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当前位置: 首页 » 西班牙语阅读 » 阿加莎·克里斯蒂作品集 » Asesinato en Mesopotamia 古墓之谜 » 正文

Capítulo IX La historia de la señora Leidner(3)

时间:2023-09-28来源:互联网  进入西班牙语论坛
核心提示:Hizo una pausa y luego prosigui:Unos pocos das despus de recibir la segunda carta estuvimos a punto de morir asfixiados.
(单词翻译:双击或拖选)

Hizo una pausa y luego prosiguió:

—Unos pocos días después de recibir la segunda carta estuvimos a punto de morir asfixiados. Alguien entró en nuestro apartamento, cuando estábamos durmiendo, y abrió la llave del gas. Por fortuna, me desperté y me di cuenta a tiempo. Aquello me hizo perder la entereza. Le conté a Eric que durante años me había visto perseguida y le aseguré que aquel loco, quienquiera que fuese, estaba realmente dispuesto a matarme. Creo que, por vez primera, tuve la certeza de que era Frederick. Hubo siempre, detrás de su afectuosidad, un fondo despiadado. Creo que Eric se alarmó todavía más que yo. Quería denunciar el caso a la policía, pero, era natural, yo me opuse. Al final convinimos en que vendría aquí con él y que sería aconsejable que no volviera a América en el próximo verano, sino que me quedara en Londres o París. Llevamos a cabo nuestro plan y todo salió bien. Estabasegura de que ya saldría bien todo. Habíamos puesto medio mundo entre nosotros y mi enemigo.

»Pero luego, hace poco más de tres semanas, recibí una carta con sello iraquí.

Me entregó una tercera carta.

"Creías que podrías escapar, pero te has equivocado. No puedes seguir viviendo después de haberme sido infiel. Siempre te Io advertí. La muerte no está muy lejos.

—Y hace una semana... iésta! La encontré aquí mismo, sobre la mesa. Ni siquiera vino por correo.

Cogí la hoja de papel que me daba. Sólo habían escrito en ella dos palabras:

"He llegado. '

La señora Leidner me miró fijamente.

—¿Lo ve usted? ¿Lo entiende? Me va a matar. Puede ser Frederick o el pequeño William; pero me va a matar.

Su voz se levantó temblorosa. Le cogí una muñeca.

—Vamos... vamos —dije con tono admonitorio—. No se excite. Aquí estamos todos para protegerla. ¿Tiene algún frasco de sales?

Con la cabeza me indicó el lavabo. Le di una buena dosis.

—Así está mejor. Pero, enfermera, ¿se da usted cuenta de por qué me encuentro en este estado? Cuando vi a aquel hombre mirando por la ventana, pensé: "Ya llegó..." Hasta desconfié cuando llegó usted. Pensé que tal vez podía ser usted un hombre disfrazado.

—iQué idea!

—Ya sé que parece absurdo. Pero podía estar usted de acuerdo con él No haber sido una verdadera enfermera.

—iPero eso son tonterías!

—Sí, tal vez. Mas yo estaba fuera de mí.

Sobrecogida por una repentina idea, dije:

—Supongo que reconocería a su primer marido si lo viera.

Respondió despacio:

—No lo sé. Hace ya más de quince años. Quizá no reconozca su cara.

Luego se estremeció.

—Lo vi una noche... pero era una cara de difunto. Oí unos golpecitos en la ventana y luego vi una cara; una cara de ultratumba que gesticulaba más allá del cristal Empecé a gritar. Y cuando llegaron todos, dijeron que allí no había nada.

Recordé lo que me contó la señora Mercado.

—¿No cree usted que entonces estaba soñando? —pregunté indecisa.

—iEstoy segura de que no!

Yo no lo estaba tanto. Era una pesadilla que podía darse en aquellas circunstancias y que fácilmente se confundiría con un hecho real Pero no tengo por costumbre el contradecir a mis pacientes. Tranquilicé lo mejor que pude a la señora Leidner y le hice observar que si un extraño llegara a los alrededores de la casa, sería muy dificil que pasara sin ser visto.

La dejé un poco más animada, según pensé, y fui a buscar al doctor Leidner, a quien conté la conversación que habíamos tenido.

—Me alegro de que se lo haya contado —dijo simplemente—. Me tenía terriblemente sobresaltado. Estoy seguro de que los golpecitos en la ventana y la cara contra el cristal son meras imaginaciones suyas. Estaba indeciso sobre lo que debía hacer. ¿Qué opina usted del asunto?

No llegué a comprender completamente el tono que tenía su voz, pero respondí con bastante presteza:

—Es posible que esas cartas sean una burla inhumana y ruin.

—Sí, tal vez sea eso. Pero, ¿qué haremos? Esto acabará por volverla loca. No sé qué pensar.

—Ni yo tampoco. Se me ocurrió que quizás una mujer tuviera algo que ver con aquello. Las cartas contenían cierto acento femenino.

En el fondo de mi mente estaba pensando en la señora Mercado. ¿Era posible que, por una casualidad, se hubiera enterado de lo que pasó con el primer marido de la señora Leidner? Podía estar dando satisfacción a su rencor por el procedimiento de aterrorizar a otra mujer.

No me gustaba sugerir una cosa así al doctor Leidner. Es dificil prever de antemano las reacciones humanas.

—Bueno —añadí jovialmente—. Esperemos que todo irá bien. Me parece que la señora Leidner se siente ya más feliz, ahora que ha hablado de ello. Es una cosa que siempre resulta conveniente. Lo que se consigue guardando reserva es enfermar de los nervios.

—Me alegro mucho de que se lo haya contado —repitió él—. Es una buena señal. Demuestra que le gusta usted y que le tiene confianza. Estaba ansioso por saber qué era lo que mejor podía hacer.

Estuve a punto de preguntarle si había pensado en hacer una discreta indicación a la policía local, pero más tarde me alegré de no haber hecho la pregunta. Les diré por qué. El señor Coleman tenía que ir a Hassanieh al día siguiente para traer el dinero con que se pagaba a los trabajadores. Se llevaba también todas nuestras cartas para que salieran en el correo aéreo. Las cartas, una vez escritas, se depositaban en una caja de madera, colocada en el alféizar de la ventana del comedor. Aquella noche, como preparativo para el día siguiente, el señor Coleman sacó todas las cartas de la caja y empezó a clasificarlas en paquetes que sujetaba con cintas elásticas.

De pronto lanzó una exclamación.

—¿Qué pasa? —pregunté.

Me mostró una carta, al tiempo que hacía un gesto.

—Nuestra "encantadora" Louise... está como un cencerro. Ha dirigido una carta a alguien que vive en la calle Cuarenta y dos, de París, Francia. No creo que esa calle exista en París, sino en Nueva York, ¿no le parece? ¿Tendría inconveniente en llevársela y preguntarle si está bien puesta la dirección? Acaba de irse ahora mismo hacia su dormitorio.

Cogí la carta y corrí en busca de la señora Leidner, quien rectificó la dirección del sobre. Era la primera vez que veía la escritura de la señora Leidner, y entonces me pregunté dónde había visto yo antes aquel tipo de letra, pues era indudable que me resultaba familiar.

Hasta bien entrada la madrugada no supe contestar aquella pregunta. Y entonces se me ocurrió de repente. Salvo que era más grande y un tanto más inclinada, se parecía extraordinariamente a la escritura de las cartas anónimas.

Nuevas ideas pasaron por mi imaginación.

¿Acaso era la propia señora Leidner quien había escrito aquellas cartas?

¿Y quizá lo sospechaba el doctor Leidner?

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