Capítulo 11
Amy Leatheran se presenta
No pretendo ser escritora ni conocer los secretos de la literatura. Hago esto simplemente porque el doctor Reilly me lo rogó, y es cosa sabida que cuando el doctor Reilly te pide que hagas alguna cosa, no hay manera de rehusar.
—Pero, doctor —le dije—; no soy escritora ni entiendo nada de eso.
—Tonterías —replicó él—. Hágase la cuenta de que está redactando las notas de un caso clínico.
No cabe duda de que tenía razón.
El doctor Reilly prosiguió diciéndome que era necesario que se publicara un relato llano y simple del asunto ocurrido en Tell Yarimjah.
—Si lo tuviera que escribir alguno de los que intervinieron en él no convencería a nadie. Dirían que tenía prejuicios por unos o por otros.
Y aquello, por cierto, también era verdad. Aunque yo estuve allí, podía considerarme como una extraña a la cuestión planteada.
—¿Y por qué no lo escribe usted mismo, doctor? —pregunté.
—No estaba presente cuando sucedió y usted sí. Además —añadió dando un suspiro—, mi hija no me dejaría.
La forma en que se dejaba dominar por aquella chiquilla era algo verdaderamente vergonzoso. Estaba a punto de decírselo así, cuando vi una expresión maliciosa en sus ojos. Eso es lo malo del doctor Reilly. Nunca se sabe si está bromeando o qué. Siempre dice las cosas con el mismo tono lento y melancólico; pero la mitad de las veces se nota en sus palabras cierta ironía.
—Bueno —dije sin mucha confianza—. Supongo que podré llevarlo a cabo.
—Claro que podrá.
—Lo que no sé es cómo empezar.
—Para eso existen buenos precedentes. Empiece por el principio y siga adelante hasta el final.
—Ni siquiera sé con seguridad dónde y cómo empezó —repliqué.
—Créame, enfermera, la dificultad de empezar no va a ser nada comparada con la de saber cuándo terminar. Al menos eso es lo que me sucede cuando tengo que pronunciar una conferencia. Alguien tiene que tirarme del faldón del frac para hacerme descender a la fuerza de la tribuna.
—¿Está usted bromeando, doctor?
—No puedo hablarle más en serio. Y bien, ¿qué me dice?
Otra cosa me preocupaba. Después de vacilar unos momentos, dije:
—Vea usted, doctor. Temo que algunas veces... mis comentarios sean demasiado "personales".
—iPero, por Dios, mujer! iCuanto más "personales" sean, mucho mejor! Es una historia sobre seres humanos, no sobre maniquíes. Personalice, muestre sus preferencias, sea chismosa, ilo que usted guste! Escríbalo a su manera. Siempre estaremos a tiempo de eliminar los pasajes difamatorios antes de publicarlo. Adelante. Es usted una mujer sensata y estoy seguro de que nos proporcionará un relato fiel del asunto.
Así quedó la cosa, y le prometí que me esmeraría en hacerlo.
Supongo que deberé decir algo acerca de mí. Tengo treinta y dos años, y me llamo Amy Leatheran. Realicé mi aprendizaje en el hospital de San Cristóbal y luego hice dos años de prácticas como comadrona. Trabajé también particularmente y estuve cuatro años en la Casa de Maternidad de la señorita Bendix, en Devonshire Place. Fui a Irak acompañando a una señora llamada Kelsey. Cuidé de ella cuando nació su hija. Debía trasladarme a Bagdad con su marido y ya tenía contratada a una niñera que servía desde hacía dos años a unos amigos que residían en aquella ciudad. Los hijos de dichos amigos regresaban a Inglaterra para estudiar y la niñera había convenido con la señora Kelsey que entraría a su servicio cuando los chicos se marcharan. La señora Kelsey estaba algo delicada y le preocupaba hacer el viaje con una niña de tan corta edad. Así es que su marido arregló el asunto para que yo la acompañara y cuidara de ella y de la niña. Me pagarían el viaje de vuelta, caso de que no encontrara a nadie que necesitara los servicios de una enfermera para hacer el viaje de retorno a Inglaterra.
No creo que sea necesario describir a los Kelsey. La pequeña era una preciosidad de criatura y la señora tenía un carácter muy agradable, aunque era de las que se inquietan por todo. Disfruté mucho durante el viaje. Nunca había hecho una travesía tan larga por mar.
El doctor Reilly venía en el mismo barco. Era un hombre de cabellos negros y cara estirada, que decía las cosas más divertidas con una voz baja y lúgubre. Creo que le gustaba tomarme el pelo y tenía la costumbre de contarme cosas absurdas para ver si me las tragaba. Tenía un destino de cirujano en un lugar llamado Hassanieh a un día y medio de viaje desde Bagdad.
Hacía cerca de una semana que me encontraba en dicha ciudad, cuando lo encontré y me preguntó si dejaba ya a los Kelsey. Le repliqué que era curioso que me dijera aquello, pues se daba el caso de que los hijos de los Wright, los amigos de los Kelsey a que antes me referí, volvían a Inglaterra antes de la fecha prevista y su niñera quedaba libre.
Me confesó entonces que se había enterado de la marcha de los Wright, y que por eso me lo había preguntado.
—En resumen, enfermera, posiblemente le pueda ofrecer un empleo.
—¿Algún caso?
Torció el gesto como si considerara la pregunta.
—No puedo calificarlo así. Sólo se trata de una señora que tiene... digamos... "fantasías".
i Oh! —exclamé.
Por lo general, una sabe perfectamente qué significa tal cosa... bebida o drogas.
El doctor Reilly no fue más allá en sus explicaciones.
—Sí —dijo—. Se trata de la señora Leidner. Es la esposa de un americano, o mejor dicho, de un sueco-americano que dirige unas grandes excavaciones por cuenta de una universidad de su país.
Y me explicó que la expedición estaba excavando en el lugar que había ocupado una gran ciudad asiria; algo así como Nínive. La casa en que vivían los que componían la expedición no estaba en realidad muy lejos de Hassanieh, pero se hallaba en un descampado y al doctor Leidner hacía tiempo que le preocupaba la salud de su esposa.
—No es muy explícito acerca de ello, pero parece que la señora tiene repetidos accesos de terror nervioso.
—¿Se queda sola con los indígenas durante todo el día? —pregunté.
—No. Los de la expedición son muchos. Siete u ocho. No creo que se quede nunca sola en la casa. Pero, por lo visto, no hay duda de que ella se está agotando y de que ha llegado a un extraño estado de ánimo. Leidner lleva sobre sí toda responsabilidad del trabajo y, además, como está muy enamorado de su mujer, le preocupa el estado en que ella se encuentra. Opina que estaría mucho más tranquilo si supiera que una persona responsable y con experiencia está a su cuidado.