—Hay en todo esto algo misterioso. Yo he recibido una carta cuya firma era casi imposible
descifrar. Parecía proceder de una amiga que tuve hace dos o tres años en una playa. He creído leer
Ogden y Oliver. Ahora bien, conozco a una señora Ogden y otra mistress Oliver, pero puedo afirmar
con toda seguridad que jamás he conocido una mistress Owen.
—¿Tiene usted esa carta, miss Brent? —preguntó el juez.
Subió a su cuarto y volvió con ella en las manos a los pocos minutos.
Después de haberla leído, el juez indicó:
—Comienzo a comprender… ¿Y usted, miss Claythorne?
Vera explicó cómo había sido contratada en calidad de secretaria de mister Owen.
—¿Y usted, mister Marston? —dijo en seguida Wargrave.
—Recibí un telegrama de uno de mis amigos, Badger Berkeley —respondió Anthony—. De
momento quedé sorprendido, pues creía que ese sinvergüenza se encontraba en Noruega. Me decía
que viniese aquí en seguida.
El juez inclinó la cabeza y añadió:
—Doctor Armstrong, ¿qué tiene que decirnos?
—Yo vine aquí a título profesional.
—Bien. ¿Y no tiene usted ninguna relación con la familia Owen?
—No, sólo el nombre de uno de mis colegas era simplemente citado en la carta.
—Desde luego esto prestaba más verosimilitud —añadió el magistrado—. ¿No le daba a usted
tiempo a entrevistarse con su colega?
—No. No me fue posible.
Lombard, que examinaba la carta de Blove desde hacía un momento, dijo de repente:
—Escuche, acaba de ocurrírseme una idea.
Wargrave levantó la mano.
—Espere un minuto.
—Pero si…
—Vayamos por orden, mister Lombard. En este momento estamos aclarando las causas que
motivaron nuestra asistencia aquí. ¿General MacArthur?
Atusándose siempre el bigotito, el viejo militar murmuró:
—Recibí una carta… de ese mister Owen… me hablaba de los viejos camaradas míos que podía
encontrar aquí… Y me pedía sus excusas al hacerme la invitación de esta forma. No he guardado la
carta.
Wargrave llamó:
—¿Mister Lombard?
El cerebro de Lombard no había estado inactivo. ¿Debía hablar con toda franqueza? Tomó una
decisión.
—La misma historia que los demás. La invitación hace alusión a unos amigos comunes y he
caído en la trampa. Por desgracia rompí la carta.
Wargrave se volvió hacia mister Blove y mirándole fijamente añadió:
— Acabamos de pasar por una prueba muy desagradable. Una voz que parecía venir de
ultratumba nos ha llamado a todos por nuestros nombres y ha hecho acusaciones precisas contra
nosotros de las cuales ya hablaremos después. Ahora lo que interesa es un detalle menos importante.
Entre los nombres citados oímos el de William Henry Blove. Pero entre nosotros nadie se llama así.
En cambio, el de Davis no ha sido mencionado. ¿Qué dice a esto, mister Davis?
—¿Por qué ocultarlo por más tiempo? Yo no me llamo Davis.
—Entonces, ¿usted es William Henry Blove?
—Sí.
—Permítame decirle una palabra —añadió Lombard—. Mister Blove: no sólo se ha presentado
usted con un nombre falso, sino que además le he sorprendido mintiendo. Usted pretendía que venía
de Natal. Conozco muy bien África del Sur y puedo jurar que no puso allí jamás los pies.
Todas las miradas convergieron sobre Blove… Miradas cargadas de cólera y desconfianza.
Marston se abalanzó sobre él con los puños crispados.
—¡Ahora, dígame quién es, sinvergüenza!
Blove se echó hacia atrás, apretando sus mandíbulas, y contestó:
—Ustedes se equivocan. Tengo mis papeles y puedo enseñárselos. He pertenecido a la policía y
dirijo actualmente una agencia de detectives en Plymouth y fui requerido para venir aquí por mister
Owen. Adjunta en su carta había una gran cantidad de dinero para mis gastos y me daba las
instrucciones que debía seguir. Debía mezclarme con los invitados (me envió una lista) y vigilar sus
hechos y gestos.
—¿Y qué razón le daba?
Blove contestó con amargura:
—Las joyas de mistress Owen. Me pregunto, ahora, si existe el tal mister Owen.
El juez repuso:
—Las conclusiones me parecen lógicas. ¡Ulik Norman Owen! En la carta dirigida a miss Brent
el apellido era ilegible, pero el nombre se podía leer: Una Nancy O., es decir, siempre U. N. Owen.
Con un poco de imaginación y fantasía se podría reconstruir la palabra inglesa «Unknown», es decir,
desconocido.
—¡Pero esto es fantástico, es una locura! —exclamó Vera.
El juez repuso:
— Tiene usted razón, miss Vera. Estoy seguro de que hemos sido invitados por un loco,
probablemente un loco… un maniático del crimen.