El interpelado frunció los labios.
—El cerebro humano es capaz de cualquier cosa —replicó evasivamente. Pero dirigió una rápida mirada a Poirot, y éste, como si obedeciera una indicación, abandonó aquel tema.
—Las cartas son un punto interesante del caso —explicó—. Pero debemos concentrarnos en el asunto, considerándolo como un todo. En mi opinión, existen tres posibles soluciones.
—¿Tres?
—Sí. Solución número uno; la más simple. El primer marido de su esposa vive todavía. La amenazó previamente y luego llevó a efecto sus amenazas. Si aceptamos esta solución se nos plantea el problema de descubrir cómo pudo entrar en la casa sin ser visto.
»Solución número dos. La señora Leidner, por razones que ella sabría, las cuales podrían ser entendidas mejor por un médico que por un profano, se dirige a ella misma las cartas amenazadoras. El Incidente del escape de gas lo planea ella. Recuerde que fue quien le despertó diciéndole que olía a gas. Pero si la señora Leidner escribió esas cartas, no podía correr ningún peligro que viniera del supuesto autor de las mismas. Por lo tanto, debemos buscar al asesino en otra parte. Debemos buscarlo, en efecto, entre los componentes de la expedición. Sí —esto en respuesta a un murmullo de protesta proferido por el doctor Leidner—-, es la única solución lógica. Para satisfacer un resentimiento privado, uno de ellos la mató. Podemos decir que tal persona estaba enterada de lo de las cartas o, en todo caso, sabía que la señora Leidner temía o pretendía temer a alguien. Este hecho, en opinión del asesino, hacía que la ejecución del crimen le resultara bastante segura. Estaba convencido de que se atribuiría a un misterioso intruso; el autor de las cartas.
»Como variante a esta solución, podemos considerar que el propio asesino escribiera las cartas, conociendo el pasado de la señora Leidner. Pero en tal caso, no queda clara la razón de por qué tuvo que imitar la escritura de ella cuando, por lo que sabemos, pudo ser más provechoso para él que las cartas parecieran escritas por un extraño.
»La tercera solución es, para mí, la más interesante. Sugiero en ella que las cartas son auténticas. Que están escritas por el primer marido de la señora Leidner, o por el hermano menor de aquél; y que bien uno u otro forman parte de esta expedición.