3只高脚帽 第一幕1
ACTO PRIMERO
Habitación de un hotel de segundo orden en una capital de provincia. En la lateral izquierda, primer término, puerta cerrada de una sola hoja, que comunica con otra habitación. Otra puerta al foro que da a un pasillo. La cama. El armario de luna. El biombo. Un sofá. Sobre la mesilla de noche, en la pared, un teléfono. Junto al armario, una mesita. Un lavabo. A los pies de la cama, en el suelo, dos maletas y dos sombrereras altas de sombreros de copa. Un balcón, con cortinas, y detrás el cielo. Pendiente del techo, una lámpara. Sobre la mesita de noche, otra lámpara pequeña.
(Al levantarse el telón, la escena está sola y oscura hasta que, por la puerta del foro, entran dionisioy don rosario, que enciende la luz del centro. dionisio, de calle, con sombrero, gabán y bufanda, trae en la mano una sombrerera parecida a las que hay en escena. don rosarioes ese viejecito tan bueno de las largas barbas blancas.)
don rosario. Pase usted, don Dionisio. Aquí, en esta habitación, le hemos puesto el equipaje.
dionisio. Pues es una habitación muy mona, don Rosario.
don rosario. Es la mejor habitación, don Dionisio. Y la más sana. El balcón da al mar. Y la vista es hermosa. (Yendo hacia el balcón.) Acérquese. Ahora no se ve bien porque es de noche. Pero, sin embargo, mire usted allí las lucecitas de las farolas del puerto. Hace un efecto muy lindo. Todo el mundo lo dice. ¿Las ve usted?
dionisio. No. No veo nada.
don rosario. Parece usted tonto, don Dionisio.
dionisio. ¿Por qué me dice usted eso, caramba?
don rosario. Porque no ve las lucecitas. Espérese. Voy a abrir el balcón. Así las verá usted mejor.
dionisio. No. No, señor. Hace un frío enorme. Déjelo. (Mirando nuevamente.) ¡Ah! Ahora me parece que veo algo. (Mirando a través de los cristales.) ¿Son tres lucecitas que hay allá a lo lejos?
don rosario. Sí. ¡Eso! ¡Eso!
dionisio. ¡Es precioso! Una es roja, ¿verdad?
don rosario. No. Las tres son blancas. No hay ninguna roja.
dionisio. Pues yo creo que una de ellas es roja. La de la izquierda.
don rosario. No. No puede ser roja. Llevo quince años enseñándoles a todos los huéspedes, desde este balcón, las lucecitas de las farolas del puerto, y nadie me ha dicho nunca que hubiese ninguna roja.
dionisio. Pero ¿usted no las ve?
don rosario. No. Yo no las veo. Yo, a causa de mi vista débil, no las he visto nunca. Esto me lo dejó dicho mi papá. Al morir mi papá me dijo: «Oye, niño, ven. Desde el balcón de la alcoba rosa se ven tres lucecitas blancas del puerto lejano. Enséñaselas a los huéspedes y se pondrán todos muy contentos...» Y yo siempre se las enseño...
dionisio. Pues hay una roja, yo se lo aseguro.
don rosario. Entonces, desde mañana, les diré a mis huéspedes que se ven tres lucecitas: dos blancas y una roja... Y se pondrán más contentos todavía. ¿Verdad que es una vista encantadora? ¡Pues de día es aún más linda!...
dionisio. ¡Claro! De día se verán más lucecitas...
don rosario. No. De día las apagan.
dionisio. ¡Qué mala suerte!
don rosario. Pero no importa, porque en su lugar se ve la montaña, con una vaca encima muy gorda que, poquito a poco, se está comiendo toda la montaña...
dionisio. ¡Es asombroso!
don rosario. Sí. La Naturaleza toda es asombrosa, hijo mío (Ya ha dejado dionisiola sombrerera junto a las otras. Ahora abre la maleta y de ella saca un pijama negro, de raso, con un pájaro bordado en blanco sobre el pecho, y lo coloca, extendido, a los pies de la cama. Y después, mientras habla don rosario, dionisio va quitándose el gabán, la bufanda y el sombrero que mete dentro del armario.) Esta es la habitación más bonita de toda la casa... Ahora, claro, ya está estropeada del trajín... ¡Vienen tantos huéspedes en verano!... Pero hasta el piso de madera es mejor que el de los otros cuartos... Venga aquí... Fíjese... Este trozo no, porque es el paso y ya está gastado de tanto pisar... Pero mire usted debajo de la cama, que está más conservado... Fíjese qué madera, hijo mío... ¿Tiene usted cerillas?
dionisio. (Acercándose a don rosario.) Sí. Tengo una caja de cerillas y tabaco.
don rosario. Encienda usted una cerilla.
dionisio. ¿Para qué?
don rosario. Para que vea usted mejor la madera. Agáchese. Póngase de rodillas.
dionisio. Voy.
(Enciende una cerilla y los dos, de rodillas, miran debajo de la cama.)
don rosario. ¿Qué le parece a usted, don Dionisio?
dionisio. ¡Que es magnífico!
don rosario. (Gritando.) ¡Ay!
dionisio. ¿Qué le sucede?
don rosario. (Mirando debajo de la cama.) ¡Allí hay una bota!