeño estuche — respondió el doctor —. Pueden examinarlo. Contiene
soporíferos, comprimidos de sulfamidas, un paquete de bromuro, bicarbonato de sosa y aspirina. Eso
es todo. No tengo cianuro.
—Yo también —añadió el juez— he traído algunos comprimidos contra el insomnio que creo
son de veronal. Usted, mister Lombard, me parece que tiene un revólver.
—¿Y qué? —gritó Lombard, furioso.
—Sencillamente propongo que todas las drogas del doctor, mis comprimidos y su revólver sean
recogidos y llevados a un lugar seguro, así como cualquier producto farmacéutico y todas las armas
de fuego que encontremos. Hecho esto, cada uno de nosotros se someterá a un registro completo de
su persona y sus ropas.
—¡Que me cuelguen si yo dejo mi revólver! —prorrumpió Lombard.
—Mister Lombard —replicó Wargrave—, usted es un gallardo joven y muy fuerte, pero el ex
inspector también posee una fuerza respetable. No sé cuál de los dos ganaría en un cuerpo a cuerpo,
pero sí puedo afirmarle esto: el doctor, miss Claythorne y yo nos pondremos de parte de Blove y le
ayudaremos lo mejor que podamos. Así verá, pues, cómo la suerte se vuelve contra usted a la menor
resistencia que intente.
Lombard, con la cabeza echada hacia atrás, enseñó los dientes, pero se dio por vencido.
—Desde el momento en que todos se ponen contra mí… —dijo.
—Por fin es usted razonable. ¿Dónde está su revólver? —preguntó el juez.
—En el cajón de mi mesa de noche. Corro a buscarlo —repuso Lombard.
—Es mejor, creo yo, que nosotros le acompañemos.
—¡Ah! Usted es prudente al menos —repuso Lombard, sonriendo.
Entraron con él en su cuarto. El joven se dirigió resuelto hacia la mesilla de noche y abrió el
cajón. Retrocedió lanzando un juramento.
¡El cajón estaba vacío!
—¡Estarán contentos!
Desnudo como un gusano había asistido al registro de su dormitorio y de sus trajes por los tres
hombres. Mientras, miss Claythorne esperaba en el pasillo.
El registro continuó de manera metódica. El doctor, Wargrave y Blove se sometieron a su vez a
esta prueba.
Cuando salieron de la habitación de Blove, los cuatro hombres se unieron a Vera. El juez le dijo:
—Espero que comprenderá, miss Claythorne, que no podemos hacer una excepción con usted.
Es necesario encontrar ese revólver. ¿Tendrá usted, seguramente, en su equipaje el traje de baño?
Vera afirmó con la cabeza.
—En este caso le ruego que entre en su cuarto, se desnude, se ponga el «maillot» y vuelva a
buscarnos aquí.
Vera entró en su habitación y cerró la puerta.
Al cabo de unos minutos reapareció con un traje de baño de «tricot» de seda que realzaba su
cuerpo.
—Gracias, miss Claythorne —dijo, satisfecho, el juez—. Espérenos aquí. Vamos a registrar su
habitación.
Vera se estuvo en el pasillo hasta el regreso de los hombres. En seguida se vistió y se unió a
ellos.
— Ahora estamos tranquilos sobre un punto: ninguno de nosotros tiene armas ni venenos.
Vamos a colocar las drogas en sitio seguro; en la cocina hay un armario especial para guardar los
cubiertos de plata.
—Todo esto es muy bonito, pero ¿quién guardará la llave? ¿Usted, supongo? —observó Blove.
El juez no respondió.
Bajaron a la cocina y descubrieron un armario. Siguiendo las instrucciones del juez, pusieron allí
los diferentes productos farmacéuticos y cerraron con llave. Después, bajo la vigilancia de Wargrave,
metieron el armario en el aparador, que también cerraron con llave.
Entonces dio la llave del pequeño armario a Lombard y la del aparador a Blove.
—Tienen ustedes la misma musculatura y son los más fuertes entre nosotros. Así será difícil
para uno el apoderarse de la llave del otro; en cuanto a nosotros tres, no podríamos quitársela. El
intento de fracturar un mueble u otro me parece insensato, pues el ruido que se haría despertaría las
sospechas de los demás.
Hizo una ligera pausa y continuó:
—Tenemos que resolver aún otro grave problema. ¿Dónde está el revólver de mister Lombard?
—Me parece a mí —señaló Blove— que el propietario del arma es sólo quien puede responder a
esta pregunta.
—¡Cuerno! ¿No lo he dicho? ¡Me lo han robado!
—¿Cuándo lo ha visto por última vez? —preguntó Wargrave.
—Ayer noche. Estaba en mi cajón al acostarme… preparado por si lo necesitaba.
—Entonces ha desaparecido esta mañana durante la confusión que ha ocasionado el rato en que
cada uno buscaba al criado, hasta que descubrimos su cadáver.
—Seguramente está en algún sitio de la casa —declaró Vera—. Registremos un poco más.
El juez Wargrave, según su manía, se acariciaba la barbilla.
—Dudo del resultado de nuestras pesquisas. El asesino ha tenido tiempo de colocarlo en lugar
seguro y desespero de encontrarlo.
Blove se expresó con voz enérgica:
— Ignoro dónde se oculta el revólver, pero me parece saber dónde encontrar la jeringuilla,
síganme.
Abrió la puerta de la entrada y les condujo fuera de la casa.
Delante de la puerta del comedor vieron la jeringuilla y a su lado una estatuilla de porcelana
rota… El sexto negrito. Triunfante, Blove añadió:
—La jeringuilla no podía estar en otro sitio. Después de asesinar a miss Brent, el criminal abrió
la ventana y arrojó la jeringuilla, cogiendo en seguida al negrito y lanzándolo por el mismo camino.
No encontraron ninguna huella digital sobre la jeringuilla; había sido limpiada cuidadosamente.
—Ahora busquemos el revólver —dijo Vera, decidida.
—Eso es —añadió el juez—, pero hagámoslo sin separarnos; acuérdense que si no lo hacemos
así favoreceremos los propósitos del loco.
Minuciosamente, desde la cueva hasta el desván, examinaron la casa, pero sin ningún resultado.
¡Ni rastro del revólver!