3只高脚帽 第一幕2
dionisio. ¿De caballero o de señora?
don rosario. No sé. Es una bota.
dionisio. ¡Dios mío!
don rosario. Algún huésped se la debe de haber dejado olvidada... ¡Y esas criadas ni siquiera la han visto al barrer!... ¿A usted le parece esto bonito?
dionisio. No sé qué decirle...
don rosario. Hágame el favor, don Dionisio. A mí me es imposible agacharme más, por causa de la cintura... ¿Quiere usted ir a coger la bota?
dionisio. Déjela usted, don Rosario... Si a mí no me molesta... Yo en seguida me voy a acostar, y no le hago caso...
don rosario. Yo no podría dormir tranquilo si supiese que debajo de la cama hay una bota... Llamaré ahora mismo a una criada.
(Saca una campanilla del bolsillo y la hace sonar.)
dionisio. No. No toque más. Yo iré por ella. (Mete parte del cuerpo debajo de la cama.) Ya está. Ya la he cogido. (Sale con la bota.) Pues es una bota muy bonita. Es de caballero...
don rosario. ¿La quiere usted, don Dionisio?
dionisio. No, por Dios; muchas gracias. Déjelo usted...
don rosario. No sea tonto. Ande. Si le gusta, quédese con ella. Seguramente nadie la reclamará... ¡Cualquiera sabe desde cuándo está ahí metida...!
dionisio. No. No. De verdad. Yo no la necesito...
don rosario. Vamos. No sea usted bobo... ¿Quiere que se la envuelva en un papel, carita de nardo?
dionisio. Bueno, como usted quiera...
don rosario. No hace falta. Está limpia. Métasela usted en un bolsillo. (dionisiosemete la bota en un bolsillo.) Así...
dionisio. ¿Me levanto ya?
don rosario. Sí, don Dionisio, levántese de ahí, no sea que se vaya a estropear los pantalones...
dionisio. Pero ¿qué veo, don Rosario? ¿Un teléfono?
don rosario. Sí, señor. Un teléfono.
dionisio. Pero ¿un teléfono de esos por los que se puede llamar a los bomberos?
don rosario. Sí, señor. Y a los de las Pompas Fúnebres...
dionisio. ¡Pero esto es tirar la casa por la ventana, don Rosario! (Mientras dionisio habla, don rosariosaca de la maleta un chaquet, un pantalón y unas botas y los coloca dentro del armario.) Hace siete años que vengo a este hotel y cada año encuentro una nueva mejora. Primero quitó usted las moscas de la cocina y se las llevó al comedor. Después las quitó usted del comedor y se las llevó a la sala. Y el otro día las sacó usted de la sala y se las llevó de paseo, al campo, en donde, por fin, las pudo usted dar esquinazo... ¡Fue magnífico! Luego puso usted la calefacción... Después suprimió usted aquella carne de membrillo que hacía su hija... Ahora el teléfono... De una fonda de segundo orden ha hecho usted un hotel confortable... Y los precios siguen siendo económicos... ¡Esto supone la ruina, don Rosario...!
don rosario. Ya me conoce usted, don Dionisio. No lo puedo remediar. Soy así. Todo me parece poco para mis huéspedes de mi alma...
dionisio. Pero, sin embargo, exagera usted... No está bien que cuando hace frío nos meta usted botellas de agua caliente en la cama; ni que cuando estamos constipados se acueste usted con nosotros para darnos más calor y sudar; ni que nos dé usted besos cuando nos marchamos de viaje. No está bien tampoco que, cuando un huésped está desvelado, entre usted en la alcoba con su cornetín de pistón e interprete romanzas de su época, hasta conseguir que se quede dormidito... ¡Es ya demasiada bondad...! ¡Abusan de usted...!
don rosario. Pobrecillos... Déjelos..., casi todos los que vienen aquí son viajantes, empleados, artistas... Hombres solos... Hombres sin madre... Y yo quiero ser un padre para todos, ya que no lo pude ser para mi pobre niño... ¡Aquel niño mío que se ahogó en un pozo...!
(Se emociona.)
dionisio. Vamos, don Rosario... No piense usted en eso...
don rosario. Usted ya conoce la historia de aquel pobre niño que se ahogó en el pozo...
dionisio. Sí. La sé. Su niño se asomó al pozo para coger una rana... Y el niño se cayó. Hizo «¡pin!», y acabó todo.
don rosario. Ésa es la historia, don Dionisio. Hizo «¡pin!», y acabó todo. (Pausa doloroso.) ¿Va usted a acostarse?
dionisio. Sí, señor.
don rosario. Le ayudaré, capullito de alhelí. (Y mientras hablan, le ayuda a desnudarse, a ponerse el bonito pijama negro y cambiarse los zapatos por unas zapatillas.) A todos mis huéspedes los quiero, y a usted también, don Dionisio. Me fue usted tan simpático desde que empezó a venir aquí, ¡ya va para siete años!
dionisio. ¡Siete años, don Rosario! ¡Siete años! Y desde que me destinaron a ese pueblo melancólico y llorón que, afortunadamente, está cerca de éste, mi única alegría ha sido pasar aquí un mes todos los años, y ver a mi novia y bañarme en el mar, y comprar avellanas, y dar vueltas los domingos alrededor del quiosco de la música, y silbar en la alameda Las princesitas del dólar...
don rosario. ¡Pero mañana empieza para usted una vida nueva!
dionisio. ¡Desde mañana ya todos serán veranos para mí!... ¿Qué es eso? ¿Llora usted? ¡Vamos, don Rosario!...
don rosario. Pensar que sus padres, que en paz descansen, no pueden acompañarle en una noche como ésta... ¡Ellos serían felices!...
dionisio. Sí. Ellos serían felices viendo que lo era yo. Pero dejémonos de tristeza, don Rosario... ¡Mañana me caso! Ésta es la última noche que pasaré solo en el cuarto de un hotel. Se acabaron las casas de huéspedes, las habitaciones