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当前位置: 首页 » 西班牙语阅读 » 阿加莎·克里斯蒂作品集 » Asesinato en Mesopotamia 古墓之谜 » 正文

Capítulo VIII Alarma nocturna(1)

时间:2023-09-28来源:互联网  进入西班牙语论坛
核心提示:Captulo VIIIAlarma nocturnaEs dificil recordar exactamente lo que sucedi durante la semana que sigui a mi llegada a Tell
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Capítulo VIII

Alarma nocturna

Es dificil recordar exactamente lo que sucedió durante la semana que siguió a mi llegada a Tell Yarimjah. Mirándolo ahora, que sé cómo terminó la cosa, me doy cuenta de una buena cantidad de pequeños indicios y señales que me pasaron entonces por alto.

Si he de contarlo todo con propiedad, creo que debo tratar de reflejar el estado de ánimo que tenía en aquellos días; es decir, embrollado, intranquilo y con un creciente presentimiento de algo que iba mal.

Porque una cosa era cierta. Aquella curiosa sensación de tirantez y a la vez apremio no era imaginada. Era verdadera. Hasta el insensible Bill Coleman lo comentó.

—Este sitio me está poniendo nervioso —oí que decía—. ¿Están siempre todos tan malhumorados?

Estaba hablando con David Emmott, el otro auxiliar. Me empezaba a gustar el señor Emmott, pues su aspecto taciturno no era signo de que careciera de sentimientos. De eso estaba yo segura. Había algo en él que resultaba inmutable y tranquilizador en una atmósfera donde nadie estabaseguro de lo que sentían los demás.

—No —respondió el señor Emmott— El año pasado no ocurrió esto.

Y ya no habló más.

—Lo que no puedo entender es la causa de todo ello —dijo el señor Coleman con acento de disgusto.

Emmott se encogió de hombros y no contestó.

Tuve una conversación muy sustanciosa con la señorita Johnson. Me gustaba aquella mujer. Era competente, práctica y culta. Sin duda consideraba al doctor Leidner como a un héroe.

En aquella ocasión me contó toda su historia, desde su juventud. Conocía todos los sitios en que el doctor Leidner había dirigido excavaciones, así como el resultado de todas ellas. Yo hubiera estado dispuesta a jurar que la señorita Johnson era capaz de recitar cualquier pasaje de las conferencias por él dadas. Lo consideraba, según me dijo, como el mejor arqueólogo que existía entonces.

—Y es tan sencillo... tan poco apegado a las vanidades. No conoce lo que es el engreimiento. Sólo un hombre tan importante puede ser tan sencillo.

—Eso es cierto —asentí—. La gente ilustre no necesita ir por ahí dándose importancia.

—Además, tiene un carácter muy Jovial. iCómo nos divertíamos los primeros años que vinimos aquí, él, Richard Carey y yo! Éramos una pandilla feliz. Richard Carey trabajó con él en Palestina. Su amistad data de hace diez años. Y yo le conozco desde hace siete.

—El señor Carey es un caballero muy distinguido —afirmé.

—Sí... supongo que sí.

Lo dijo con un acento conciso.

—Pero es un poco reservado, ¿no le parece?

—No solía ser así —respondió prestamente la señorita Johnson— Sólo desde...

—¿Desde cuándo . —le pregunté.

—Bueno —la señorita Johnson hizo un característico movimiento de hombros—. Muchas cosas han cambiado en la actualidad.

No repliqué. Esperaba que ella prosiguiera, y así lo hizo, previa una risita, como si quisiera quitar importancia a lo que iba a decir.

—Me parece que soy una vieja conservadora. Siempre creí que si la mujer de un arqueólogo no está realmente interesada en el trabajo de su marido, no debe acompañarle a ninguna expedición. Eso conduce a desavenencias en muchas ocasiones.

—La señora Mercado... —sugerí.

—i Oh, ésa! — a señorita Johnson parecía apartar a un lado tal insinuación—. Estaba pensando en la señora Leidner. Es una mujer encantadora. Se comprende perfectamente que el doctor Leidner se volviera loco por ella. Pero no puedo menos que opinar que aquí está descentrada. Lo desbarata todo.

La señorita Johnson, por lo tanto, coincidía con la señora Kelsey en que la señora Leidner era la responsable de aquella atmósfera tirante. Pero, entonces, ¿de dónde le venían a la señora Leidner sus temores?

—Con ello perturba a su marido —siguió la señorita Johnson con gravedad—. Desde luego, yo soy como... un perro fiel y celoso. No me gusta verlo tan agotado y preocupado. Debía centrar toda su atención en el trabajo que está haciendo, en lugar de dedicarla a su mujer y a sus estúpidos temores. Si se pone nerviosa por venir a sitios tan apartados, hubiera hecho mejor quedándose en América. Me consume la paciencia esa gente que va a un sitio y luego no hace más que gruñir y quejarse.

 
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