Capítulo XV
Poirot sugiere
El doctor Reilly se había levantado de su asiento y cerró cuidadosamente la puerta una vez que todos hubieron salido. Luego dirigió una inquisitiva mirada a Poirot y procedió también a cerrar la ventana que daba al patio. Las otras estaban ya cerradas. Después, a su vez, tomó asiento de nuevo ante la mesa.
—Très bien —dijo Poirot—. Estamos ahora en privado y no nos estorba nadie. Podemos hablar con libertad. Hemos oído lo que los componentes de la expedición tenían que decir sobre el caso... y... sí, ma soeur, ¿quería decir algo?
Me puse sumamente colorada. No podía negarse que el hombrecillo tenía una vista de lince. Había visto pasar aquella idea por mi pensamiento. Supongo que mi cara demostró bien a las claras lo que estaba yo pensando.
i Oh!, no es nada... —dije titubeando.
—Vamos, enfermera —dijo el doctor Reilly—. No haga esperar al especialista.
—No es nada, en realidad —dije precipitadamente—. Se me ocurrió que si alguien sabe o sospecha algo, no será fácil que lo exponga ante los demás y mucho menos ante el doctor Leidner.
Ante mi sorpresa, monsieur Poirot afirmó vigorosamente con la cabeza.
—Precisamente, precisamente. Es muy cierto lo que acaba de decir. Pero me explicaré. La reunión que hemos celebrado ha tenido un propósito. En Inglaterra, antes de las carreras, se exhiben los caballos, ¿verdad? Pasan ante la tribuna para que todos tengan una oportunidad de verlos y poder opinar sobre sus facultades. Tal fue el objeto de la reunión que convoqué. Si me permite utilizar una frase deportiva, diré que di una ojeada a los posibles ganadores.
El doctor Leidner exclamó violentamente:
—No creo, ni por un momento, que ninguno de los de mi expedición esté complicado en este crimen.
Luego, volviéndose hacia mí, dijo con tono autoritario:
—Enfermera, le quedaré muy reconocido si le dice a monsieur sin más dilación lo que pasó entre mi mujer y usted hace dos días.
Forzada de esta forma, no tuve más remedio que repetir mi historia, tratando en lo posible de recordar exactamente las palabras y frases que usó la señora Leidner. Cuando terminé, monsieur Poirot dijo:
—Muy bien. Muy bien. Tiene una mente clara y ordenada. Me va a ser muy útil durante mi estancia aquí.
Se volvió hacia el doctor Leidner.
—¿Tiene usted esas cartas?
—Aquí las tengo. Me figuré que las querría ver antes que nada.
Poirot las cogió, examinándolas con sumo cuidado al tiempo que las leía. Quedé un poco desilusionada al ver que no las espolvoreaba con polvos blancos, ni las escudriñaba con la lupa, o algo parecido. Pero me acordé de que era un hombre de avanzada edad y de que sus métodos tenían que ser anticuados por fuerza. Se limitó a leerlas como lo hubiera hecho cualquiera.