Recapacitó durante un momento y luego dijo:
—Supongo que debemos avisar a la policía lo más pronto posible. Bill regresará de un momento a otro. ¿Qué hacemos con Leidner?
—Ayúdeme a llevarlo a su habitación.
Asintió.
—Será mejor cerrar con llave esa puerta —observó.
Dio la vuelta a la llave y me la entregó después.
—Creo que es mejor que se quede usted con ella, enfermera. Vamos.
Entre ambos recogimos al doctor Leidner y lo llevamos hasta su propia habitación, acostándole en la cama.
El señor Emmott salió a buscar coñac. Volvió acompañado por la señorita Johnson.
La cara de esta última tenía un aspecto conmovido e inquieto, pero conservaba la calma y su competencia, por lo que quedé satisfecha de dejar al doctor Leidner en sus manos.
Salí corriendo al patio. La "rubia" entraba en aquel momento por el portalón. Creo que nos dio a todos un sobresalto el ver la cara sonrosada y alegre de Bill, quien al saltar del coche, lanzó su familiar:
—iHola, hola, hola! iAquí traigo la tela! No me han atracado por el camino.
El señor Emmott le dijo secamente:
—La señora Leidner ha muerto... la han matado.
—¿Qué? — a cara de Bill cambió en forma cómica; se quedó petrificado, con los ojos desmesuradamente abiertos—. iHa muerto mamá Leidner! ¿Me estás tomando el pelo?
—¿Muerta? —exclamó una voz detrás de mí.
Di la vuelta y vi a la señora Mercado.
—¿Dicen ustedes que han matado a la señora Leidner?
—i Sí —contesté—, asesinada!
—iNo! —replicó sin aliento—. Oh, no. No lo creo. Tal vez se suicidó.
—Los suicidas no se golpean en la frente —dije con aspereza—. Se trata de un asesinato, señora Mercado.
Tomó asiento de pronto sobre una caja de embalaje.
iOh! Pero eso es horrible... horrible...
Claro que era horrible. No necesitábamos que ella lo dijera. Me pregunté si acaso no se sentía un poco arrepentida por el rencor que alimentó hacia la muerta y por todo lo que había dicho de ella.
Al cabo de unos momentos preguntó:
—¿Qué debemos hacer?
El señor Emmott se hizo cargo de la situación con sus modales sosegados.
—Bill, será mejor que vuelvas a Hassanieh lo más rápidamente que puedas. No estoy muy enterado de lo que debe hacerse en estos casos. Busca al capitán Maitland que, según creo, tiene a su cargo los servicios de policía. O localiza primero al doctor Reilly; él sabrá qué hay que hacer.
El señor Coleman asintió. Toda su alegría parecía habérsele evaporado. Ahora parecía muy joven y asustado. Subió a la "rubia" sin pronunciar una palabra y se fue.
El señor Emmott comentó con acento indeciso:
—Supongo que debemos hacer unas cuantas indagaciones —con voz potente llamó—: ilbrahim!
—Na 'am.
Llegó corriendo uno de los criados indígenas. El señor Emmott le habló en árabe.
Entre los dos sostuvieron un animado coloquio. El criado pareció negar vehementemente alguna cosa.
Al final, el señor Emmott dijo con tono perplejo:
—Asegura que por aquí no ha venido ni un alma esta tarde. Ningún desconocido. Supongo que, quien fuese, entró sin que nadie se diera cuenta de ello.
—Claro que sí —opinó la señora Mercado—. Aprovechó una ocasión en que nadie pudo verlo.
—Sí —dijo el señor Emmott.
La ligera indecisión de su tono me obligó a mirarle con atención.
Dio la vuelta y le hizo una pregunta al muchacho que lavaba los cacharros. El chico contestó sin titubear.
Las cejas del señor Emmott se fruncieron aún más de lo que estaban.
—No lo entiendo —dijo—. No lo entiendo en absoluto.